Revisando unos libros previamente a una reforma en casa, tuve en mis manos grandes obras del ingenio y la imaginación. Miguel de Cervantes, Azorín, Arturo Pérez Reverte, Gabriel Miró, María Dueñas, Gonzalo Torrente Ballerter, Julia Navarro … Acariciándolos, mirando su imprenta y oliendo el olor del papel impreso, disfruté como el librero más apasionado que mima y cuida sus libros. Y eso que yo me he pasado al e-book por falta de espacio en mi biblioteca. Que drama lo de mi falta de sitio para más libros, pensarán ustedes, y tienen razón. De los libros que tengo sobre Alicante, tuve entre mis manos, casi acunándolo, un librito precioso que he leído varias veces casi como un libro de consulta, que he regalado muchos ejemplares de él porque lo merece, y que no me canso de recurrir a este librito cuando me apetece. Su autor, que pronto diré su nombre, consiguió -en su primera edición- darle un toque antiguo encuadernándolo en pergamino y envejeciéndolo con unas sustancias químicas misteriosas en la bañera de su casa. Hábil él. Si me acompañan en este relato sabrán el título de ese librito que cuenta cosas de mucho interés. Vean.
Un mes como este de diciembre y en estas fechas navideñas, pero de 1584, unos personajes del lejano oriente visitaron Alicante. No eran magos, como les puede haber inducido a pensar el comienzo de este párrafo, aunque sí eran personajes notables de su país. Formaban parte de una embajada venida de tierras japonesas que llegaron a Alicante, pasando antes por Lisboa donde les recibió Alberto de Austria, virrey de Portugal y representante del rey Felipe II (entonces Portugal formaba parte de la Corona española). Por tierra recorrieron varias poblaciones portuguesas, y españolas como Guadalupe, Toledo, hasta llegar a Madrid para reunirse con el rey Felipe II y, después, ir a Alicante -puerto de Castilla en el levante mediterráneo- para embarcar hacia Roma. Vaya periplo hicieron desde Japón, me dirán ustedes. El que tiene interés en hacer su travesía, son pocas las incertidumbres y las borrascas que se encuentren si superándolas alcanzan sus metas, como así fue en este caso.
Esta fue la embajada “Tensho” formada por representantes de los reyes de Bungo, Arima y Omuna, y su séquito. Estaban de paso camino de Roma, pero antes quisieron conocer al rey Felipe II, dueño del mundo terrenal de entonces, que gestionaba un Imperio donde no se ponía el sol (los españoles dominamos el mundo por tierra y por mar, no lo duden, lo cuenta nuestra historia). Después, su destino fue la ciudad eterna para presentarse al Papa Gregorio XIII, representante de Dios en la tierra. Esta embajada estaba compuesta por personas convertidas al catolicismo gracias a las enseñanzas de los Jesuitas en aquellas lejanas tierras asiáticas.
Pero volvamos al recibimiento que la ciudad de Alicante hizo a esta embajada japonesa. Imaginen el revuelo y la expectación que generó desde los primeros momentos al verlos aparecer con sus mejores galas para ser recibidos por las autoridades locales. Vestidos con su colorida indumentaria y sus largas espadas, recorrieron calles y plazas ante el asombro de viandantes y curiosos. Se hospedaron en casa de Diego Caisedo, quien entonces era receptor del rey, un signo más de distinción ante los asombrados alicantinos.
¿Se imaginan con que les agasajaron nuestras autoridades locales? Con una de nuestras mejores cartas de presentación: con la gastronomía de esta tierra. Y con Fondillón, ese vino tan nuestro, paladar de reyes. Con la sola intención que se llevaran un buen recuerdo. Y así fue como degustaron de todo. Sólo de pensarlo, se me hace la boca agua. Vean.
Durante su estancia en Alicante fueron obsequiados con diversos banquetes con recetas propias de la Navidad alicantina de aquellos años. Nos lo cuenta José Guardiola y Ortiz en su librito ya citado cuyo título es “Conduchos de Navidad” al que su autor le añadió una segunda parte con el nombre de “Gastronomía alicantina”. En Conduchos de Navidad, la primera parte de este libro (que es una delicia para los aficionados a nuestras costumbres y a la buena mesa) pone en boca de Francisco Martínez Montiño, cocinero mayor del rey, lo mucho que disfrutó la embajada japonesa en su estancia en Alicante y lo que comieron durante esos días, sin que él tuviera nada que hacer por lo bien que lo hicieron los cocineros locales. Así, degustaron artaletes de pollo y perdiz, calamares rellenos, pavo asado, pechinas a la reina, olla poderosa, langosta soberana, capones asados, huevos de engaño, sin olvidarse del arroz en sus modalidades de a banda, con su costra ó en caldero, … De todos ellos viene detallada su receta. Me dejo para el final los postres. No podían faltar - nos cuenta - los peros de Concentaina, las granadas de Elche, las manzanas de Benejama y los melones de nuestra huerta. A las personas golosas, como yo, nos gusta endulzar la vida, es uno de nuestros placeres culinarios. Y esos japoneses también pudieron disfrutar de dulces de todo tipo como los pasteles de Alcoy, las yemas de Villena, las confituras de Orihuela, los turrones de Jijona (que ya conocían)… Sin faltar las magdalenas y el chocolate.
Marcharon en su barco rumbo a Roma con un recuerdo imborrable de su estancia en Alicante. En su memoria recordaron cómo durante las comidas las palabras de sus conversaciones se empapaban de efluvios y de aromas de cada receta. Descubriendo nuestro mejor tesoro que nada tiene que ver con el oro sino con la hospitalidad de las gentes y con los productos de esta tierra. Pues eso.