No todo está perdido. Mirad la resistencia contumaz de las palomas al Gobierno traidor. Siembran de cagaditas los tejados de la Moncloa, la sede de todas nuestras desgracias. Y no pueden con ellas. ¡Qué tías!
VALÈNCIA. Conservad la esperanza: nos quedan las palomas. Cuando todo lo dábamos por perdido en esta España saqueada por una partida de bandoleros, saltó la noticia a la que nos agarramos como el náufrago que se sostiene en una tabla en alta mar.
Lo leímos en Vozpópuli: el Gobierno está en guerra con las palomas; ha invertido 60.000 euros en combatir esta “plaga” en la Moncloa. Se la ha ido de las manos. Este hecho, que ha pasado desapercibido, constituye un motivo de esperanza, quizá el último. Las palomas se han convertido en el último dique de contención contra la tiranía que se avecina.
Nunca lo hubiésemos imaginado, pero en ese combate de las palomas en favor de la libertad de los españoles veo la mano de Dios. Esta vez la paloma no se equivocó; sabía dónde hacer sus deposiciones. La paloma —símbolo de la paz, la paloma albertiana que el poeta me dedicó en su libro La arboleda perdida— es nuestra manera de vengarnos de Dorian Gray y sus facinerosos. Las palomas son como una Agustina de Aragón con alas, heroínas de una guerra que dábamos por perdida contra el invasor.
Nadie es perfecto, tampoco lo son las palomas, que arrastran fama de cochinas y pendencieras, como las que vi, durante mis andares solitarios, en el Día de Todos los Santos, en la calle del Mar de València. La calzada estaba hecha un asco con tanta cagadita. Esa mierda cae, gozosamente, sobre los tejados de pizarra del palacio de la Moncloa, y nosotros, que tenemos alma de poetas, descubrimos en ella una metáfora amiga y cercana. ¡Quién, después de lo leído, visto y escuchado estas últimas semanas, quién después de tantas mentiras y traiciones del Gobierno, no ha soñado con dejar su impronta en cada asiento del Consejo de Ministros! Las palomas —blancas, grises, marrones, de todos los colores— lo han hecho por nosotros. Allá va nuestro agradecimiento.
“EL PARTIDO DE LAS PALOMAS (PDP) HA HECHO MÁS POR COMBATIR AL PODER QUE LA SUMA DE LAS DOS DERECHAS IDIOTAS E INÚTILES”
Son lo único que nos queda para evitar ser arrollados por las suelas grasientas de Frankenstein. Desde 2018, año trágico en que el maniquí alcanzó el poder gracias a una moción de censura tramposa, el partido de las palomas (PDP) ha hecho más por combatir al poder que la suma de las dos derechas idiotas e inútiles que padecemos. Prueba de la fortaleza de esta oposición política es que el Ministerio de la Presidencia ha fracasado en cada campaña contratada para acabar con esta gloriosa “plaga”.
Las palomas son incorruptibles; no se dejan comprar por el oro europeo del caudillo socialista. El Gobierno tiene a todos a sueldo: sindicatos, patronal, obispos, pensionistas, empleados públicos, las ursulinas que hacen agua, bedeles del CIS, magistrados del Constitucional y el Consejo de Estado, jóvenes, profesores, la familia Bardem y otros titiriteros. A todos menos a nuestras amigas las palomas, ejemplo de patriotismo, que no se venden por una entrada para el cine de barrio de los martes.
Las palomas resisten a los halcones progresistas contratados por el señor Bolaños. Tendrá que enviarles al rústico de Cerdán, especialista en trabajos sucios, a negociar. Tampoco podría con ellas. Pero, además, tengo unas preguntas: ¿por qué el Gobierno, que presume de animalista, quiere acabar con un ave protagonista en los Evangelios? ¿Acaso una paloma es menos que una rata? ¿Por qué ese Gobierno siente tanta debilidad por las ratas? No hace falta explicaros la razón.
Si algunos no nos hemos pegado un tiro por la deriva suicida del país, ha sido gracias a esas palomitas entrañables que acuden a las terrazas de los bares a picotear los panchitos caídos por azar en el suelo. Las admiro y las respeto por su coraje y su resistencia. No me importa que de cuando en cuando ensucien la galería de casa o la carrocería de mi envejecido coche. Los héroes (recordad a Aquiles) son muy suyos, incomprensibles para los mortales. Se les ha de disculpar todo con tal de que sigan cagando donde toca, en el palacio donde se ha gestado la mayor traición conocida en la historia reciente de España.