ALICANTE. Muchos ignoran, sobre todo nuestros visitantes, que la provincia de Alicante es una de las más montañosas de España y que alberga espectaculares valles cuyo mejor ejemplo son los de la comarca de la Marina Alta que no tienen nada que envidiar a los de otras regiones del país. En las líneas que siguen recorreremos esta “Ruta de los valles”—que así se la podría denominar— utilizando la toponimia en valenciano que es la que figura en la señalización. Probablemente, el punto de partida más idóneo sea Pego, patria chica del olvidado cantante Michel y cuna de la legendaria Absenta La Loca. De este municipio sobresale el casco histórico, que acoge el Museo Etnológico dedicado principalmente al arroz mostrando su reconocido arroz bomba y la variedad autóctona bombón, el castillo islámico de Ambra y en su valle el Parque Natural del Marjal de Pego-Oliva compartido con este municipio de La Safor.
Cruzamos la ciudad y enfilamos la carretera que se dirige al resto de los valles. Pasamos por L’Atzúbia, una bella población con sus pintorescas callejuelas de origen árabe, y poco después tomamos una desviación que nos lleva a Forna, la localidad más septentrional de la provincia, que domina un menudo valle presidido por un castillo cristiano levantado tras la conquista.
Desandamos el camino para volver a la carretera principal y pronto estamos en la Vall de Gallinera que está conformado por ocho pueblos: Benirrama, Benialí, Benissivà, Benitaia, La Carroja, Alpatró, Llombai y Benissili. Este valle, que ha sido llamado el Jerte alicantino, fue reconocido hace tres años por una prestigiosa publicación internacional como la zona española con mejores cerezos en flor.
Desgraciadamente, la cooperativa que agrupa a los valles de la comarca cerró hace unos meses debido a la casi nula producción a causa de la sequía y los incendios. Esperemos que la situación mejore. Pero este privilegiado enclave brinda al viajero más posibilidades. Los senderistas pueden disfrutar de sus doce rutas, los amantes de la prehistoria encaramándose a sus 17 abrigos con más de 400 pinturas rupestres y a los fotógrafos les aguarda el reto de captar la alineación solar que se produce a primeros de marzo y octubre cuando los rayos solares traspasan el arco de la Penya Foradada (Peña Horadada) e iluminan el paraje donde antiguamente existía un convento franciscano. Y no debemos olvidar su singular gastronomía, pues algunos restaurantes ofrecen un rico estofado de jabalí y el blat picat (trigo picado), una versión “Gallinera” de la olleta alicantina.
Seguimos avanzado y al poco de salir del valle nos encontramos con un cruce a la izquierda que enlaza con el siguiente: la Vall d’Alcalà que agrupa a dos entidades locales: Alcalà de la Jovada y Beniaia. Nos internamos por esta carretera y a la izquierda, fuera de nuestra vista, se hallan sobre un escarpado cerro los vestigios de un castillo que fue destruido por dos terremotos durante la Edad Moderna. Este castillo es conocido en la actualidad de tres maneras: de Alcalá, de Benissili —al ubicarse en esta población del valle vecino— y de Al-Azraq, pues constituyó la atalaya inexpugnable desde donde el caudillo andalusí gobernó sus dominios. Los aficionados de la historia deben saber que en el denominado “Camino del acueducto” se halla una señal conmemorativa que nos informa que allí Alfonso de Aragón, hijo del rey Jaime I, y Al-Azraq firmaron su histórico pacto.
Sobrepasamos Alcalà de la Jovada, que linda con la carretera (Beniaia queda en el interior del término), y en nada vemos un camino rural a la izquierda que lleva al poblado morisco de l’Adzuvieta. Seguimos adelante y a unos doscientos metros, al otro lado de la calzada, una señal nos indica una corta senda que conduce a una nevera, los depósitos donde antaño se almacenaba la nieve.
Abandonamos las tierras del “Visir de la Montaña” y nos adentramos en la Vall d’Ebo, municipio tristemente conocido por el incendio del pasado año que afectó también a otros colindantes. En el encantador pueblo, que da nombre el propio valle, destaca la iglesia barroca; y en su orografía se hallan la cueva del Rull, una maravilla de la naturaleza, y uno de los accesos del Barranco del Infierno, por cuyas profundidades se abre paso el río Girona. Este barranco, que es conocido como La Catedral del Senderismo, tiene dos trayectos: uno senderista sin riesgos y otro barranquista, una mezcla de barranquismo y de escalada, que puede recorrerse tanto si el cauce está seco como con agua.
Continuamos la marcha hasta que la carretera toca a su fin en una intersección donde un letrero reza Pego a la izquierda; pero, en vez de dirigirnos de nuevo allí, giramos a la derecha. Cruzamos Sagra y Tormos, dos bonitos pueblos que nacieron como alquerías musulmanas, y nada más dejar este último una indicación a la derecha nos hace saber que esa es la carretera de la Vall de Laguar. Por ahí seguimos, y un poco antes de llegar al valle una señal nos informa que bien cerca se encuentra Fontilles, la última leprosería de Europa. El sanatorio y otras edificaciones forman una especie de colonia —perteneciente al término de Laguar— que descansa en un recoleto valle en el que se divisa en lo alto de los montes circundantes la muralla que se construyó a principios del siglo pasado para aislar a los enfermos.
Tras el cruce de Fontilles, en apenas unos minutos entramos en Laguar con sus tres pueblos, Campell, Fleix y Benimaurell, localizándose en este último el otro acceso al Barranco del Infierno. Este valle también posee un rico pasado cuyo hecho más notorio es que amparó uno de los últimos baluartes de los moriscos. Ascendemos por la carretera, que comunica sus núcleos urbanos, y enseguida nuestros ojos se ven atraídos por una peculiar cumbre de dos puntas que emerge a nuestra izquierda que parece saludarnos a nuestro paso. Se trata de la mítica montaña del Cavall verd (caballo verde), llamada así por su forma que asemeja a una montura y por el verde del arbolado que la tapiza, y cuyo nombre da título a la novela de Joaquín Borrell (hay versión en castellano) que se enmarca en el tiempo de la expulsión de los moriscos.
Y con Laguar finalizamos esta “Ruta de los valles” que se puede recorrer en una sola jornada, suficiente para hacerse una idea general; pero es obvio que esta aconsejable ruta merece otras escapadas según los gustos personales de cada uno: deportes de montaña, naturaleza, cultura…o, sencillamente, realizar turismo rural sin más pretensiones.