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Reflexionando en frío / OPINIÓN

Rentistas del miedo

4/10/2020 - 

La semana pasada, con la soledad matutina y con el gélido frio del café con hielo puse los informativos de la mañana y a los cinco minutos de encender la caja tonta la apagué con desconcierto al ver cómo la cadena no dejaba de verter catastróficos datos mientras encendía la alarma de un posible segundo confinamiento. Todo valiente que se atreve a empezar el día con una dosis informativa sabe que se atiene a las consecuencias de comenzar la andadura con el estado de ánimo alterado. Ya dice Víctor Kuppers que todos los que nada más despertarnos consultamos las noticias tenemos cierta tendencia masoquista… Quizá por eso me metí en política aún a sabiendas que su realidad es una remasterización real de la película Puñales por la espalda. 

Empiezo a pensar que hay ciertos intereses en distintos sectores o individuos en utilizar esta guerra contra el virus para generar alarma o darse bombo a base de publicaciones insustanciales con ningún tipo de rigor científico. No es la primera vez en la historia, -una que no tiene apellidos por mucho que el PSOE se empeñe en ponerle el pomposo sobrenombre de democrática-, que se urden planes fácticos aprovechando un conflicto para conquistar objetivos concretos. En1898, la opinión pública estadounidense culpó a España de la voladura del Maine, un acorazado americano atacado presuntamente por nuestro país, -aunque los libros negros de la memoria aseguran que fue un montaje provocado por los propios EEUU-, y estalló la conocida Guerra de Cuba que pondría fin a la hegemonía colonial de España en el mundo. Unos años más tarde, en 1941, la base naval de los Estados Unidos en Peral Harbour fue atacada por la Armada Imperial Japonesa y los estadounidenses entraron como consecuencia en la II Guerra Mundial. Una maniobra interesada y que, según algunos historiadores de manera conspiranoica, aseguran que los americanos se dejaron atacar teniendo conocimiento de la ofensiva nipona para participar en el conflicto bélico internacional. 

Sean o no ciertas estás insinuaciones rocambolescas, no cabe duda de que en ocasiones los conflictos suponen una oportunidad para determinados interesados. No se puede negar, por ejemplo, que Estados Unidos no sería lo que hoy es sino hubiera ejercido como paraguas de la destrucción de Europa en la segunda gran guerra. Intereses vistos también en la actual batalla moderna contra la covid-19. Determinadas entidades y políticos, como así denuncian los científicos, están ejerciendo un uso partidista de la pandemia para conseguir a base de la utilidad demagógica de las víctimas, réditos con los que encumbrar sus decisiones o boicotear a los contrincantes. Véase por ejemplo la cacería política que se está perpetrando contra Díaz Ayuso con la cooperación necesaria de su aliado Ignacio Aguado, en la que se pretende aislar a Madrid con el pretexto de la alta incidencia de la pandemia pese a que los últimos datos reflejan que territorios como Navarra ostentan una mayor tasa de contagio que la capital. 

Ese acoso gubernamental a la capital no es más que una táctica para cortejar a las formaciones catalanistas con el fin de que se unan al pacto presupuestario además de impulsar electoralmente al previsible candidato socialista en las elecciones catalanas Salvador Illa. Rastrero cortoplacismo propio de unos gobernantes que en lugar de liderar a una generación prefieren obcecarse en el reducido período en el que están el poder.    

Narcisismo imprescindible incluso en tiempos de pandemia. Egolatría encarnada por nuestro presidente Pedro Sánchez, que a parte de usar torticeramente a las instituciones para sus fines también hace lo propio con algunos medios de comunicación para que despierten a través de mensajes alarmistas el temor en la población y esta caiga rendida a los brazos de un nuevo mando único despreciando la eficiente gestión de las comunidades autónomas. Se escucha en el entorno el rumor de una nueva cuarentena como consecuencia de que ciertos comunicadores no dejan de meter miedo en el cuerpo a los españoles en lugar de concienciar de la importancia de las medidas de prevención como la higiene o el uso continuado de mascarilla.

Ya dijo Josep Corbella, periodista científico en un artículo en La Vanguardia que a diferencia de en marzo cuando no conocíamos el modus operandi del coronavirus, ahora ya tenemos constancia de su modus vivendi por lo que estaba en nuestra mano el nivel de posibilidades de ser contagiados o no.  

Estoy cansado de tanto alarmismo, de respirar el pavor en los ciudadanos. Si a principio de la pandemia estos mismos medios relativizaban el virus ocultando ciertos datos de calado, ahora hacen todo lo contrario contando los hechos sin un ápice de pedagogía. Lo hacen porque les interesa dibujar una España caótica sin la comandancia de Salvador Illa y su gabinete de expertos ficticio que de acudir al rescate seguro que las informaciones actualizadas serán mucho más halagüeñas que las ahora proporcionadas.  

Es de alguien deleznable el que aprovecha una disyuntiva así para sacar tajada de lo que vivimos. Falta de escrúpulos a la orden del día en esta realidad capitalista en la que cualquiera puede escribir un relato sobre lo sucedido pese a no contar con las nociones técnicas suficientes para fundamentar una obra decente o reseñable. Lo digo por todos estos autores que no se si por el tedio del confinamiento o por unas ansias desmesuradas de hacerse notar se han embarcado en la publicación de libros relacionados con el coronavirus. Jordi Evolé, Ernesto Ekaizer, Jano García… un sinfín de nombres sin ningún tipo de noción científica que copan las estanterías de las librerías sin dejar espacio quizá a reputados investigadores que sí podrían aportarnos elementos de juicio fundamentados. Intrusismo en el argot sanitario nada sorprendente teniendo en cuenta que incluso en prestigiosas revistas como Nature se están dando como ciertas teorías disparatadas que en circunstancias normales no pasarían el minucioso filtro de dicho boletín. 

En momentos como los que estamos viviendo es tiempo de tener la cabeza fría, de no dejarse llevar por las pasiones egoístas que despiertan ese afán de protagonismo y de ser prudentes sin caer en el negacionismo ni esconderse atemorizados como consecuencia de un alarmismo apocalíptico alimentado por intereses fácticos empeñados en que no avancemos.  

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