Nunca me cansaré de reivindicar a este personaje que se le tiene un poco olvidado, como a tantos ilustres alicantinos de cuna, o de adopción, que se han hecho a sí mismos y que con su arte tienen un lugar privilegiado en la historia de Alicante.
De él he escuchado anécdotas en casa por su relación de amistad con mis abuelos paternos y por eso escribir sobre él me complace aún más. Escuché sobre su sensibilidad de plasmar con sus pinceles los más bellos detalles de su acontecer cotidiano. Me refiero a Emilio Varela (1887-1951). Insisto, creo que las administraciones públicas le hacen poco caso y no lo tienen en el pedestal que merece. Luego le digo por qué.
La timidez – ó quizá gracias a esta – de Emilio Varela no impidió que este pintor alicantino inundara sus lienzos con los colores de las montañas, del mar, de calles estrechas... le gustaba cargar con su caballete, sus pinceles, su paleta. Por caminos solitarios, por prolongadas veredas, por escarpados senderos... junto a campos de olivos, de almendros en flor, de algarrobos. Por la huerta alicantina, cerca de caserones de labranza, de balsas de aguas dormidas. Entre callejuelas del casco antiguo de Alicante, del puerto, del Paseo de la Explanada. Bajo el castillo Santa Bárbara y su monte Benacantil. En los pueblecitos del valle de Guadalest, en el palmeral de Elche, en los pueblos costeros de Jávea y Calpe. En tantos otros rincones donde Varela captaba con maestría el instante, el color, la luz.
No le gustaba pintar sus cuadros si se sentía observado por extraños, por curiosos. Por esto, buscaba estar sólo, entre bancales, aunque acompañado a veces de amigos y personas del lugar de su confianza que le informaban de parajes, de sendas, de costumbres. Cuando pintó calles y plazas, paseos y edificios, el puerto, lo hizo desde altos puntos de observación: la terraza del Ateneo, la torre del reloj del Ayuntamiento, el estudio de Andreu Buforn situado en el Barrio Antiguo…
El ser tímido que llevaba dentro no le impidió rodearse de buenos amigos. Los hermanos Botella durante su infancia, con quienes jugaba a hacer teatro en el desván de su casa, pintando él los escenarios. Más tarde, le gustaba la privacidad de las tertulias, como la que tuvo en la trastienda de "La Decoradora", en la calle Altamira, donde además de comprar lienzos y pinturas de la marca Cambridge y de participar en exposiciones, conversaba de arte con su propietario José Mingot Cremades y con su empleado Pepe Iñesta. También la que tenía en el taller del escayolista Ramón Ripoll en la calle San Francisco, a la que acudían, entre otros, el fotógrafo Ángel Custodio. Este un día llevó la revista "La esfera". En las páginas centrales de esa edición había una gran fotografía de almendros en flor en Guadalest. A todos les despertó la curiosidad por tan bello paisaje y les dieron ganas de visitar este pueblecito de la montaña, con su castillo excavado en la roca. La primera noche que pasó Varela cerca de Guadalest fue en la Fonda de Visenteta, en la calle Mayor de Benimantell, visitando este pueblecito y todos los del valle. No quería perderse nada.
A Emilio Varela estos paisajes le causaron una extraordinaria impresión. Los visitaría en numerosas ocasiones y los pintó en multitud de lienzos. Con diversos tonos de luz y de color según el momento en que era pintado el cuadro.
En sus caminatas, en sus excursiones campestres, a veces le acompañaron amigos venidos de Alicante contagiados por las particularidades de estos terruños, como el compositor Oscar Esplá, el escritor Gabriel Miró… todos ellos compartían una sensibilidad especial por este paisaje que les unía, para contemplar los campos de secano escalonados en terrazas, las rojizas tierras labradas de las faldas de las montañas, los chopos cerca de los riachuelos, las pinceladas blancas, marfil y rosáceas de los almendros en flor en primavera, el rumor del agua de las fuentes de la sierra de Aitana… en esta tranquilidad, con este sosiego, se inspiraban sus conciencias, se alteraba su imaginación. A Varela se le aceleraban sus ansias de pintar, de llenar el lienzo de colores donde la naturaleza era protagonista con sus diferentes tonalidades.
Varela no sólo es conocido por sus bellos paisajes de la tierra o de las poblaciones cercanas al mar, sino también por sus bodegones y sus retratos. Cuando necesitó de la figura humana para plasmar sus sensaciones en un cuadro, su timidez le hizo recurrir muchas veces a sí mismo, por eso se conocen más de un centenar de autorretratos desde su época de adolescente hasta poco antes de su fallecimiento.
En la obra de Emilio Varela descubrimos su facilidad para captar el detalle de los colores. En su fase aprendizaje, uno de sus maestros, el famoso pintor Joaquín Sorolla, le dijo al padre de Varela, cuando este le preguntó en el verano de 1905 si su discípulo progresaba en su estudio de Madrid, que "demasiado", añadiendo que le "estaba robando el color". Casi nada, ya ve.
Esta facilidad de captar los colores de su entorno y plasmarlos con sencillez en sus cuadros, es su seña de identidad. Como lo es también que en sus paisajes y bodegones gustaba de realizarlos en una sola sesión. Disfrutaba tanto cuando pintaba que no dejaba de hacerlo hasta terminar el cuadro. La paleta en una mano, los pinceles en la otra. Estos los cogía muy cerca de las cerdas. Incluso sus dedos, llenos de pintura, llegaron a acariciar el lienzo en muchas ocasiones, recorriéndolo con tonalidades diferentes. Tal era su excitación, sus ganas de plasmar lo que corría por su mente, que llenaba el lienzo con emoción, sin descanso, hasta terminar el cuadro.
La obra de Varela está recogida en Alicante en una sala del Mubag Museo de Bellas Artes Gravina, bueno quizá sala y media, pero se merece mucho más. Hace años se anunció que el Ayuntamiento de Alicante dedicaría un edificio entero para mostrar su arte, pendiente aún de hacerlo. Bien estaría este museo de Varela en el que se interpretara, además, la vida cotidiana de ese periodo, porque nadie elabora su arte sin relacionarse con su entorno.
Muchos alicantinos reivindicamos a Emilio Varela y su pintura, iniciativa ciudadana que solicita al Ayuntamiento un museo permanente de este pintor. Es una reivindicación pendiente. En su libro "Varela y su entorno. Notas para una biografía", editado en 1979, José Bauzá manifestaba que "cuando su perfil de pintor no ha hecho más que agigantarse,(…) nosotros continuamos negándole la atención y el respeto que su obra y el recuerdo de su persona merecen. No hemos habilitado un museo que custodie y conserve sus cuadros". Hoy esta petición sigue viva, ¿hasta cuándo?