VALÈNCIA. En un momento, Ramón Esteve se saca, no se sabe de donde, uno de esos libros que su estudio de arquitectura y diseño edita solo para los clientes a los que construye sus casas. Viéndolo me dan ganas de hacerme la casa para conseguir el libro. Incluye la evolución constructiva y el resultado final. Muchas fotos. Es la Casa de la Roca, al norte de Barcelona, sobre una ladera frente al mar: pinos, encinas, alcornoques, Mediterráneo.
En las primeras páginas, aparece él señalando la parcela virgen antes de que se levante el hormigón y la piedra. La foto del minuto cero. Allí, rodeado de gente, se encuentra solo ante la orografía y comienza a intuir por dónde crecerá la casa. El objetivo: convertirla en una forma más de ese continuo natural.
Cuando asistió a la escena, encaramado a la colina, pensó en unas palabras del arquitecto pope Frank Lloyd Wright, y que ahora pronuncia. Las paladea y suenan a un código con el que sellar una liturgia; dan ganas de ponerse firmes: «Ninguna casa debería estar nunca sobre una colina ni sobre nada. Debería ser de la colina. Perteneciente a ella. Colina y casa deberían vivir juntas».