Primero fueron los transistores. Carruseles vespertinos extralargos que secuestraban las orejas de los oyentes los domingos por la tarde hasta bien entrada la madrugada. Las parejas de los futboleros irredentos tuvieron que aceptar en la alcoba a José Mª García como animal de compañía. Luego se les fueron colando entre las sábanas José Ramón de la Morena y Manu Carreño hasta que Pedrerol sacó a toda esa tropa de la cama conyugal y confinó a un buen número de abducidos delante del televisor en la franja del latenight. Que no sé qué es peor, habida cuenta del “chiringuito” que montan en la pantalla los Roncero y compañía en un ejercicio de tumulto testicular. La información deportiva, salvo honrosas excepciones, perdió la objetividad cuando los periodistas se convirtieron en hooligans o quizá cuando los hooligans se hicieron pasar por periodistas. Pero, al fin y al cabo, el fútbol es espectáculo y más tarde o más temprano acabaría teniendo sus “mocitos felices” haciendo bolos. Este capítulo lo damos por amortizado.
Luego fue el “corazón” el que traspasó el papel couché de pago y se instaló gratuitamente en las parrillas televisivas. Esta invasión ha ido “in crescendo” desde la época del Tomate y ha fagocitado, como un parásito televisivo, las parrillas matinales, vespertinas y nocturnas de algunas cadenas que insisten en llamarse generalistas cuando son temáticas de libro. Y tienen su público. Un público especializado en refriegas, calentones y vísceras diversas que ha construído una corte de los milagros con sus reinas y sus bufones. Los periodistas que practican este género, también salvo honrosas excepciones, se han convertido en acusadores o defensores de según qué personajes con los que se disputan la pista central del circo mediático. Pero esto es carnaza para el entretenimiento de la plebe y también lo damos por amortizado.
Ahora le toca el turno al periodismo político. El triple salto mortal hacia delante y sin red lo estamos viendo cada día en televisión desde que a los catalanes les dio por decir que declaraban la independencia sin los permisos pertinentes. Convertir la información política en un espectáculo televisivo con audiencias millonarias y shares fuera de todo pronóstico es un hito que no solo está cambiando el periodismo sino también la política. Las consecuencias aún son desconocidas y más peligrosas que tomar partido por Belén Esteban o Tomás Roncero, porque se juega con material muy sensible. El escenario circense en el que ha irrumpido la información política presenta las mismas características que los chiringuitos futboleros y las peloteras del corazón. Programas maratonianos monotemáticos, una cohorte de periodistas hooligans que defienden sus consignas hasta producir vomitera y una visceralidad en los argumentos que pone en ridículo sus pomposos rótulos como analistas políticos.
En esto también hay niveles. No es lo mismo escuchar a Ana Rosa Quintana, que lo mismo te vende un DIU que una DUI, que a Ana Pastor, que está dando voz a gente proscrita en las televisiones estatales. Lo que no me podrán negar es que la tensión que se palpa en los platós obtiene pronto su réplica en la calle. Y que hay más de dos “Jordis” agazapados en editoriales “de gente de bien” que alientan tumultos desde sus altavoces mediáticos pero que no han pasado por la Audiencia Nacional. El Procés está haciendo mucha caja y eso es una tentación irresistible. Miedo me da que acaben fichando a Puigdemont de contertulio, que los senadores voten enviando un sms al 155 o que se alquilen los parlamentos para grabar especiales de Políticos de Luxe. Pero más miedo me da imaginar contra quién hincarán el diente cuando se acabe este filón. Yo ya les aviso, si voy a tener todo el día a Ferreras como un okupa en mi salón, que me pague la hipoteca. @layoyoba