Cuando ustedes lean esta columna, servidora estará inmersa en plena tormenta de ideas sobre cómo innovar en los informativos de televisión. El lunes comienzan en la UMH unas Jornadas Internacionales sobre el asunto de marras en las que participan grandes profesionales del medio que ya se han estrujado el caletre antes que yo. Y dándole vueltas a la noria, estoy por rendirme ante la evidencia.
Los auténticos genios de la innovación informativa no están en las cátedras ni en los “medialab” ni tampoco en los platós. Quienes están revolucionando de verdad los informativos y llevándoselos a su terreno se tratan entre ellos de señoría y se sientan en un escaño. El circo mediático que se instaló en nuestras pantallas con la explosión de los formatos de telerrealidad y el infoentretenimiento ha causado importantes daños colaterales en los informativos. Cuando el “más difícil todavía” y el “que comience el espectáculo” subvierten escaletas y ceban tertulias estamos echando carnaza al monstruo que nos devorará.
Estamos amaestrando cobayas que salivan en cuanto ven aparecer una cámara de televisión. Sus señorías han aprendido cómo conseguir su minuto de gloria realizando malabarismos dialécticos, presumiendo de filibusterismo o fardando de ser los mejores tahúres a este lado del Misisipi.
La realidad es que la mayoría de los informativos televisivos se nutren de performances (actividad artística que tiene como principio básico la improvisación y el contacto directo con el espectador) como bien interpretó la vicepresidenta Carmen Calvo ante el numerito que se marcó el otro día en el Congreso la portavoz del PP. Un monólogo “pseudogrouchomarxista” con el que podría ganarse la vida en cualquier corral de comedias de poco pelo. Extra, extra. Dolors Montserrat y Gabriel Rufián, mano a mano. La contorsionista fulera y el prestidigitador aspirantes al título de “enfants terribles” del hemiciclo. Lo mismo aparecen prostitutas desconcertadas yendo y viniendo de la Moncloa a Waterloo, que sacan una palmera de una impresora por el hueco de una chistera. Y todo gratis en los telediarios.
El espectáculo vende. Ha vendido siempre. Los periodistas no somos más que juglares venidos a más y mucho me temo que volvemos a apostar por el binomio información-diversión para mantener la fidelidad de la parroquia. Los políticos ya saben cómo situarse en el centro del escenario mediático pero los colectivos sociales también se han quedado con la jugada. Para convocar a los medios y salir en la foto se usan todos los recursos: rodear el Congreso, coreografiar el Thriller, atar lazos amarillos, baquetear cacerolas, disfrazarse de Vendetta, pactar escraches, quemar banderas, bailotear a Queen, enarbolar coños insumisos, desfilar con cabras, abandonar escaños a toque de corneta o usar zapatos como armas de destrucción masiva.
Da lo mismo el escenario: una comisión de investigación, una rueda de prensa y hasta el mismísimo Parlamento europeo. La función varía pero el argumento siempre es el mismo: yo pongo el zapato y tú dame el titular. Confundimos los espejos con los espejismos. Compramos la información por el envoltorio y así nos va. Putin retratado semidesnudo a lomos de su Babieca eslava es el puto amo. Trump, con su tupé de pony dorado, viraliza un eslogan y cuatro tuits, no vaya a ser que se descubra su auténtica identidad de dibujo animado. Y aquí, la Cámara convertida en un patio de colegio a ver quién la dice más gorda. Seguro que más de una señoría tuvo que ir el otro día directamente en busca de María Moliner para saber qué es una performance. Y quién esa tal María.