entrevista

Sara Torres: "El deseo puede ser tan inocente como acogedor"

7/05/2024 - 

VALÈNCIA. Existen tantas definiciones del concepto de la seducción como miradas, gestos y palabras que se esconden tras esta palabra. Uno puede seducir a través de una conversación, con un simple gesto, e incluso cuando no lo pretende. En la seducción cabe la torpeza, la ternura o el error; también lo pasional y la incógnita por sus nuevas definiciones. Entre todas ellas se cuela la de la poeta y escritora Sara Torres quien publica junto a Reservoir Books su segundo libro, La seducciónuna suerte de diario y novela en el que camufla la definición de este concepto tan abstracto a través de dos protagonistas: una joven fotógrafa y una escritora. 

La relación entre ambas comienza con varios correos electrónicos en los que la escritora se muestra abierta a la idea de que la fotógrafa la retrate en su hogar. Entre cuidadosos mensajes escritos en tipografía Arial ambas confabulan sobre cómo se tomarán las imágenes que tendrían que definirla de cara al público. Para poder accionar el disparador de su cámara la fotógrafa se desplaza hasta su residencia en Altafulla, donde intenta acercarse a la escritora sin mucho éxito, lo que le obliga a tomar imágenes mentales de lo que sucede entre ambas. En los huecos que hay entre las dos hay ansiedad, expectación, cariño y muchas cosas que no se dicen con palabras. De la mano de la autora tanto la fotógrafa como la escritora dejan ver su ansia y su acercamiento entre platos de comida fría, paseos por las afueras y momentos en los que cualquier gesto puede significar una invitación al acercamiento o, en el peor de los casos, un rechazo. 

Gracias a personajes externos, como la editora de la escritora, su perro o incluso las comidas que comparten, se genera un tercer espacio en el que Torres juega a enlazarlas desde la seducción aparentemente involuntaria de la escritora y el ansia de la fotógrafa, quien en varios puntos de la novela se plantea que está haciendo en ese lugar. 

-En la novela dices que no elegimos las primeras imágenes que capturan nuestro deseo, pero alguna te tiene que haber llevado a componer La seducción.

-Para mí esas imágenes que detonan la imaginación y la escritura son una mezcla entre la repetición del archivo de la infancia y la experimentación con lo posible. Cuando escribo me interesa ser sincera conmigo misma y responder a mis preguntas, yo no elijo lo que me conmueve ni lo que me mueve pero sí me interesa reflexionar sobre el juicio moral, las pulsiones, el deseo y esta sensación de lo coercitivo o prohibido que nos atraviesa a todas nosotras.

-Hablas de estas sensaciones a través de personajes bastante peculiares, como el perro de la escritora que genera celos en la fotógrafa, ¿es premeditado?

-La perrita de la novela refleja los tiempos de la vida, tiene unas respuestas físicas de acercamiento a la fotógrafa iguales a las que se describen en la escritora. Para mí los tiempos lentos que lleva lograr la confianza del animal hablan de esa parte de la seducción que trabaja el libro. En el libro la fotógrafa no puede echarle en cara a la perrita que se tome su tiempo para conocerla pero sí a la “humana” que no muestra un acercamiento. Pienso en el movimiento y el juego de la seducción como un espacio que a veces, en lugar de conversación entre dos, se convierte en monólogo. La seducción como baile atento a los movimientos de la otra muchas veces se pierde en la ansiedad de la voz interior del sujeto nervioso por descubrir qué ocurrirá en una relación. 

-A veces esta historia se cuenta a través de fotografías...

-Diría que sí, como vengo de la poesía trabajo mucho con las imágenes y eso se nota en la lectura. Trabajo con una colección de imágenes, una especie de carpeta en la que sitúo imágenes escritas de lo que quiero contar. En el caso de este libro me interesaba contar parte de un relato imposible, el de las imágenes que la fotógrafa quiere capturar y a las que no puede acceder por parte de la escritora. 

-También se puede leer un símil entre el “hambre” de la fotógrafa y su pasión a la hora de hacer las cosas. En este sentido, escribes que "el hambre no tiene que ver con la estética sino con la voracidad".

-Pienso que la seducción o el deseo tienen que ver con el hambre, el deseo es un tipo de ímpetu que desea resolución y genera escenarios para buscar satisfacciones posibles. La mirada del deseo puede ser una mirada normativa y también la más revolucionaria que hay. El deseo, cuando está verdaderamente integrado, no realiza evaluaciones estéticas sino que eleva la atención sobre lo deseado e intenta poner en práctica su ímpetu, busca actuaciones en el mundo. En una pareja todo lo nuevo que muestra la otra persona resulta un estímulo. Si no partimos de una base represiva o insegura el deseo no tiene que provocar ansiedad sino expectación. 

-Pero en este caso las protagonistas no tienen el mismo tipo de “hambre”...

-Creo que cada una está en un momento vital distinto y que el hambre es un momento en el que una se puede sentir tan poderosa como radicalmente se siente vulnerable. 

Fotos: MONIKA SED

-¿Qué se busca con la seducción?

-Como yo la veo es un medio para llegar a la cercanía, hay un impulso creativo que busca recursos estéticos como una colonia o la ropa más bonita pero también hay estrategias de captación o “dulcificación del encuentro” que ocurren de manera más inocente. Esta idea se aleja del seductor-manipulador, y entra en la conceptualización de una seducción que ocurre en una base de ternura. Me parece bello alejarnos de la idea de seducción como rapto o violencia, el deseo puede ser tan inocente como acogedor. 

-A veces el error puede resultar incluso más seductor.

-El fracaso en la repetición de la norma nos acerca cuando nuestra disposición es tierna. Si tenemos una actitud ansiosa y de juicio el fracaso de la otra en la repetición de una norma nos extraña y nos aleja. Para mí cuando en la seducción aparece la duda y la experimentación esto resulta atractivo, el afecto amoroso surge con calma cuando una está relajada o se muestra natural. 

-Pueden mirarse en ese "tercer espacio" que creas en la novela, nuevo para las dos personas que dialogan y donde cabe esta seducción.

-Si yo conozco mi espacio y tú el tuyo tenemos que encontrar uno para las dos que sea nuevo y encontrar un punto en común entre ambas. En este “tercer espacio” caben todos los pensamientos, para mi es la traducción sincera del estado del cuerpo en conversación. Pero el mismo intento de ser sinceras está lleno de tensiones, lo que crea complejidad. Esta complejidad, en un contexto de ternura, está liderada por el deseo de amar -y amar bien- a la gente. 

-Volviendo al concepto del hambre, esa sinceridad tiene mucho que ver con la “glotonería”.

-Creo que la glotonería está entre la esperanza y la ternura. La esperanza de satisfacción del deseo y lo tierno de la apertura a ser emocionadas por la otra. También hay un tipo de glotonería compartida. Pienso en los momentos en los que el deseo fluye por parte de las dos y entonces surge una especie de mirada compartida que se fascina por el conjunto: es como cuando dos amantes se ven reflejadas sobre el mismo cristal y se sorprenden, piensan: “¡Qué belleza esa cosa que somos tú y yo juntas!”, entonces el deseo se dirige a un mismo tiempo hacia la otra y hacia el conjunto. Ese tercer espacio también es deseable y puede constituirse como fetiche.

-Tus capítulos no tienen un orden exacto, y se mezclan varios estilos dentro del libro, ¿es así como haces tuya la narrativa?

-Escribo con las herramientas diversas que tengo, que no son necesariamente las propias de la narrativa. Sin prisa ni presión e intento escribir la verdad sobre lo que pienso. Para mi la escritura es un trabajo “de la vida” en el que respondo a las preguntas que me hago a mí misma y lo hago con sinceridad.

-En una de las conversaciones de la novela se explica que “nunca son demasiadas escenas de sexo si las escribe una lesbiana”, ya que partimos de un “déficit de contenido”. Puede que al leer tus libros se genere un efecto parecido.

-Si nos está pasando algo, ¿por qué no contarlo? Creo que tenemos el poder de hablar con crudeza y de forma explícita sobre lo que el cuerpo ya conoce. En lo sexual surgen momentos en los que hay una amplitud enorme de modos de relación posibles pero las representaciones culturales de lo sexual tienden a sintetizar esta complejidad.

-Esas imágenes se reflejan de forma muy explícita en la novela y resulta novedoso porque no estamos acostumbradas a leer de esta manera el sexo lésbico.

-Algo tan maravilloso merece una propia historia de la literatura [ríe]. Creo que lo interesante es mostrar la amplitud enorme de los modos de relación que existen entre las personas y entre diferentes cuerpos, cuyos rasgos físicos en realidad no siempre están especificados en mi escritura. También creo que, cuando trabajo el plano de la fantasía, describo lo que las mentes proyectan y les gustaría accionar. Estamos colectivamente en un lugar muy bonito donde todas estamos empezando a abrir espacios de conversación muy importantes que antes no estaban ahí y lo estamos haciendo juntas. 

-¿Te consideras referente?

-No. Me considero una creadora que está ofreciendo imágenes para un repertorio colectivo que estamos revolucionando todas juntas. Creo que en este momento con mayor facilidad podemos arrojar luz sobre nuestra pulsión vital y nuestro deseo, algo que siempre ha estado ahí, y establecer un nuevo debate. A la vez siento que tenemos responsabilidad sobre las palabras que lanzamos al mundo. La visibilidad conlleva una parte importante de responsabilidad. 

-En tu anterior lanzamiento, Deseo de Perro, dedicas poemas a tu perrita Pan… ahí también hay un vínculo de alguna manera

-Claro, de hecho las herramientas de seducción de Pan son muy superiores a las de ninguna persona que he conocido. Tiene una capacidad de captación de la mirada constante, te mueve con los ojos… 


Como por arte de magia un Teckel marrón se asoma por la cafetería indicando el final de la entrevista, puede que sintiera celos de la conversación entre las escritoras y quisiera buscar su propio tercer espacio. Entre los libros y los refrescos se apaga la grabadora y concluye la conversación en la que la seducción ha generado muchas más preguntas que respuestas. Es el efecto de una buena lectura, aquella que deja con ganas de la “glotonería” y de querer escuchar la misma historia una y otra vez, con la misma incredulidad de un primer encuentro que se hace con una buena colonia y ropa bien elegida. 

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