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estética

¿Qué guardaría Yolanda Díaz en los bolsillos si vistiera pantalones cargo?

12/04/2023 - 

VALÈNCIA. Un recurso narrativo habitual, y una práctica en los niveles iniciáticos de los talleres de escritura, es la enumeración, las listas. Sei Shônagon, en El libro de la almohada, lo hacía así: “Cosas que tienen que ser grandes. Sacerdotes. Fruta. Casas. Bolsas de provisiones. Pinceles para tinteros. Los ojos de los hombres, cuando son muy estrechos parecen de mujer. Por otra parte, si fueran tan grandes como bolas de metal más bien me darían miedo. Braseros redondos. Cerezas de invierno. Pinos. Pétalos de rosas amarillas. Los caballos, así como los bueyes, deben ser grandes”. 

Cosas que tienen que estar recargadas: una tienda de fast fashion. En los burros, pantalones con bolsillos a la altura de las rodillas, en el trasero, en su lugar habitual. Cintas colgando de ellos. Un roto intencionado. El pespunte visto y doble como cicatrices mal cauterizadas. Semejantes a una operación de apendicitis practicada por un cirujano torpe. Iguales a las vías de tren que dividen la ciudad. El scalextric de Giorgeta, inaugurado en 1972 por el entonces ministro de Obras Públicas Gonzalo Fernández de la Mora. 

Le llaman gorpcore, pero es el vestuario de Al filo de lo imposible. Aparece como utility style en las páginas de tendencias, pero es igual que la ropa de operario de fábrica que venden en Confecciones El Directo, en la calle Bolsería. Son pantalones cargo —la bolsillomanía— y no tiene que ver con los cultos del cargo o cultos del cargamento. El gorpcore, por cierto, deriva de la voz inglesa gorp, la mezcla de frutos secos que protegen a los montañistas de una pájara. Llevado a las vías urbanas, se relaciona con las prendas antimoda y habituales del trekking o el hiking. El senderismo, en nuestra lengua. 

Buscar las consonancias entre el uso cotidiano de ropa laboral y técnica y la reforma de Yolanda Díaz es aventurarse en el juego de las filias y fobias que unen el consumo, la estética y la vida. ¿Los operarios de Inditex visten cargo pants de Pull&Bear? ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? “La anécdota es conocida. Preguntaron a Cecil Beaton qué es la elegancia, y respondió: agua y jabón. Que es lo mismo que decir: lo elegante es lo sencillo, lo honesto, lo de toda la vida. La elegancia involuntaria no tiene que ver con la moda, ni con el dinero, ni con lo estética. (…) Sé que es una paradoja escribir sobre lo que prefiere pasar inadvertido y huye del mercadeo y el ruido", escribe Marta D. Riezu en Agua y jabón. Parachute pants, nylon, GoreTex, estilo ‘utility’, flecos, gothic aesthetic, hebillas de liberación, cordino, mosquetones, zapatillas de aproximación, Petroleo (You Will Be King), como cantan Bred 77, ese perturbador grupo de Gibraltar que fusiona rock, metal y flamenco.

 

“Cómo detectar a un mediocre: por su gusto por lo extraordinario. Le gusta todo cuanto más embrollado mejor: lo centelleante, lo atronador, ese horror indefinido que es lo premium, lo VIP, lo in-you-face, el ‘ya que pago, que se note’. Lo discreto le aburre, la rutina le desespera. No ve nada”, golpea Riezu contra el rococó estético. Por otra parte, Peio Aguirre en Estilo. Estética, vida y consumo nos dice que  “Históricamente, los trajes (costumes) son el distintivo de la vestimenta con el que un individuo o grupo refleja su extracción social, género, profesión, nacionalidad, actividad y época. ‘Vestir bien’ equivale a distinción social, cultural y de clase. El ‘gusto’ es aquí un constructo ideológico de clase; es el ingrediente irremplazable de la receta que elabora socialmente el canon cultural”. Entonces, ¿a dónde nos lleva la ugly fashion y las reminiscencias a hacer turnos nocturnos en una fábrica? En 2021, las pasarelas mostraban su primera revisión de los pantalones cargo. Dos años después, ocupan las perchas de todas las marcas de fast fashion. El polyester ha matado al algodón. Si bien las fibras de origen plástico no requieren tierras agrícolas y utilizan poca agua en la producción y el procesamiento, al no ser biodegradables generan un gran impacto y reavivan la llama de las industrias petroquímicas.

En una entrevista concedida a The Independent, la consultora de moda sostenible a Alice Wilby explicaba que “aparte del impacto ambiental incurrido durante la extracción, fabricación y envío de ropa y material sintético, el uso de combustibles fósiles trae consigo otros problemas perjudiciales como derrames de petróleo, emisiones de metano y alteración de la vida silvestre y pérdida de biodiversidad. Tampoco se detiene en la etapa de fabricación, cada vez que lavas una prenda de poliéster, libera microfibras en nuestras vías fluviales causando un daño inmenso a la vida marina y al ecosistema vital”. 

El origen del pantalón cargo se sitúa a mediados del siglo XX. Como muchos ítems cotidianos, su nacimiento es bélico: era parte del uniforme del personal militar. En los bolsillos guardaban munición. Con la II Guerra Mundial saltaron a Estados Unidos y al sector industrial. Del cargo, a los parachute pants y el argumento que esgrime la industria de que es una declaración de guerra a los pantalones pitillo, símbolo de la opresión en el sentido físico y de imagen corporal. El agravio cambia de patrón, pero se detiene. Estos pantalones de tiro bajo enseñan el vientre. La cosificación y erotización es eterna y sabe leer los tiempos: el oversize facilita la androginia. 

La moda es un termómetro del sentimiento sociopolítico y económico, se supone. La moda es semiótica, decía Umberto Eco. La crisis pide parquedad, el ultracapitalismo arte churrigueresco. Columnas salomónicas y pilastras estípites. Hebillas de liberación rápida sin función (las de las riñoneras). Exceso. 

Cosas que hacen más urgente el decrecimiento: las IA por aburrimiento, la comida a domicilio, las baterías eléctricas, la moda rápida, la moda utilitaria baldía (en una ciudad plana). 

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