Este es el tema central de Roaming, la última obra de Jullian Tamaki y Mariko Tamaki, autoras de Skim y Aquel verano, dos excelentes novelas gráficas sobre la búsqueda adolescente de la propia identidad. En esta ocasión, las protagonistas no son tan jóvenes, acaban de empezar la universidad, están en su primer año, y todavía tienen toda su vida por delante.
Las autoras han explicado que se fijaron en el efecto “tercer día” de cada viaje, en el que la gente, pasada la euforia inicial y la novedad, está un poco cansada, se le baja el ánimo y se pone de mal humor. Está basado en la experiencia propia, ellas mismas reconocen que tras sus escapadas han hecho amigos para toda la vida y otras veces, al final, ambos han reconocido que quizá la amistad que tenían no era para tanto.
En este cómic, el viaje en cuestión es a Nueva York, un destino conflictivo. Tiene una oferta de museos escandalosa y una cantidad de tiendas abrumadora. No es fácil encontrar a gente pueda conciliar ambas facetas del viaje. Aquí son tres amigas las que emprenden el viaje y esa discrepancia se pone de manifiesto, pero uno de los problemas que surge es el coqueteo entre dos de ellas.
No obstante, pese a esos detalles lo que trasciende en esta obra es lo mismo que ya había en las anteriores, particularmente en la excelente Skim. Las primas Tamaki ensalzan o presentan como personajes positivos en su sobra a las adolescentes que no se dejan llevar por los complejos. El equilibrio, la humildad y la honestidad, en una época turbulenta en la que la gente está loca por molar, es lo que se propone como contrapeso. Es decir, la valentía. No ser esclavas del qué dirán, no doblegarse ante la “ley del más popular”.
La guionista Mariko Tamaki tiene una larga carrera como novelista y como guionista de superhéroes en DC, Darkhorse y Marvel, pero sus dos anteriores colaboraciones con su prima Jilian han sido premiadas y reconocidas. Aquí mismo nos descubrimos ante Aquel verano. Son obras muy sencillas, pero cargadas de significado al mismo tiempo. Relatan vivencias a priori banales o cotidianas, pero a través de su experiencia en la vida, logran llenar de pequeños detalles que hablan de las protagonistas más allá de sus palabras y abren múltiples enfoques de cada situación. Hay, por ejemplo, una viñeta en la que un personaje, Fiona, acaba durmiendo borracha sobre las tonterías que se ha comprado compulsivamente sin control que es una genialidad.
Otro aspecto que pone de manifiesto esta obra son los complejos de centro y periferia en América del Norte. Las protagonistas son canadienses y hablan mucho sobre su lugar de origen. Ocurre un problema, Canadá es uno de los países más aburridos del mundo. Para la forma de vida norteamericana, con extensos barrios periféricos residenciales o pequeñas localidades alrededor de grandes núcleos inaccesibles económicamente, la existencia es mortecina.
Ellas mismas lo admiten y el personaje más presuntuoso intenta disfrazar sus orígenes en Brooklyn para darse un poco de caché y compensar el cementerio del que procede. Estas dinámicas no son fáciles de entender en España, donde prima el orgullo por el lugar de origen, capaz de llegar a las manos si se mancha su honor, pero en muchas otras partes del mundo existe cierta vergüenza de no haber crecido cerca de los grandes centros donde está la acción.
Es probable que esta disección tan exquisita y detallista de la identidad de las personas venga por la personalidad de Mariko Tamaki. No solo es japonesa y caucásica al mismo tiempo, con lo que ello supone en Estados Unidos, donde la comunidad asiática se enfrenta a los clichés y el tradicionalismo de sus redes familiares. A ella la llamaban “china”. Además, es lesbiana y tuvo que salir del armario. Este tema está presente en todos sus textos, pero esta vez no lo es desde una perspectiva conflictiva. Ya se ha pasado ese momento de pesadilla de la adolescencia en el que todo parece el fin del mundo. Las protagonistas ya han hecho esos deberes.
Aunque las autoras estén tan atentas a su identidad personal, el tono contemplativo con una expresión sutil que emplean es un lenguaje universal. Un personaje en sus antípodas personales como Bastien Vivès no hace un trabajo tan distinto. Para mí, es un milagro que sigan publicándose obras de este estilo. Me pregunto cuándo dejarán de ser rentables. Y no soy el único, Jillian lo ha reconocido en entrevistas. Ve que ya es una millennial vieja y teme que algún día lo que hace pase de moda. Vive siendo consciente de que todo esto que tenemos entre manos no tarde en desaparecer. Comprémosle con fruición, pues, todo lo que saque si queremos resistirnos al avance de La nada.