Los partidos políticos tienen puntos en común con las cofradías de Semana Santa y las sedes de las fiestas del fuego que en estos días se celebran en València. Aparentemente son estructuras estancas entre sí, espacios independientes bañados de folclore festero, religioso o politiquero; sin embargo, su idiosincrasia es similar en el aspecto de que sus empresas sirven de refugio para incomprendidos, solitarios e inadaptados. Miembros de una sociedad tribal que añora y ansía formar parte de algo más grande que su propia individualidad, hay personas que se adhieren a espacios sociales con el fin de hacer amistades, romper la rutina e invertir su tiempo sin que tengan algún tipo de interés aparente en el cometido por el que se desarrollan ciertas compañías.
En mi etapa política me di cuenta de que mucha gente que estaba en Ciudadanos no tenía ni idea de lo que se hacía en un partido o de cuáles eran las razones pragmáticas que movían a las siglas que representaban, en otras palabras: se habían metido en el juego político sin tener nociones de la realidad que les rodeaban. Acudían a los actos impulsados por un ímpetu social de conocer gente, hacer networking. Hay personas que piensan que todo el que se enrola en una formación sabe lo que se hace, tiene ciertas lecturas o se moviliza cautivado por el idealismo; muchos lo hacen para sentirse parte de algo, otros en cambio, simplemente pretenden saciar su hambre de relevancia y notoriedad.
Los arribistas se juntan con los que pasaban por allí y después están aquellos que de verdad tienen convicciones políticas. Tristemente los partidos están llenos de egos con una ambición oscura y de friki fans que pese a no saber muy bien lo que defienden, se acomodan en el organigrama para sentirse aceptados en un club. Los hay que van a los actos políticos como quien va el domingo a la montaña; de los creadores del turismo sanitario se creó el ocio político. Ese es el motivo por el que gente sin ideas se hace con cargos de responsabilidad pública, no son más que frikis que escalaron en la estructura: ahora ya sabrán cómo Ángela Rodríguez ‘Pam’ ha llegado a ser secretaria de Estado o Carles Mulet al Senado. Es lo que ocurre, cómo dijo Juan Carlos Girauta en su columna del pasado sábado en ABC, «personas sin oficio ni beneficio se ven ostentando un cargo político». Creo que precisamente, por ese riesgo de que el circo de lo público sea una pista de aterrizaje de paracaidistas inadaptados, Ximo Puig acierta fichando a independientes con trayectoria profesional para su lista autonómica.
Ya conté en una ocasión en este espacio que una vez me dio por probar a enrolarme en una cofradía de Semana Santa y ahí encontré más personas interesadas en las relaciones sociales que en la devoción. Que si comida por aquí, que si cena por allá – cuidado con quedar a picar con nocturnidad y alevosía que ya sabemos cómo terminó el Tito Berni –, cualquier excusa era buena para irse de parranda por ahí. Nunca he visto a gente tan peculiar como en esas veladas y con temas de conversación más gore e inapropiados; el ayuno y abstinencia del tiempo cuaresmal no era un impedimento para que algunos se pillaran un pedo del quince entre ensayo y ensayo. Al final renuncié a llevar el paso porque vi más hipocresía puritana que en esos que dicen ser vegetarianos sólo a veces. Los religiosos con pedigrí contrastaban con los que estaban en la Hermandad con el único fin de llenar su agenda de quehaceres faranduleros. Unos se apuntan a clubs de lectura y otros a cofradías de Semana Santa.
La pompa y circunstancia de las fiestas se parece mucho a la que se da en los partidos políticos y en las cofradías, si uno de los fines principales de las fiestas es pasarlo bien, comer, beber y compartir momentos con gente variopinta, esa situación se traslada a estos otros espacios. Dejan de percibir a las organizaciones devocionales y políticas como camarillas sobrias y rigurosas para convertirlas en una especie de clubs de divorciados alternativo; peñas de incomprendidos y espacios lúdicos underground.