ALICANTE. Cuando uno recuerda las películas de La sirenita o "El patito feo" basadas en los cuentos infantiles de Andersen, distribuidas por la industria del cine de Disney, piensas en la sensibilidad y la imaginación de su autor cuando describió esos relatos. Pues mire por dónde, este escritor danés estuvo en Alicante.
Hans Cristhian Andersen tenía entre sus viajes pendientes de realizar, visitar España. Lo hizo a mediados del siglo XIX, en concreto en 1863, después de sus éxitos literarios. Ya tenía la fama y la fortuna, podía dedicar mucho tiempo a viajar, a ejercer de ojo crítico y observar a los demás como fuente de inspiración de sus escritos, de disfrutar de la gastronomía de las poblaciones que visitaba, de admirar edificios emblemáticos y paisajes inolvidables. Sus impresiones las dejó por escrito en su libro Viajar por España. Decía que "viajar es vivir". Esta era una de sus grandes aficiones y se podía permitir hacer largos viajes por Europa.
A Alicante vino en tren acompañado del cónsul de Dinamarca después de unas seis horas desde Almansa. ¿Se imagina? Hoy es impensable, claro que no son los mismos trenes, se impulsaban de otra manera, eran otras vías y otras maneras de hacer las cosas. Alicante disfrutaba de este tren desde 1858. Aun así, Andersen manifestó que "fue veloz". Se hospedó en la Fonda de Bossio. Ya la mencioné en la crónica de la semana pasada. Algún día este establecimiento hotelero será el protagonista de estas líneas y no sólo un testigo de huéspedes tan singulares.
En la Fonda "una ancha escalera nos condujo a habitaciones amplias, con esteras de junco en el suelo. Las ventanas estaban abiertas de par en par, más no se movía ni un soplo de aire". Llegó en un día caluroso. Palió el calor disfrutando de la gastronomía local. Ya sabe que cualquier actividad hay que primarla con el buen comer. Le dieron viandas como "frutas incomparables, uvas de moscatel zumosas y tersas, vino llameante, el típico de Alicante…" Manifestó que "el rumor de flujo del mar fue nuestra música de sobremesa, las estrellas del cielo, la iluminación; hacía una noche de verano como no había imaginado nunca". Estaba a gusto, dicharachero, observador y con ganas de conocer todo lo que fuera posible de Alicante.
Le impresionó esta ciudad, "pequeña y manejable" como decía Figueras Pacheco. "La fisonomía de la ciudad la componen casas encaladas, con techos planos y balcones volantes. Tienen una alameda que evoca un fragmento de bulevar parisino". Nada menos. Visitó el mercado cuando estaba en la fachada marítima, más o menos donde está ahora el edificio Carbonell. Allí se sorprendió de cómo se almacenaban los alimentos, dijo que "aquí amontonan las naranjas como las patatas en Dinamarca. Cebollas y uvas enormes cuelgan de vigas verticales". Y siguió narrando que "por fuera se extendía la calle principal de la ciudad, con edificios imponentes entre los que destaca, más que ninguno, el Ayuntamiento que, con sus torres, parece algo". En sus largas caminatas urbanas se sorprendió del gusto por reunirse al aire libre y de los paseos de los alicantinos especialmente por las calles principales. Se fijó en que "era domingo por la noche y la alameda estaba tan llena de gente como de costumbre por multitud de paseantes. Militares, civiles, señoras de mantilla negra y reverberantes abanicos, mozas y mujeres con pañoleta de colorines. La banda de música había tocado hasta medianoche, los chiquillos bailaron en corro en medio del gentío".
También fue a Elche donde le sorprendió "su amplio palmeral, el más grande y bello de Europa". Continuó viaje pasando por Orihuela, destacando su monumentalidad y en concreto "su grandioso cuartel de Caballería, el palacio del arzobispo y la Catedral".
Siguió hacia el sur. Pasó por Murcia, Málaga, Granada, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Madrid… Se ilustró bien y empapó de la cultura y costumbres españolas. En su libro sobre España, mencionado más arriba, escribió que "el mapa nos muestra a España como la cabeza de Doña Europa. Yo vi su preciosa cara y no la olvidaré jamás".