del derecho y del revés / OPINIÓN

Pompa y circunstancia

11/09/2022 - 

No hay nadie como los británicos para el boato, y el fallecimiento de la reina Isabel II de Inglaterra es una ocasión única para verlo en todo su esplendor. Les han sacudido la naftalina a todos los trajes de ceremonia, gorros, togas, casacas y han pulido los sables y hasta el último botón de las guerreras, pues el momento lo merece. Noventa y seis salvas disparadas en su honor, una por cada año de vida de la monarca fallecida y millones de ramos depositados no solo en Buckingham Palace, sino en cada oficina consular de su país. Las televisiones dando el tostón -vuelta ciclista aparte, que es un peñazo de marca mayor- a vueltas con la muerte y automática santificación de la difunta. Que ya sabemos que todo el mundo pasa a ser buenísimo cuando se muere. Y Ayuso dando el cante con una absurda declaración de luto oficial de tres días en Madrid.

El operativo estaba preparado para poder montar una gran performance, de alcance mundial, que hiciera palidecer a cualquier superproducción hollywoodiense. No es lo mismo ver a un actor haciendo de rey, que a un rey en plena actuación; dónde va a ir a parar. En su afán de estirar el chicle de la defunción de una mujer que ha sido clave en la política y la vida del siglo XX, especialmente por su longevidad y por las personas con las que se ha codeado desde su puesto preeminente -especialmente el gran estadista Winston Churchill y su gran dolor de cabeza, Diana de Gales-, van a tener los restos mortales de un lado para otro durante varios días, hasta la que será su morada definitiva. Eso no me parece de tan buen gusto, a decir verdad. Descanse en paz.

No deja de sorprender tanta fiebre monárquica desatada sin rubor alguno, en pleno siglo XXI y cuando todo esto de las monarquías resulta claramente anacrónico. Sin embargo, la propia rigidez de la institución, a la que la reina Isabel II encarnaba como nadie, el hecho de que su pueblo la llore con lágrimas de verdad y que muchos digan que con su muerte han perdido una madre, me hace pensar en lo mitómanos que somos los seres humanos. Es cierto que ha sido una reina profesional, con un profundo sentido del deber, que supo estar siempre a la altura del cargo que desempeñaba, lo que por desgracia no se puede decir de todos los reyes, actuales o dimitidos, a pesar de la vidorra que desde nuestra normalidad intuimos que se pegan los de la “sangre azul”. Hasta eso, que se considere que una persona tiene más categoría que los demás por simple derecho hereditario y que, por tanto, es acreedora de una corona que le otorga determinados beneficios sobre los demás, a los que identifica como “su pueblo”, es un sinsentido en el momento histórico en que nos encontramos.

Es obvio que las monarquías están sometidas a una profunda revisión, empezando por la británica. Ya circulan un sinnúmero de memes por las redes sociales sobre el rey Carlos III de Inglaterra, “el orejas”, para entendernos, que dicen es como Benjamin Button, que nació jubilado y ahora va a empezar a trabajar, con más de setenta años. Hay que ponerse en su lugar, este señor se las estaría viendo chungas, pues al paso que llevaba la madre no parecía que fuera a tocarle ni probarse la corona siquiera. No lo va a tener fácil, aunque parece que sus conciudadanos le hayan perdonado ya su incomprensible elección de Camilla frente a Diana -obviamente, nadie habla más que del físico, seguro que la nueva reina es una señora muy inteligente y culta-. También fue un caos para la corona británica el triste fallecimiento de Diana, aún no esclarecido 25 años después, que acaban de conmemorarse. Otro mito inalcanzable que permanecerá en la memoria de todos: la nuera díscola, que se negó a ser la niña buena que aparentaba cuando, siendo maestra de guardería, salía con las faldas de Heidi y se sonrojaba hasta el pelo. Fue una de las piedras de toque del segundo reinado más largo de la Historia.

Parece que la reina Isabel hubiera montado una operación de marketing inigualable, un show televisivo de primer orden para lavado de cara de su país, con la elección del momento de su muerte, su último gran servicio. Reino Unido está sumido en una crisis con el cambio de gobierno tras la salida poco honrosa del Premier Boris Johnson, alias “el despeinado” -aunque podríamos llamarlo también “el juerguista”-, con una nueva primera ministra, burda imitadora de Margaret Thatcher, que, al parecer, levanta muchas dudas. Ya son dos novatos a los mandos de ese país, ella y el rey Carlos III. También siguen, como no podía ser de otra manera, las secuelas del dichoso Brexit, que serán de larga duración. Fue una cagada monumental de Cameron, que contra todo pronóstico consiguió ganar adeptos y triunfar, dejando en la estacada a miles de británicos que viven fuera de su país y a millones de jóvenes, que ya no son ciudadanos comunitarios. Y es que muchos siguen soñando con el imperio que fue y no volverá, desde una ingenuidad absolutamente naíf, pues parecen ignorar la dependencia el Reino Unido de terceros países, especialmente de los Estados Unidos. Pero ya saben, a rey muerto, rey puesto: God save the King!

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