Contaba Tom Wolfe, el dandy norteamericano del Nuevo Periodismo, en su libro “La izquierda exquisita” o en “El nuevo periodismo” -he “perdido” la memoria y rebuscar en mi biblioteca es como intentar encontrar oro en las playas de La Safor sin un detector de metales- la expectación desatada entre la alta sociedad progre-burguesa neoyorkina frente a la inauguración de una exposición de uno de los grandes genios del Pop Art. Toda la burguesía acomodada y supuestamente progresista quería asistir al evento. Con sus mejores galas, por supuesto. Nadie quería perdérselo. Pero el atrevido artista se reía de la escena. Antes había orinado en los cuadros que iba a vender durante el vernisage sin que nadie lo supiera. No sé si sería una burla o sólo un guiño político. Warhol era así.
Tenía gracia leer a Wolfe sobre los invitados, armados con copas de champagne y mucho glamour mientras cantaban la excelencias de unos cuadros que seguramente no entendían -marca Robert Hughes- pero en ese instante eran síntoma de modernidad acomodada cuando se trataban de una crítica al sistema de consumo.
Sí, ya sé que no fue el primero, según cuentan, que usó esta “técnica” de la que también se habrían aprovechado Rembrandt, Goya, Picasso o Hopper, entre otros. Y es que las bacterias de orina, dicen los expertos, cambian los patrones visuales de los pigmentos.
Pero allí estaban todos aquellos ricos y nuevos ricos de la izquierda exquisita vestidos de frac y trajes de noche alabando esos colores inesperados y tan absolutamente diferentes después de una buena meada.
Venía esto a cuento por la gala de los premios Goya celebrada en Valencia a bombo y platillo y sin límite de gastos que nuestra izquierda exquisita, antes tan reñida con el glamour provinciano, vivió en el Palau de Les Arts, denostado como elemento y hoy tan querido por ellos, como si le fuera la vida aunque como figurantes.
No entraré en premios y premiados porque es cosa de los sesudos académicos que son, como en cualquier gremio, un lobby de intereses que acude allá donde más pagan. Y en eso nuestros gobiernos locales, provinciales y autonómicos son grandes linces. Una gala de premios sectoriales es un peñazo y sólo sirve para que las películas premiadas, como es este caso, tengan una segunda vida. También para hacer lobby. El resto es talonario a precio de estrella o estrellada. O sea, un canon y un catálogo de invitados.
Mi idea iba dirigida a esa izquierda sublime de gustos y postureo que he descubierto a través de las redes sociales protagonizado por nuestros gobernantes/as, antes tan críticos, austeros y marrulleros y esta semana tan felices en la alfombra roja. Lo más divertido fue comprobar cómo grupos municipales de esa izquierda pija acudía en tropel para hacerse selfies y colgarlos a la carrera en sus redes sociales. Como si fueran también estrellas, aunque vestidas con trajes prestados. Cenicientas/os pasajeros ávidos de invitaciones.
Nos vendieron la gala como el último eslabón, el broche final del centenario Berlanga. Fue la excusa de la inversión de dos millones de euros, que se sepa, en el evento efímero a cargo de las arcas públicas pero restringidos.
Sin embargo, la familia del cineasta ya ha dicho que de eso nada, que más bien fue ”humillante”, un menosprecio al realizador por muchos comisariados de los que nos rodeamos con ruido y fantasía y hoy ya han pasado al olvido. Como también se han posicionado algunos diseñadores que han cuestionada que siendo Valencia capital del diseño nada se dijera de ello. Es más, nadie recordó, por ejemplo, a Lola Gaos, más de izquierdas que la izquierda de la que en 2001, como Berlanga, se cumplía el centenario de su nacimiento.
Cómo no va a estar la denominada Academia del Cine contenta con el fasto cuando hemos puestos dos millones de euros para su gasto, disfrute y lucimiento de unos pocos en la alfombra roja. Entiendo que nuestros cargos electos debían tener una representación, pero de ahí a ser ellos los protagonistas mediáticos de esa gala me parece un agravio a la ciudadanía. No fue estético. ¿Dónde estaba el cine local en la gala? ¿Alguien se preocupa de él o sólo en potenciar el cine mediático y los exteriores que dejan en impuestos y cánones lo que les pidan? ¿Existen políticas al respecto?
Por supuesto que nuestros jóvenes gobernantes, cuyas imágenes por internet resultaban patéticas, están deseando que vuelvan por aquí los eventos sociales. Si no lucen en su trabajo es porque no dan más de sí, a menos que lo hagan en el denominado photocall. Seguro que se pasaron el domingo contestando posts y esperando likes como adolescentes. Para algo quisieron ser los dueños del corral del cine que abre sus puertas para alentar subvenciones públicas a cambio de un poco de brillo. Son todos iguales. Imagen de un auténtico provincianismo. Mejor haberse callado y guardar la pose para un recuerdo personal, pero venderlo a la ciudadanía como un logro personal va a ser que no. Y es que se repartieron las pocas invitaciones de protocolo entre ellos mismos. Sin escrúpulos, sin conciencia social. En plan chupipanda. Cayendo en los mismos errores que antes se criticaban. No niego que los relacionados con el ramo tenían una obligación presencial, pero aquí fue como repartir caramelos en la puerta de los colegios, solo que cambiamos adolescentes por concelleres, diputados, concejales y otros cargos para su goce, disfrute y fotos sociales. Y eso que no merecen, ni esperaban ¡premio alguno. Pero allí estaban, a la foto. Decenas de cargos públicos
Total, la Generalitat valenciana aportaba 800.000 euros, el Ayuntamiento de Valencia 700.000 y la Diputación de Valencia otros 500.000, según algunos medios. Sin contar otros gastos y olvidos. Aquí siempre recibimos con alegría. Lo del cine o la industria audiovisual está de sobra.
Lo mejor, cuentan las crónicas, fue que el conseller Marzà lució unos gemelos con un lápiz y un sacapuntas en honor a los maestros. Ahí se salió. Todo muy Botànic. Pero, sobre todo, puramente berlanguiano.