ALICANTE. Hace unos días, en las primeras jornadas del Mundial, un chaval de 14 años que conoce de la sanguinolenta historia de Europa en el siglo XX lo que ha conseguido captar en las clases de Geografía e Historia del instituto, comentaba “vaya equipo tendría Yugoslavia”, y pasaba a enumerar los jugadores que actualmente podrían formar parte de esa hipotética selección: Rakitić, Modrić, Vrsaljko, Mandźukić, Kolarov, Dźeko, Pjanić, Oblak, Milinković-Savić, Mitrović… la mayoría de ellos jugadores destacados de alguno de los ocho mejores equipos de Europa, según las clasificaciones de los últimos años de la Champions League: F.C. Barcelona, Real Madrid, Atlético de Madrid, Juventus o Roma. Cuando nació el chaval, Yugoslavia se encontraba en plena desintegración, pero repasando las entrevistas con diferentes deportistas de la época, la nostalgia de una época dorada del deporte yugoslavo sobrevuela las posiciones más o menos nacionalistas de muchos de ellos.
Quien sí tuvo tiempo de vivir el momento del odio fue el editor Vladimir Dimitrijević, fundador en su exilio suizo de la editorial L'Âge d'Homme, en la que publicó por primera vez a autores como Grossman, Tsernianski o Corti, y descubriendo con un afinado olfato editor a algunas de las últimas stars de la narrativa actual, como el suizo Joël Dicker.
No es la primera vez que este libro aparece por aquí, sus escasas 140 páginas se han convertido en lectura imprescindible cada vez que se escucha la imposibilidad de conjugar fútbol y literatura, de entender que un escritor o un lector sensible y educado pueda ser al mismo tiempo un forofo irreductible, que alguien sea capaz de disfrutar por igual de un fragmento de Proust, una décima de Violeta Parra y la evocación del gol imposible de Pelé que nadie vió. La poética de una diagonal perfecta de Messi o la perfección de un verso blanco, ambas figuras de metáfora perfecta cuando el balón rueda sobre el césped.
“Yugoslavia tenía, en los años cincuenta, un equipo prodigioso, muy parecido al de Hungría (la gran factoría de futbolistas totales de mediado el siglo veinte), pero que jamás conseguía vencer. En un momento dado, nos olvidábamos de que había que marcar”. En la Rusia de 2018, Croacia es, con permiso de Serbia, la gran heredera de esa gloria futbolística yugoslava. El “niño asesino” Rakitić, como lo ha definido Carlos Zanón en un magnífico artículo, y Luka Modrić, que podría mimetizarse entre los integrantes de la Holanda de Cruyff, por estética futbolística, por su físico setentero, por su idea de juego total, no se han olvidado de marcar.
En el capítulo “El más bello destino de la historia del fútbol”, refiriéndose a la Alemania campeona del mundo de 1954, todavía bajo la depresión de la derrota en la Segunda Guerra Mundial y sus demonios escondidos, dice Dimitrijević: “Nadie imaginó ni por un solo instante que Alemania pudiera ganar”.
En 2018 esa frase podría servir para la Croacia heredera de la Yugoslavia inverosímil.