Este artículo, el primero que escribo para Alicante Plaza, a quien le doy las gracias por prestarme esta tribuna, no puede tratar de otra cosa que de lo único que tenemos todos en la cabeza en estos momentos.
Llevamos justo un año de covid. Un año en el que hemos estado con la televisión encendida casi 24 horas al día, actualizando continuamente los contenidos de los periódicos en la tablet y con los móviles echando fuego recibiendo wasaps de todo tipo.
Fuimos los periodistas los que desde ese primer momento de estupor, sorpresa y pasmo hemos estado intentando contar, explicar, aclarar, es decir, informar con rigor y veracidad de este tsunami que ha cambiado nuestra vida de una manera radical. Hemos estado al servicio de la sociedad, ofreciendo un trabajo que no podía salvar vidas como en el caso de los sanitarios, pero que se ha convertido, también, en un servicio esencial en un tiempo tan convulso y complicado y donde las noticias eran, son, esperadas como agua de mayo. Porque la información, en todos los momentos y especialmente en los de crisis, adquiere una función sanadora.
Pero como en otras muchísimas profesiones, el camino hasta llegar al día de hoy no ha sido cómodo ni fácil. Hemos tenido que luchar ante contratiempos directos, como ruedas de prensa sin preguntas (o sin respuestas concretas a esas cuestiones), limitaciones de acceso a lugares de interés para los ciudadanos, impedimentos a los fotorreporteros para reflejar con imágenes la dolorosa realidad, falta de datos de las autoridades públicas encargadas de suministrarlos, o baile de cifras de esas mismas autoridades que nos han vuelto locos. Y es que, si tenemos que informar a los ciudadanos, los periodistas necesitamos acceso a todos los datos que puedan interesar, sean buenos o malos. Porque el derecho a que los ciudadanos estén correctamente informados es una obligación que los periodistas debemos cumplir. La labor del periodista no es enfrentarse a fuentes poco fidedignas, sobre todo si estas son oficiales.
Pero aún peores han sido las cuestiones indirectas, como la lucha contra los bulos, las medias verdades o directamente las mentiras que han llegado a los ciudadanos por diversas fuentes y plataformas que no han tenido reparo para alterar aún más las penosas experiencias que hemos sufrido durante este desastroso año que acabamos de despedir. Como tampoco fue fácil para los periodistas encajar la intención de crear un Comité de Desinformación que, de una manera arbitraria, pretendía controlar la libertad de expresión. Este Comité, después de una contundente respuesta de la profesión, no se ha creado.
El profundo cambio que ha conllevado la pandemia, que ha sido como el coletazo de un dragón que ha convulsionado nuestra existencia, es también una oportunidad para los periodistas. Para empezar, aprendiendo a adaptarnos a mil cosas: nuevas plataformas, nuevas maneras de comunicar, nuevo lenguaje, nueva tecnología, pero con una cosa muy clara; que la esencia de nuestra profesión no ha cambiado, y que nuestros valores y principios parten de una premisa imprescindible: tenemos que contar la verdad y denunciar la mentira.
Y la verdad tiene matices. Por eso hemos de ofrecer a la sociedad una información donde la pluralidad sea una realidad. Debemos escuchar a los que discrepan, porque la realidad tiene muchas aristas; esta es la base de la convivencia, el respeto y la aceptación del otro. Los periodistas no buscamos la confrontación, como en ocasiones se nos acusa, sino ofrecer a la sociedad la información que demanda, la que permite que los valores democráticos se conserven y crezcan.
Rigor, veracidad, denuncia de la mentira, profesionalidad. Estos son nuestros principios. Y no, no los vamos a cambiar. No tenemos otros.
Rosalía Mayor es presidenta de la Asociación de Periodistas de la provincia de Alicante