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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV 

'Operación Sabre', una sobrecogedora crónica negra del "23F serbio"

Filmin estrena en España una miniserie serbia sobre el asesinato del primer ministro del país, Zoran Djindjic, enfrentado al estado profundo nacionalista y las mafias

25/01/2025 - 

VALÈNCIA. Solemos comentar en esta columna que, desde que la oferta televisiva tiende a infinito con la llegada de las plataformas, la variedad temática es cada vez más estrecha. Con ligeras variaciones, todo se reduce al crimen y las celebrities. Exactamente igual que antes de que llegara internet. 

Filmin, que según dicen, busca comprador, ha tratado de romper esa tendencia desde que apareció. La plataforma española reúne un buen catálogo de cine independiente y comercial de todas las épocas y, sobre todo, presta atención a las películas que llegan de nuestro continente. En un país tan centrado en sí mismo como el nuestro y que solo admite la influencia cultural anglosajona, prácticamente despreciando las demás, es un tesoro contar con algo así. 

Una de las últimas joyas que ha traído es la miniserie Operación Sabre, una extraña producción de la Radio Televisión de Serbia. No es extraña por su contendido, que es una intriga política y policiaca excelente, sino porque la RTS está controlada por el gobierno y el caso que se relata, el asesinato del primer ministro Zoran Djindjic en 2003, fortalece la leyenda y el legado moral de alguien que fue un enemigo acérrimo del partido que gobierna en la actualidad, los nacionalistas, y controla la RTS. 

Por otro lado, también es extraña por su calidad, absolutamente exquisita. La serie anterior que trajo Filmin, Los tres últimos días, sobre la grotesca detención de Slobodan Mislosevic, precisamente, por parte del gobierno de Djindjic, contaba con actores excelentes, pero tenía la calidad propia de un presupuesto orientado a la televisión convencional. Operación Sabre es otra liga, la fotografía es alucinante, los actores están al máximo nivel y la imbricación de las tramas, histórica, política y policial, es un trabajo de orfebrería. 

Merece tanto la pena que, aunque el espectador no esté iniciado en la historia contemporánea de los Balcanes, es recomendable que eche unas lecturas rápidas a las biografías de los protagonistas para entender el contexto y disfrutar la serie con todos los detalles que contiene y sus segundas lecturas, que no son pocas. Por ejemplo, este perfil de Djindjic es un buen punto de partida. 

El protagonista fue primer ministro de Serbia entre 2001 y 2003. Está considerado el primer presidente de una Serbia realmente democrática. Con Milosevic hubo elecciones, sí, pero su limpieza dejaba mucho que desear, al tiempo que se hostigaba a la oposición y no fueron pocos los periodistas y políticos que fueron asesinados durante sus años en el poder. 

En cambio, la figura de Djindjic no es la de un santo, es un personaje con claroscuros. En los años 70 fue un estudiante rebelde, tuvo que salir de la Yugoslavia de Tito por sus problemas con el gobierno, que le había enviado a prisión en 1974 acusado de organizar una formación política independiente. 

Se exilió en Alemania, donde fue alumno de Habermas, y frecuentó los ambientes alternativos y anarquistas de ese país, para volver a Belgrado en los 80, donde se dedicó a escribir en prestigiosas revistas intelectuales, no en vano, su formación era en Filosofía. 

Durante esa década, Yugoslavia entró en una espiral de soflamas nacionalistas que se retroalimentaban. Las instituciones federales resistieron las ondas sísmicas, pero cuando Slobodan Milosevic traicionó a su mentor, Ivan Stambolic, al que años después asesinaría, y ocupó su lugar, las discrepancias escalaron. Milosevic empezó a luchar activamente contra los derechos de los albaneses de Kosovo y amenazó al resto de pueblos yugoslavos. Pensaba que fueran cayendo bajo su control todas las instituciones del país como en un efecto dominó involucionista. 

Djindjic, en aquellos años, se oponía públicamente a la histeria nacionalista y a cualquier paso que no fuera en dirección a una democracia homologable. Era considerado por muchos lectores como una de las pocas personas que estaban conservando el sentido común en Serbia. Cuando tanta gente exigía el estado nacional al precio que fuese, él defendía el estado civil. 

Sin embargo, todo lo que era susceptible de empeorar, empeoró. Hubo un golpe de estado en las fuerzas armadas yugoslavas, que pasaron a estar bajo control serbio y, una vez fracasada la estrategia de dominar Yugoslavia, los nacionalistas de Belgrado decidieron dominar la desintegración de la federación modificando sus fronteras internas para que todos los serbios estuvieran dentro de un mismo estado. Este plan se ejecutó con limpiezas étnicas cometidas fundamentalmente por paramilitares. 

Es ahí donde la figura de Djindjic se volvió más confusa. No siguió oponiéndose, sino que modificó los estatutos de su partido y los alineó con las ideas de Milosevic sobre Kosovo y el estado nacional. Hubo momentos en los que realizó visitas oficiales a Bosnia, donde se reunió con Karazdic y sus hombres cuando estos ya tenían en su haber una colección de masacres execrable. 

Del mismo modo, a la hora de reunir fuerzas para acabar con Milosevic en 2000, tuvo que llegar a acuerdos con las fuerzas armadas, la policía y también las mafias, que en aquella época estaban estrechamente ligadas al estado a través de los servicios secretos. 

Estas dos caras de Djindjic son las más cuestionadas de su persona, pero habría que preguntarse si habría habido otra manera de ser presentar una opción de gobierno en Serbia si, con las guerras, no se pasaba también por el aro de determinados trágalas del nacionalismo. Partiendo como “traidor” ante un pueblo conquistado por la demagogia nacionalista posiblemente nunca hubiera llegado a poner en marcha ninguna reforma. Al mismo tiempo, sus contactos con el crimen organizado, para que no se opusieran al derrocamiento de Milosevic, entraban dentro del realismo, eran una parte del Estado. Un actor más. 

Esta serie se sitúa en los últimos días de su mandato. Como primer ministro, asumió un sinfín de problemas, tenía que conducir una transición a la democracia en un país devastado por las guerras, con una economía improductiva y la mitad de ella, en negro, con todas las ayudas económicas bloqueadas a condición de que se enfrentara a los criminales de guerra y los entregara, Milosevic incluido; con la separación de Montenegro pendiente y el marrón de tener que gestionar los intentos de volver a obtener la soberanía de Kosovo. 

Paradójicamente, de todos estos problemas, los más complicados eran los relacionados con el estado profundo de su propio país. Toda la labor que hizo para intentar eliminar el crimen organizado y los poderes fácticos nacionalistas y criminales no se puede juzgar porque no fue culminada, pero hay un detalle que demuestra que iba en serio como no ha vuelto a ir nadie: fue asesinado por un francotirador. Ese es el mayor argumento que defiende que no iba de broma. Y ahí empieza el primer capítulo de la serie. 

Lo que sigue es la operación para la captura de los culpables y la investigación policial. La tesis del guión acusa a los servicios secretos de eliminar al presidente para proteger a los criminales de guerra y encargarse de que el estado profundo siguiera controlando de facto el país y, lo más importante, las redes del crimen organizado. 

Como españoles, es un episodio sumamente interesante, porque nuestra transición a la democracia también tuvo amenazas involucionistas serias, coronadas por el 23F, donde el presidente del gobierno también estuvo encañonado. España no tenía la presión de las potencias occidentales para que detuviera a sus militares que tuvo Serbia, pero los asesinatos de ETA tensionaron a las Fuerzas Armadas hasta el punto de ponerse en marcha media docena de operaciones golpistas realistas en menos de diez años. 

Al igual que Suárez, Djindjic se enfrentó a una presión política descomunal antes de ser asesinado. Una campaña de las que dejan la sensación en la atmósfera de que todo vale para derrocar al gobierno. En España esa conspiración mediático-militar acabó en un golpe de estado el 23F, en Serbia en un magnicidio. Hay un hecho histórico que no sale en la serie, pero Tomislav Nikolic, líder del partido nacionalista, dijo semanas antes del asesinato “A Tito también le dolía la pierna antes de morir”. Esos días, poco antes de recibir los disparos, Djindjic iba en muletas. 

¿Por qué no sale en la serie esa declaración si es un detalle tan clamoroso? Ese es el único punto negro que tiene esta producción. Los miembros del actual gobierno y su partido no son ni mencionados. No existen. Ocurrió lo mismo con la serie de Milosevic, al que apoyaban en un gobierno de coalición. No figuran, no constan. No estuvieron. Ese borrado de la historia más negra del país es la mano de la censura o autocensura que se adivina en ambas producciones. 

Al margen de estos detalles históricos, lo que no se puede censurar es el fresco de la sociedad serbia de aquellos años y los paralelismos que puedan trazar los espectadores con la actual, gobernada por tan firmes opositores a Djindjic en su día. 

Desde aquí, como espectadores, podemos sentir la claustrofobia que supone la corrupción de de los servicios secretos y su connivencia con lo que fueron señores de la guerra. Dice Djindjic al final en una escena real: “Se puede hacer una sopa de pescado con los peces de un acuario pero no se puede hacer un acuario con una sopa”. Se refería a que haber causado un desastre histórico tenía consecuencias. Y eran el precio que había que pagar para tener un país normal. Muchos serbios siguen añorando, sencillamente, eso.  

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