Como el soldado parapetado en la trinchera rezando por sus pecados mientras la muerte le acecha, ahí estaba D. Eduardo, orando escondido en el confesionario por las heridas de los que acudían a recibir su intercesión. En palabras de Ramón Egio, párroco de la concatedral de Alicante: “D. Eduardo era un ejemplo de servicio en su labor sacerdotal, sobre todo en el sacramento de la penitencia”. Fue, porque ya no está, su escucha y consejo han ascendido al cielo dejando un poso en los corazones de muchos de los fieles que conocieron su quehacer. Nos dejó el viernes pasado, así de sopetón. Pese a que apenas le conocía salvo porque en la mayoría de las ocasiones que acudía a escuchar misa siempre me lo encontraba al otro lado de las rendijas del confesionario. A pesar de que le costaba caminar, en los últimos instantes de su vida lo hacia ayudado de una sencilla cacha que demoraba su tránsito de un ala a otra, nunca se rindió en su labor de soldado de Cristo. Todo un referente, un modelo para sus compañeros, allegados que durante la celebración eucarística del día después de su defunción no pudieron contener las lágrimas. Lágrimas derramadas en nuestro recuerdo que son el mejor cuantificador del bien que hemos desplegado en la tierra.
“¿Que podemos hacer? ¿Quién nos va a salvar si todos nuestros ídolos cayeron ya y no hay espejo al que mirar?”, dice entre acordes rockeros Shinova en Ídolos. Parte de la degradación existencial de esta sociedad reside en la falta de referentes claros, y cuando los hay, los acólitos de estos utilizan sus figuras para causas que representan un contrasentido de lo que pretenden respaldar amparándose en dichos nombres mitificados. Uno de los atentados más traumáticos contra el sentido común que he presenciado ha sido cuando en manifestaciones en apoyo al colectivo LGTBI, -marchas a las que ingenuamente acudía sin caer en la cuenta de que ondeando aquella bandera arcoíris estaba traicionando a mis principios apoyando un colectivo marxista-, me topaba con personajes ataviados con una camiseta del Che Guevara. Utilizaban la imagen de un hombre que encerró a cientos de homosexuales en campos de trabajo para apoyar a los mismos que padecieron la intolerancia homófoba del guerrillero… Lo mismo ocurre con las falsas feministas enrolados en la banda de Pablo Iglesias cómo la concejal del ayuntamiento de Alicante, Vanessa Romero, que en sus intervenciones aparte de dar lecciones de política también nos deleita con tesis filosóficas en las que define al frío del aire acondicionado de micromachista… ¿Cuándo se dará cuenta de que el único “macromachismo” emana de su líder? Controlar el teléfono a una mujer o tener sueños húmedos con azotar a una periodista hasta hacerla sangrar es de todo menos feminista.
El surrealismo existencial se extrapola a los referentes sociales. Tenemos a terroristas como modelos de concordia, a machistas como ejemplos de igualdad, a mentirosos como reflejo de honestidad, y a déspotas a modo de ideales democráticos… “Yoni, la gente está muy loca”, decía aquella sintonía. Hoy estoy muy musical, debe de ser que el verano me altera la sangre, la primavera me la congela y las sandeces me la hierven. La única canción que me irrita es la entonada por los desconocedores de la razón, de esos ilusos que apoyan a sibilinos representantes de todo lo que critican. Sinrazón que se agravará con el paso de las generaciones teniendo en cuenta la prioridad de los gobiernos en abrir discotecas antes que las escuelas durante la desescalada. Lo próximo será aplaudir a los corruptos que nos vacían las arcas. Acabo de caer en la cuenta de que eso ya se hace en Cataluña con Jordi Pujol ovacionado por todo un auditorio…
De momento estoy libre del virus de la incongruencia histórica, toco madera. Me fijo en referentes de verdad, en personajes coherentes con lo que apoyo. Durante esta pandemia han surgido muchos valientes en los que podrían fijarse los niños en lugar de adorar a los defraudadores fiscales de Messi y Cristiano o a los delincuentes de Junqueras o Puigdemont en el caso de los pequeños adoctrinados por TV3 en Cataluña. Me viene a la cabeza un buen amigo, un allegado por el que pese a discrepar políticamente y no entender su critica al Gobierno a la par que se sienta en la misma mesa que él siento una profunda admiración. Me refiero a Edmundo Bal, uno de los mejores oradores del Congreso de los Diputados, un político de raza al que todo futuro dirigente que se precie debería de ver. Dejando a un lado la estima que le tengo no me cabe duda de su valía para ser el líder natural de Ciudadanos. Una suerte conocerle de cerca. Otro al que tengo la fortuna de tratar a menudo es al prestigioso inmunólogo Alfredo Corell, que nos explica didácticamente el comportamiento de la Covid a través de la televisión. Se nota que fue galardonado en 2018 con el premio a mejor docente universitario de España. Modelos de verdad cómo los cientos de científicos que trabajan con ahínco día y noche a velocidad de crucero buscando la bala de plata destinada a terminar de una vez por todas con el tenebroso virus. Héroes dispuestos a darse por los demás, valientes sacrificados llamados a ser mártires por una causa mayor.
Dijo Chesterton que: “El verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene delante sino porque ama lo que tiene detrás”. Guerrero encarnado por el Rey Juan Carlos I que renunciando a su patria ha preferido exiliarse antes de que caiga la institución que representa. Un valiente, un referente. Es, -por mucho que le pese al señor Natxo Bellido y quiera quitar el busto del monarca del salón consistorial-, historia viva de nuestra democracia. Libertad utópica de no ser por su figura, de no haber renunciado a los poderes que le cedió el dictador ni los de Podemos podrían dedicarse a decir paridas encontradas en lugares inhóspitos de la red oscura ni los independentistas insultar al Rey en el Congreso de los Diputados. Es imperdonable referirse al régimen democrático del 78 sin hacer referencia a la persona de Juan Carlos I. No solo propició los mecanismos para liberar a los españoles del yugo despótico, sino que también defendió la soberanía cuando Tejero la amenazó en el 81 a punta de pistola. Hasta la izquierda es consciente y por eso saben que para intentar deslegitimar el sistema deben vulnerar la dignidad de Juan Carlos I. Se merece un “gracias” de parte de toda la ciudadanía. Se evidencia la deriva hacia ninguna parte de los últimos compases de su reinado, pero… ¿Acaso es que existe alguien pulcro y virginal en este mundo? En todas las personas la historia es claroscura. Del mismo modo que el monarca ahora exiliado se ha dejado corromper manchando su legado otros muchos han visto enturbiada su biografía por catastróficas y vergonzosas desdichas. Carlos III, considerado por algunos “el mejor alcalde de Madrid” debido a sus obras faraónicas en la capital fue acusado de tener a su servicio 20.000 esclavos o Mahatma Gandhi tuvo que lidiar con el señalamiento por presunta pederastia al surgir el rumor de la coacción a la que el revolucionario sometía a niñas para que durmieran con él…
“El que este libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:7). No caigamos en el sadismo de la presunta progresía que dilapida el legado de los que no piensan como ellos. Sectarios que se llenan la boca con personajes cómo Miguel Hernández, -ya estaba el otro día Paco Sanguino echando espuma por la boca al ver a Martínez- Almeida eliminar el nombre del poeta del memorial de la Catedral de la Almudena-, pero ignoran a otro alicantino como Azorín por su tinte conservador. Pese a que se intente esconder la memoria, lo construido por las figuras ancestrales siempre prevalece. No dejemos que los manchones en los expedientes condicionen las acciones virtuosas realizadas o nunca tendremos espejos en dónde mirarnos. Las faltas nos hacen humanos representando la condición pecaminosa del hombre.