Los neandertales no mataban a sus crías defectuosas recién nacidas. Los arqueólogos desmienten la frivolidad del “hijísimo” Suárez Illana cuando trata de llevarse el agua a su molino confundiendo el aborto con el infanticidio. Unas declaraciones que no hay por dónde cogerlas sin que te llamen estúpido, ignorante o mentiroso. Pero más allá de la boutade que ha servido de munición contra la regresión política que procesiona por las calles patrias, los neandertales están saliendo de sus fosas arqueológicas. Los defensores acérrimos de la pureza de la raza, los eurocéntricos de bastos y rosarios deberían reivindicarlos como antepasados fetén. Fueron una especie humana, anterior a los homo sapiens, que habitó exclusivamente en Europa durante 200.000 años.
Luego llegaron los sapiens en sus pateras ancestrales procedentes de África y los reemplazaron. Los expertos no saben exactamente qué provocó su extinción pero lo cierto es que en la lucha por la posesión de los recursos vitales ganó la nueva especie más evolucionada llegada de tierras más cálidas. Esta recuperación de las esencias que prodigan muchos programas electorales desde Covadonga o desde Colón tiene una deuda pendiente en el valle de Neander (Alemania) donde se descubrieron algunos de los restos que dieron nombre a esta especie que está despertando en lo más profundo de nuestro adn.
Los neandertales eran gente robusta pero poco habilidosa. Cazaban en grupo, se decoraban el cuerpo con pinturas, se adornaban con plumas, banderas y gritos guturales. No dominaban el lenguaje escrito pero eran unos hachas con los pictogramas, un vocabulario simbólico que hemos rescatado con éxito de cuevas prehistóricas. Hoy he visto unos cuantos en televisión. En programas de máxima audiencia. Liderando manadas. Las redes sociales van petadas de estos ejemplares resilientes que marcan tendencia en la comunicación desde todos los ámbitos. La tecnología nos está convirtiendo en neandertales lingüísticos.
El horror, la desolación, la sorpresa mayúscula tiene cara de emoticono. La alegría desbordada es una gitana bailadora de repisa de televisor, de cuando los televisores tenían donde apoyar esos bibelots de guiri made in Spain. Nos manifestamos el amor con corazones multicolores que palpitan en línea. Nos animamos con brazos que sacan bola, con hileras de aplausos, con brindis ficticios y piñatas en erupción. La sonrisa pícara, la risa contenida, la carcajada han sido sustituidas por caretos que expresan la intensidad del jolgorio electrónico. La patria es solo una bandera. Un partido político es una patria.
El reduccionismo pictográfico nos está laminando el lenguaje hasta devolvernos a las cavernas. La vuelta a las esencias neandertales comenzó con la exaltación de los titulares, con el periodismo de declaraciones yuxtapuestas que ocultan el trasfondo. Todo un discurso reducido a cuatro ocurrencias entrecomilladas. El tráiler de una película que nadie ve. Por eso, para contrarrestar ese ninguneo léxico que nos vuelve extremadamente neandertales, suelo visitar los diccionarios de las lenguas que conozco. Pronunciar en voz alta palabras bellas como faristol, papallona, nenúfar, efímero o aiguamolls. Descubrir que culebra es una palabra sinuosa que se enrolla en la boca como una onomatopeya gráfica. Jugar con el verbo azuzar, un látigo sonoro solo apto para hablantes mesetarios de rancio abolengo. Comprobar que la palabra efervescencia sale a borbotones, que sonámbula me da miedo, que bizarro tiene bigote. Y también colecciono perífrasis de nuevo cuño como “indigencia intelectual” para evitar llamar ignorante a más de uno que no son más que neandertales con ipod.
Bona nit, cresol. @layoyoba.