A pesar de que fue declarado en 2016 Bien de Interés Cultural (BIC) por su enorme valor etnológico y patrimonial, este singular conjunto arquitectónico del siglo XIX acumula décadas de abandono y saqueos. El director y productor de cine Augusto M. Torres -Arrebato- ultima un documental sobre su historia
VALÈNCIA. Al atravesar la carretera que separa las poblaciones alicantinas de Sax y Villena, el viajero desprevenido se topa de pronto con un “pueblo fantasma”. Un lugar lleno de silencio y ruinas, cuyos vestigios dan a entender la existencia de un pasado próspero y bullicioso. Una plaza central presidida por una ermita, varias fábricas, un casinete, una casa-palacio modernista, un teatro… y muchos precintos policiales que prohíben el paso al interior de los edificios. Tras décadas de abandono y saqueos, el peligro de derrumbe es evidente. Estamos ante una versión rural y en miniatura de esas metrópolis postapocalípticas que estamos acostumbrados a ver en las películas de ciencia ficción.
El viajero que llega sin información previa a la antigua colonia de Santa Eulalia no puede comprender la importancia patrimonial y etnológica de este lugar, que de hecho fue declarado Bien de Interés Cultural en 2016. Los escuetos carteles informativos que encontramos al caminar por el conjunto arquitectónico son del todo insuficientes para adentrarnos en la fascinante historia de este proyecto agrícola-industrial, inspirado en las ideas de pensadores socialistas utópicos del siglo XIX como Robert Owen, Charles Fourier o Étienne Cabet.
Las movilizaciones vecinales han luchado sin éxito durante décadas para intentar que las administraciones públicas se hagan cargo de la rehabilitación de estos edificios y la reconversión de Santa Eulalia en un centro de interpretación cultural. “No soy muy optimista con respecto al futuro de la colonia -reconoce el historiador y cronista de Sax Vicente Vázquez-. Había una plataforma civil muy activa, pero acabaron muy decepcionados cuando vieron que la Generalitat Valenciana rechazó llevar a cabo el estudio de reconstrucción de la colonia que había salido como la propuesta más votada en las comarcas del Sur en los presupuestos de Participación Ciudadana”.
Por su parte, a los ayuntamientos de Sax y Villena el proyecto les viene grande y alegan que son los propietarios quienes están obligados a mantener en buen estado los edificios protegidos de la colonia. “El problema -continúa Vázquez- es que los herederos andan en litigios desde hace mucho tiempo, y además, como no se ha ido restaurando poco a poco, ahora la inversión necesaria es enorme. La colonia está completamente abandonada y además se ha ido expoliando todo lo que tenía en su interior. Lo próximo que se va a hundir es la fábrica de harinas, que ya tiene varios agujeros muy grandes en el tejado. Le va a ocurrir lo mismo que a la alcoholera. Hubo una oportunidad muy buena de expropiar y rehabilitar hace unos años, cuando la Universidad de Alicante se interesó en convertir la colonia en un campus. Pero la situación con los herederos estaba tan enmarañada que la cosa se quedó en nada”.
Con el objetivo de llamar la atención sobre la lamentable situación de la colonia de Santa Eulalia, el director, productor, guionista y escritor madrileño Augusto M. Torres -productor, entre otras, de la película de culto de los años 80 Arrebato- ha grabado un cortometraje documental que se presentará el próximo mes de julio en el Festival de Cine de Sax.
Durante cerca de cincuenta años, alrededor de cuarenta familias vivieron y trabajaron en los campos de cultivo y las fábricas de este poblado autónomo, construido a finales del siglo XIX en la comarca alicantina de l’Alt Vinalopó, en un lugar donde apenas existían una ermita erigida en época medieval y una casa de labranza. Los antecedentes directos de Santa Eulalia fueron las colonias textiles levantadas en Cataluña cerca de los ríos Ter y Llobregat, buscando aprovechar la energía hidráulica necesaria para mover los telares. Era -con matices- una especie de utopía rural que permitía a los trabajadores vivir en unas condiciones mejores que las habituales en la época y en el entorno.
“Esta colonia es fruto de su época, una España en proceso de transformación -explicaba en 2013 en su proyecto de investigación la arquitecta Neus Beneyto Falagán-. El aumento de la población y una creciente industrialización en detrimento de la agricultura llevaron a la masificación de las ciudades y el consecuente abandono del campo. Desde finales del siglo XVIII, la preocupación por el estado del entorno rural es una constante en los círculos académicos y gubernamentales. Durante el siglo XIX se suceden políticas y leyes colonizadoras, que buscan devolver al campo la mano de obra desaparecida, fomentando la recuperación y repoblación de las zonas más empobrecidas y así corregir los equilibrios territoriales, demográficos y económicos. La colonia de Santa Eulalia responde a una de aquellas utopías del territorio, que trataron de establecer comunidades experimentales en espacios vacíos y sin memoria aparente. No-lugares donde poner a prueba formas de organización económica y social alternativas, en los que reescribir y reformular la historia y sus leyes”.
La colonia de Santa Eulalia estaba formada por un conjunto de edificios fabriles (fábrica de alcoholes, de harina), de servicios (administración, teatro, casino, iglesia, correos y telégrafos y estación de ferrocarril derribada), además de las viviendas de los trabajadores y la casa-palacio de los nobles que poseían las tierras e impulsaron este proyecto.
Los terrenos eran propiedad, ya en 1655, de la familia Mercader, nobles y caballeros de origen valenciano. A partir de herencias y uniones sucesivas, la posesión de las tierras pasa a manos de Antonio de Padua y Saavedra, conde de la Alcudia, quien en 1887 se acogió a la Ley de Colonias Agrícolas de 1868 para poder llevar a cabo una propuesta inspirada en los falansterios o comunidades de producción, consumo y residencia de carácter agrícola teorizadas por Fourier. La diferencia fundamental es que la colonia alicantina nunca se planteó como un sistema social igualitarista, sin salarios ni propiedad privada.
Tal y como explica Neus Beneyto Falagán, la colonia de Santa Eulalia se corresponde más bien con el modelo de “heterotopía patronal”. “Los patronos recogen algunas de las ideas propuestas por los socialistas utópicos y las aplican, transformadas, a sus propios proyectos empresariales. Sin despreciar su posible interés filantrópico ni negar las mejoras objetivas que estas nuevas colonias productivas supusieron en el nivel de vida de la clase obrera, es justo señalar y descubrir la otra cara de la moneda: el abuso de poder, el exceso de paternalismo, la imposición de otras leyes y otra moral, la vigilancia constante. Los propietarios de fábricas y tierras pretendían, de alguna manera, modelar el trabajador perfecto, el obrero soñado”.
En 1891 se mandó reconstruir la ermita, pieza fundacional del conjunto, y en 1898 empezó a edificarse la casa-palacio de los nobles. “Las primeras casas para colonos deben de corresponder también a este primer periodo, conformando así la primera y principal plaza de la colonia, donde se congregan, uno frente al otro, los dos poderes fundamentales de la época: la iglesia y la nobleza, alrededor de los cuales, y bajo su atenta y vigilante mirada, se disponen las viviendas de los obreros”.
La arquitecta hace hincapié en la generosidad de los espacios domésticos y fundamentalmente sus condiciones higiénicas y de salubridad, que eran únicas para la época en la que fueron construidas. Además de la función productiva, la colonia disponía de ciertos elementos propios para el esparcimiento, como el teatro Cervantes. “Estos lugares de recreo, según las fotografías de la época y otras fuentes documentales consultadas, debían de estar destinados fundamentalmente a los propietarios y sus familias y otros visitantes de clase burguesa o nobiliaria. Pero sin duda impregnaban a la colonia de un ambiente algo más festivo o relajado”.
El momento de mayor prosperidad de la colonia se dio con el cambio de siglo, pero el “sueño” apenas duró cuatro décadas en total. “La falta de una adecuada gestión de la colonia y sus sistemas productivos, la prescripción de los privilegios que concedía la Ley de 1868, el desarrollo en torno de una sociedad capitalista cada vez menos dependiente de la agricultura y las consecuencias y estragos de la guerra civil, provocaron la pérdida paulatina de población y el cese de las actividades agro-industriales. El proceso de decadencia y abandono había comenzado”.
El palacio se deshabitó definitivamente a mediados de los años setenta del siglo XX, momento que Vicente Vázquez sitúa como el comienzo de la verdadera decadencia de los edificios de la colonia, que a partir de entonces fue víctima de todo tipo de pillajes y actos vandálicos.