ALCOY. La última crisis sanitaria ha cogido tal velocidad e intensidad en las últimas semanas que muchos filósofos ya hablan de pandemia social, incluso de un efecto psicovírico. Algo que ha afectado en gran medida al subconsciente colectivo, atrofiado y paralizado por el miedo que alimenta vehementemente el sistema. Y de su sueño, como ya decía aquel, que produce monstruos, un virus con forma de humano, casi como un delincuente que puede probar su existencia de manera empírica, y que puede ser arrestado con esposas por la policía o abatido por un militar (!), incluso. A las diferentes mutaciones orgánicas del propio bicho, la que emerge de esta sinrazón, que le permite tener ojos y boca, prácticamente comunicarse con otros seres vivos. ¿Cuál es el poder real de esta sensación de contagio colectivo? ¿Se trata de un golpe al capitalismo "a lo Kill Bill", como afirmó el filósofo y sociólogo esloveno Slavoj ŽiŽek, o es una declaración de guerra en toda regla? Conocemos la opinión del filósofo, ensayista y crítico de arte, reconocido catedrático de Estética de la UV, Román de la Calle, en la siguiente entrevista. Primera parte; el acercamiento al concepto acuñado de confinavirus.
-Me remito a un artículo de Byung-Chul Han para rebotarle la pregunta. ¿Puede el virus remplazar a la razón?
RC: Justamente Byung-Chul Han se decanta hacia el rechazo de tal posibilidad, al apostar, de forma explícita, por la carta salvadora de la recuperación de los fundamentos radicales/constituyentes de la humanidad -el redescubrimiento de la persona- que él vincula, en concreto, a manera de revolución necesaria, de cara al futuro más inmediato, tanto con el desarrollo de los sentimientos de solidaridad, interpretados/asumidos en favor de una nueva paideia transformadora, como con la compartida solicitación de la facultad de la razón. Una razón práctica que se relacionaría, para nuestra impostergable supervivencia, en primer lugar, con la directa salvación del planeta, frente al cambio climático. Ese es, a mi parecer, el sentido básico de la óptica filosófica de Byung-Chul Han: la transformación que, tras la pandemia, cabría apuntarse, solo podría venir de la razón humana, tendente a la optimización de las metas de un nuevo sistema equilibrado. Esa es le revolución humana que propone y desea. A pesar de que me cuesta pensar que, de hecho, la espere, en efecto, dado el contexto apabullante que la COVID-19 ha destapado, más descarnada y brutalmente, en torno a los increíbles poderes del omnicapitalismo.
-El virus, ¿no será un golpe al sistema capitalista, entonces? ¿Qué va a cambiar?
RC: El continuum explicativo global en el que nos estamos moviendo y al que me voy a referir, queda definido, esquemáticamente, por necesidad de simplificación didáctica, (en)tre una clara dualidad de conceptos: por un lado, la supervivencia, donde se ampara directamente la salud y, por otro, la subsistencia, que arropa estratégicamente los engranajes de la economía. El continuum, cuyos extremos ocupan ambos conceptos, se transforma, pues, en escenario de la representación, para el sistema que social y económicamente regula la organización global, desde el momento que no es viable, de facto, mantener el equilibrio funcional que polarizan sus extremos. Según los respectivos subsistemas político-económicos vigentes, al socaire del macrocapitalismo, se tenderá a dar prioridad –en el contexto de la realidad existencial presente, en torno al coronavirus-- o bien a la supervivencia, defendiendo la salud de las personas, por ejemplo optando, como opción básica, por la aplicación del confinamiento, o bien respaldando la subsistencia del sistema, con el decantamiento hacia las propuestas del entramado empresarial, abriendo -por ejemplo- las actividades ciudadanas, como objetivo básico. Los sistemas reguladores de nuestras vidas han hecho agua por múltiples extremos y, sobre todo, han quedado al descubierto sus limitaciones e incluso sus miserias, las cuales nos eran sabidas, por descontado. Pero una cosa es saber y otra, tristemente, experimentar y/o sufrir directamente. El mejor ejemplo, paradigmático de lo indicado, es el resultado liberador del estado del aire respirable -por fin- en nuestras ciudades. Igualmente ha quedado al descubierto el mito idealizado de la Unión Europea, con sus claros vacíos de unidad y solidaridad. Sin duda, un problema determinante -que habrá que resolver, cuanto antes-, de cara al futuro.
"La transformación solo podría venir de la razón humana, tendente a la optimización en un nuevo sistema equilibrado"
- ¿El virus tiene más capacidad de aislar o de crear comunidad? En un sentido figurado, claro está.
RC: El fenómeno de confinamiento, postulando/amparando la supervivencia, con el argumento del no contagio, es resultado directo y general de la pandemia, que se reconoce y valora en sus consecuencias individuales y colectivas. En realidad, la presencia, constatada, del riesgo efectivo, puede provocar además, psicológicamente, el autoaislamiento, como manifestación de temor y autoprotección. Pero, asimismo la duración de la reclusión nos hace valorar/añorar, efectivamente, -por compensación- los aportes y ventajas de la convivencia y de la vida en comunidad. De todas maneras, el confinamiento debe especificarse y analizarse en sus grados diferentes. No es lo mismo el aislamiento individual, que la reclusión en pareja o el mantenimiento de la unidad familiar, más numerosa. También debe matizarse la referencia vital a las relaciones ausentes, en cada caso, según las personas distanciadas, su estado y limitaciones o carencias. El mes ya experimentado, en el confinavirus que nos afecta, ha agravado, evidentemente, las derivaciones ramificadas coexistentes.
-Y la libertad de expresión, ¿también se ha visto afectada, a su parecer? ¿Qué hay bajo la epidermis del miedo?
RC: Hay toda una gama de categorías, que recoge puntualmente el lenguaje, en el campo de las emociones. Tal ocurre en el dominio estético (lo agradable, lo bello, lo sublime/el humor, lo cómico, lo trágico…) pero también existe esta gradación categorial en los sentimientos de inquietud, temor, miedo o pánico, que pueden pasar -y de hecho pasan- de las expresiones del ámbito artístico al rigor efectivo de lo cotidiano, bajo determinadas condiciones, que son precisamente las que el coronavirus ha introducido en nuestro calendario vital. Cuando se alcanzan los grados máximos a tales situaciones emotivas y se producen bloqueos, efectivamente silenciamos e inhibimos la posibilidad de momentos expresivos. Pero difícilmente cabe hablar de carencia de libertad de expresión, en el sentido de censura. También las situaciones límite pueden forzar, a la inversa, explosiones incontinentes y extremas de directa comunicación, cuya motivación derivará precisamente de tal contexto privativo, inusual. Otra cosa es que, de manera argumental, en sentido crítico, frente a una mala gestión desarrollada por los responsables actuantes, precisamente, debido a la gravedad y complejidad de la situación vivida, nos lleve a justificar y silenciar -compasivamente- el grado de responsabilidad política, que debía asumirse, por lo que quizás su exteriorización y/o sanción pública pueda quedar relegada o mermada, por tales presiones.
"Los sistemas reguladores de la vida han hecho agua y han quedado al descubierto sus miserias, que nos eran sabidas"
-Sigo por el mismo camino. ¿Ha despertado ya la 'sociedad del cansancio'? ¿Vamos hacia un mayor control de los sujetos, por parte de la jerarquía?
RC: Yo diferenciaría, sociológicamente, entre dos nociones. Una cosa es, en concreto, el posible "cansancio social", debido al largo mes, ya transcurrido, de este confinavirus general, y otra muy diferente sería el concepto, políticamente muy cargado de connotaciones, de "sociedad del cansancio", referido quizás --a mi modo de entender-- a una posible/efectiva toma de consciencia, frente a las pautas de conducta derivadas/implantadas por el sistema neoliberal, al socaire y en aplicación de la consabida "Doctrina del Shock" (Milton Friedman), que facilita estratégicamente los cambios, aprovechando, paso a paso, la presencia emergente de las crisis, ofreciendo siempre, como contrapartida, altamente significativa, -frente al riesgo- seguridad, pero a costa de la creciente y/o drástica reducción de libertades. (…) Es evidentemente constatable el mayor grado de control de los sujetos, amparado/justificado, pragmáticamente, por la dureza de la coyuntura socio-sanitaria. Acción debidamente argumentada y, en principio, transitoria. Pero que, tras lo indicado, podría arriesgadamente, de manera estructural y metodológica, integrarse, al amparo de la citada doctrina del shock, si la "sociedad para los ciudadanos" -como acción común, reguladora y determinante, por la que me inclino, sin duda- no es capaz de reaccionar, paso a paso, en el conjunto de países, también en el nuestro, como participación unitaria, de persistente supervisión equilibradora.
- ¿Es más oportuno tomar una actitud estoica o rebelde, heroica, en su opinión?
RC: Nos podemos referir, diferencialmente, a la actitud resignada, estoica e integrada, de amplio espectro y extensión, pero también cabe ser destacada la actitud heroica y sumamente participativa, en primera línea de entrega y fuerte responsabilidad, o, asimismo, puede subrayarse la actitud creativa y diversificada,en sus voluntarias intervenciones de amplia colaboración socio-artística; mientras, paralelamente, no debe silenciarse la posible actitud cargada de rebeldía, contestación, discordancia e indisciplina, explícitamente no integrada en la situación; tampoco falta la actitud distante, crítica, no satisfecha, quizás también políticamente tamizada, cuya presencia en las redes sociales suele ser abundante, con grados diferentes de problematicidad.
-¿Cómo se ve afectada la moral en esta pandemia?
RC: Adscribimos la moral al conocimiento que el ser humano, en cuanto sujeto de actos voluntarios, tiene del conjunto de normas, valores y creencias, como totalidad directamente vinculada a la regulación de los usos y costumbres, que aseguran la estabilidad del ámbito social, al que está vinculado y pertenece. En consecuencia, una situación catastrófica como la que estamos viviendo implica evidentemente la alteración/suspensión, revisión/adecuación de tal conjunto normativo y, además, de las costumbres, según la conmoción socio-personal experimentada. Pongamos un simple ejemplo, pero bien elocuente, a tal respecto: se trata del replanteamiento axiológico que el conjunto de la ciudadanía, dados los duros hechos que la cotidianidad nos presenta -en un juego límite, de vida y muerte-, ha llevado a cabo sobre la tradicional pirámide jerárquica de las profesiones y trabajos, integrados en el marco social vigente. Es sorprendente cómo las profesiones vinculadas al ámbito sanitario, en su conjunto, así como aquellas otras adscritas a las funciones de ayuda, ordenación, salvaguarda, abastecimiento y colaboración ciudadana, han pasado a ocupar, emotiva y estimativamente, los niveles superiores de reconocimiento social y atrayendo, en paralelo, explícitas manifestaciones diarias de afecto y estimulación.
"¿O es que, tras el 'rayo' pandémico, van a llegar unos aires renovados? Perdonad mi escepticismo, pero lo dudo"
-¿Qué valores se prevén para, ya, este nuevo futuro?
RC: Comenzaré diciendo que el posible baile de valores ha sido, puntualmente, forzado por una situación (supuestamente) natural de insospechada radicalidad. Pero, sin duda, muchos de las experiencias vividas -con intensidad, ahora- nos han ayudado a reinterpretar, como auténticos problemas, muchas de las actitudes, decisiones, pautas establecidas y regulaciones, que las sociedades han venido asumiendo/sufriendo, pero tolerando e incorporando a su diario quehacer, durante el último siglo (por indicar un tope significativo), en lo referente al cambio climático, a la desestabilización laboral (temporalidad de empleo y pauperización salarial), a la reubicación industrial internacional, al turismo no sostenible, a la sistemática extracción/explotación de materias, a la emigración in-visible o al crecimiento imparable de la pobreza, junto al afán acumulativo de riquezas, demostrable estadísticamente. La verdad es que venimos mirando hacia otro lado, sin excesivos remordimientos, durante mucho tiempo, mientras las gigantescas ruedas del poder han girado, a sus anchas, implantando sus propias reglas y objetivos internacionales, sobre los ejes reguladores del sistema, que hemos adoptado/nos ha adoptado y deglutido, jugando con habilidad, entre los extremos regulativos de sobrevivencia & subsistencia, de sostenibilidad & rentabilidad. Claro que, posiblemente, cada vez somos más conscientes de la situación y que, quizás, la pandemia ha sacudido algunos (o todos) los cimientos del desmesurado andamiaje, que nos "protege" (a unos más que a otros). Pero también es importante replantearse si es viable, de hecho, el apuntalamiento de los necesarios cambios, sin las estructuras de poder efectivo que los hagan posible. ¿O es que, tras la iluminación del terremoto/rayo pandémico, va efectivamente a posibilitarse, intergeneracionalmente, la acreditación drástica y paulatina de la llegada de otros aires renovadores, imprescindibles, de cara al futuro? ¿Cómo un regalo, acaso, llegado del cielo oscuro, que haga posible la formulación revulsiva de una ética renaciente? Perdonad mi escepticismo, pero lo dudo. Posiblemente se cambie algo, sí, pero para seguir rodando en la misma pendiente.