Secuencia 1. Interior Día. No por esperada, la noticia ha dejado de revolucionar la casa. Curiosamente, todo lo que se oye son los pasos agitados del servicio por los pasillos tapizados con alfombras. Pero la agitación no hace más que acrecentar el silencio. Ni un susurro. Ni una pregunta. Ni una duda. Los miembros más jóvenes de la dotación sudan con un rictus lleno de angustia. No se atreven a decir una sola palabra, por si se desmorona la tensión, como si una simple sílaba fuera a hacer explotar los aposentos reales. El asistente de su majestad, toda una vida al servicio de la casa, lleva desde el alba sentado en el banco de piedra de uno de los jardines del ala este. Ha visto amanecer. Ha meditado. Ha comprendido. Lentamente, se dirige al vestidor. Cruza todo el palacio, se estremece con el silencio roto por las carreras apresuradas del resto de trabajadores. Sube las escaleras y tuerce hacia la derecha. Tercera puerta. Pasa revista al traje que ha preparado para hoy. Compone una manga que se había enganchado. Respira. Y abre la puerta del vestidor de verano, porque no se va a marchar a un país donde haga mal tiempo.
Secuencia 2. Interior Noche. Ric rac, ric rac, ric rac. El fornido y tatuado brazo derecho del recluso va y viene sin parar. Despacio, para que no resuene su labor en la galería llena de celdas. Pero con fuerza. Y sin descanso. Ric rac, ric rac. Se acaban de apagar las luces de un día que jamás pensaba que fuera a llegar. Siente entre rencor y desesperación. Y una pizca de rabia. Ric rac. Por haber sido el primero. Por haberse dejado atrapar. Por no haber sido lo suficientemente cauto. Ya se lo decía su suegro, ni una firma, ni un papel, ni una declaración a destiempo, ni un mensaje de voz. Nada. Ric rac. Descansa un momento. Se enjuga el sudor de la frente, se atusa el pelo que una vez fue rubio. Hace calor. Ric rac. No va a entrar, se dice, por edad. Y porque en este país no cae nadie desde tan arriba, se dice. Ric. Para. Ha oído pasos. No es nada, rac. Pensaba que lo iba a disfrutar más, pero no es al suegro al que le gustaría ver allí dentro. Ric, rac. Tres noches lleva afilando un cepillo de dientes. Ya casi brilla como una hoja de acero. "Nadie se puede fiar de lo que pasa aquí dentro", piensa. Bueno, ni fuera. Sonríe, como si acabara de recibir, otra vez, una medalla olímpica.
Secuencia 3. Interior Noche. La luz de los focos no deja verlo, pero el patio de butacas tiene lleno la mitad de su aforo, debido a las normativas de seguridad. Camiseta negra, pantalón vaquero, pelo largo y canoso. Y barba. El artista sale a cantar sus últimas composiciones, entre las que intercala historias divertidas. Como Tom Waits, como Rafael Amor. Afina la guitarra. Rasga cuatro acordes. Se aclara la voz y bebe de una botella de agua. Arranca. “El ministro y su asistente, Rodríguez, visitan una escuela. Las condiciones son deplorables, las paredes están llenas de humedades, las sillas están cojas, apenas hay material para que los niños puedan estudiar. El director pide una ayuda y el ministro le contesta que ya se verá”. Acorde ascendente. El sonido del bordón queda colgando un instante en el silencio de la sala. Prosigue. “El ministro y Rodríguez se dirigen después a una prisión, donde encuentran todas las comodidades posibles. Televisión, jacuzzi, una buena biblioteca y wifi gratis. El director pide ayuda para montar un gimnasio y el ministro le contesta que no se preocupe, que eso está arreglado”. Suena una tos, una carraspera seca e incómoda, más bien. Continúa. “Señor ministro, dice Rodríguez, ¿cómo es posible que deje la escuela en ese estado tan penoso y que a la prisión le prometa más comodidades? Es usted tonto, Rodríguez, le contesta el ministro, ¿acaso piensa usted volver a la escuela?”. Risas generalizadas. Se seca el sudor de las manos. Es el momento de atacar un tango triste.
@Faroimpostor