VALENCIA. En los 80 ocurrían fenómenos muy duros en el patio del colegio. Cuando Joaquín Prat inventó aquello de “¡A jugar!” en su programa El Precio Justo muchos niños lo repetían sin parar durante todo el día. Para ellos era lo más. Ocurrió lo mismo con el “veintidó, veintidó, veintidós” del Dúo Sacapuntas en 1,2,3. Incluso en los 90 seguía la fiebre de repetir lo visto en televisión con el programa de Alfonso Arús en Antena 3, ‘Al ataque’ con su “qué mala zuerte” y demás. Todo el mundo repetía estas coletillas televisivas, unos con más entusiasmo que otros, hasta que llegó el cisma: la aparición de Faemino y Cansado.
Cuando empezó a popularizarse el programa ‘El orgullo del tercer mundo’, su estúpido grito televisivo “qué va, qué va, qué va, yo leo a Kierkegaard” no todo el mundo lo repetía irreflexivamente como hasta el momento habían mandado los cánones. Había chavales a los que eso no les hacía gracia. Y no se conformaban con echarse a un lado, criticaban con mala sangre a los humoristas cuyo programa grababa la gente de madrugada desesperadamente para verlo al día siguiente. Aquello no tenía gracia y solo le gustaba a los gilipollas, decían.