reflexionando en frío / OPINIÓN

Política para críos

19/04/2022 - 

El otro día leí que a Mariano Rajoy se le echaba de menos simplemente escuchándole. Cuanta razón. No hay semana en la que no recuerde eso que decía tanto el periodista Paco Marhuenda sobre la añoranza hacia el expresidente del Gobierno según pasase el tiempo. “A Rajoy se le valorará más con los años”, anunciaba una y otra vez en las tertulias. Yo, que era agnóstico en sus formas de hacer política, percibía esas alusiones como las típicas del palmero de turno. Hoy, cuando escribo estas líneas y observo cómo está España y su clase dirigente, echo de menos esa Política para adultos de la que presume el gallego en su último libro.

Gobernanza fundamentada en la gestión, una praxis que ignoraba la batalla cultural, sí, pero respetaba la sobriedad de las instituciones. Prescindía de la demagogia engalanando el marco ejecutivo de seriedad. Ahora ni gobiernan ni se enfrentan ideológicamente. Los políticos se han convertido en una caricatura de sí mismos y han hecho sensatos a aquellos guiñoles que intentaban ridiculizarlos. Ni esos títeres podrían superar los números teatrales a los que nos tienen acostumbrados la clase dirigente. España necesita gobernantes serios que sepan de lo que hablan. Quizá por eso el Partido Popular le cortó la cabeza a Pablo Casado y le ha entregado las llaves de Génova a Alberto Núñez Feijóo. El otro gallego era lo único que les quedaba para escribir el eterno relato de adalides de la gestión. Luego llega el presidente de la Xunta de Galicia y te dice que su hijo tiene un 25 % de ADN vasco y se te jode la vaina. Estamos contaminados de un ecosistema sensacionalista que hace sucumbir hasta las mentes más lúcidas.

Añoramos a los tecnócratas de la transición. Perfiles superiores no por su preparación, sino por sus valores democráticos y políticos. Recuerdo que en los fueros de la época se bromeaba con que mientras Manuel Fraga había escrito cincuenta libros, Adolfo Suarez había leído cincuenta libros. Es más, puestos a la preparación curricular, nos quedamos con la de los políticos de ahora. Que si doble grado en Derecho y Políticas, que si Máster en Harvard, que si MBA… Un rosario de diplomas que no son garantía de ser un cargo capaz. Para estar en política hay que tener una pasta especial, contar con una resiliencia por encima de la media, como tantas veces señala mi buen amigo Antonio Sola. La vieja guardia sabía lo que era luchar por la libertad en esencia porque venía de una dictadura. Hoy vivimos en una sociedad infantilizada con eco en nuestros dirigentes. Teñimos con rasgos soberanos el tomarnos una cerveza en el bar. A veces observo comportamientos propios de críos de doce años en figuras alargadas de cuarenta. El otro día, sin ir más lejos, la que se armó con el comentario de Mireia Mollà al tomar un zumo de naranja y bromear con un tercero sobre que no dijese que no eran de Valencia. Los del PP y Vox le llamarón de todo. En medio de esa catarsis iracunda le reproché a un dirigente del Partido Popular al llamar mentirosa a la consellera de Agricultura, que no degradase la política banalizando la mentira. Luego ves que también los agricultores piden su dimisión o unas disculpas y te das cuenta de que el mundo está bonito.

Entiendo que ese comentario pueda sentar mal, pero es elemental considerar el contexto en el que sucede. Se trataba de un corrillo distendido en el que Mollà sacó a relucir su sentido del humor con la mala fortuna de que utilizó las palabras inapropiadas. Fue una broma de mal gusto, no hay que darle más vueltas. A veces parecemos idiotas. Queremos a políticos robotizados y calculadores que no cometan deslices. Exigimos una perfección que no tenemos ni nosotros mismos, entre otras cosas, porque esa pulcritud en las formas es una quimera. No todo vale. Se debe reprochar lo que de verdad merece ser criticado, no atacar por atacar. Lo que hizo la señora consellera no es mentir, es un chascarrillo. Hay otras muchas cosas por las que se puede condenar al Gobierno del Botànic, como la presunta complicidad de Mónica Oltra en los abusos de su exmarido o los presuntos contratos irregulares de Ximo Puig a su hermano y a su hijo. 

Nos merecemos un respeto, que no nos tomen por tontos. Es hora de hacer política para adultos y salir de las guarderías para adolescentes trasnochados en lo que se han convertido las instituciones. Maduren, señores. Trabajen y dejen los reproches de patio de colegio. Dejen de banalizar la mentira y el mal.

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