Nuno Pereira se ha vestido de bonito para salir a la calle el domingo de Pascua. Chaqueta de buen paño, jersey de pico, camisa y corbata. En la cabeza, una gorra y en la mano un bastón. Su estampa, sentado en un banco junto a la ribera del Duero, resulta impecable. Puede que sea el único nativo entre una marabunta variopinta que mira la ciudad a través de las pantallas de sus teléfonos móviles. Los turistas observan el tráfico fluvial con sus barcos de recreo a 15 euros el paseo y la imponente figura férrea del Ponte Dom Luís I, construido por un socio de Eiffel a finales del siglo XIX para sortear el río entre Oporto y Gaia. Todos contemplan la postal urbanística sin reparar en el anciano solitario que espera el autobús. En la barandilla hay una decena de candados que llaman la atención de Nuno. Me pregunta, socarrón, quién se habrá llevado las cajas de caudales dejando solo “os cadeados de segurança”. Intento explicarle que es un juramento de amor eterno que puso de moda hace unos años un escritor italiano en una novela para adolescentes que se ha replicado en muchos puentes de Europa. “Ah, vôçé é espanhola. Pensei que era portuguesa!”. Bueno, casi.Y comencé a explicarle mis orígenes fronterizos en una lengua inventada a mitad de camino entre el castellano, el catalán y el portugués de mi niñez en el que nos entendíamos muy bien. Fue en ese momento cuando dejé de ser una turista anónima que busca monumentos para su álbum de fotos digitales para convertirme en una viajera en busca de historias personales. Nuno me cuenta que ha vivido casi toda su vida en Oporto pero hace cuatro años que se mudó a Gaia, a la otra orilla del Duero, porque se vive mejor. Pasa largas temporadas con su hijo en Faro, en el Algarve, huyendo de la lluvia pero se siente orgulloso de ser tripeiro, el gentilicio coloquial de los portuenses. Me cuenta que el nombre hace referencia a las tripas de animales que comían las clases populares para que la flota del Infante Dom Henrique dispusiera de las mejores viandas cuando se disponía a conquistar Ceuta a principios del siglo XV. El sacrificio los convirtió en héroes nacionales y sirvió para crear una joya culinaria, las “tripas á modo de Porto”, uno de los platos más típicos de la zona.
El autobús se retrasa lo justo para que podamos hablar de política local, “na Câmara Municipal governa Rui Moreira, é um independente”, y de política internacional. Se le encienden las mejillas y alza el bastón indignado con lo que está pasando en Siria, con lo que pasó en Irak. Y a mí me enamora su pose de caballero andante cuando le veo marcharse erguido entre el gentío de la ribera. No le gusta mi nombre, me dice al despedirse. Es el de una reina española de infausto recuerdo en Portugal. A mí el suyo me encanta. Él es el Oporto que yo me llevaré en la maleta y en la memoria.
Luego, una taxista nos devuelve a casa. Es una angoleña sexagenaria, muy blanca y muy rubia. Se gana la vida conduciendo por este entramado de cuestas arriba y abajo que componen el trazado urbano de una ciudad que escala la montaña desde el río. Decenas de coches hacen sonar las bocinas. Es el Porto, que ha ganado y se queda a un punto del Benfica, líder del campeonato de liga. La taxista nos declara su pasión por África, por Cristiano Ronaldo (como todos en este país), por Iker Casillas y por la reina Letizia. “Ela é a que manda em Espanha”, afirma citando a la revista Olá como si fuera un manual de historia contemporánea. Y lo es. La pobre no sabe que lleva pasajeros republicanos del Barça. @layoyoba