ALICANTE. Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Langstrum… ahora vas y lo cascas. Pippilotta Delicatessen Persiana Hierbabuena Hija de Efraim… Calzaslargas, hasta los puntos suspensivos, este fue el reto que le lanzó la convaleciente Karin a su madre, la escritora Astrid Lindgren, cuando la pulmonía que arrastraba la tuvo en cama mucho más tiempo de lo que cualquier niño puede soportar. “Cuéntame algo de una niña que se llame…”, eso. Así es que su madre decidió que el nombre no era lo suficientemente descriptivo del personaje que había imaginado, y le añadió el Calzaslargas/Langstrum que todavía, 70 y tantos años después de las primeras historias escritas, 40 y tantos después de que la pecosa Inger Nilsson la encarnara en la inolvidable serie de televisión, provoca una sonrisa de satisfacción en los hijos e hijas de la televisión única en blanco y negro. O tal y como lo escuchamos los asombrados niños de aquella España pretransicional de 1974, en la intro del primer episodio, “Pippilotta Victualia Rogaldina Socominsa, hija de Efraim Langstrump”.
Al igual que la salud sexual de los habitantes de este país oculto bajo sotanas y enaguas, dicen, mejoró mucho gracias a la presencia cada vez más constante de turistas suecas haciendo top-less en las playas de Benidorm, demostrando que cada uno es dueño de su piel y sus carnes, y hace con ellas lo que le viene en gana; la salud mental de los niños y niñas que fueron acumulando racimos de neuronas en el caldo de cultivo del baby boom hispano se vio favorecida por la presencia en aquella todavía “caja lista”, de una estrambótica niña de 9 años que vivía sola (bueno, sola no, en compañía de un mono tití que respondía al nombre de Señor Nelson, pequeño, con un rabo larguísimo y ataviado con unos pantalones azules, una chaqueta amarilla y un sombrero de paja blanco; y un caballo a topos llamado Pequeño Tío, Lilla Gubben) allá por Villa Villekula… Mangaporhombro, una casa con jardín en un barrio boscoso de Suecia, y que debía ser descrita de la siguiente manera, y de ninguna otra:
“Su cabello tenía exactamente el color de las zanahorias y estaba recogido en dos trenzas que se levantaban en su cabeza, tiesas como palos. La nariz tenía la misma forma que una diminuta patata y estaba sembrada de pecas. Su boca era grande y tenía unos dientes blancos y sanos. Su vestido era verdaderamente singular. Ella misma lo había confeccionado. Era de un amarillo muy bonito, pero como le había faltado tela, era demasiado corto, y por debajo le asomaban unas calzas azules con puntos blancos. En las piernas, largas y delgadas, llevaba un par de medias no menos largas, una negra y otra de color castaño. Calzaba unos zapatos negros que eran exactamente el doble de grandes que sus pies. Su padre se los había comprado en América del Sur, teniendo en cuenta que los piececitos de la niña pudieran ir creciendo dentro de ellos, y Pippi no quería ponerse otros”.
El personaje se ha convertido en un icono televisivo para al menos un par de generaciones, en todo el mundo, pero es singular que el único premio que consta en las fichas de la serie, tanto en Imdb como en Wikipedia sea el TP de Oro que la conocida cartelera televisiva española les concedió en 1975, tras la emisión de la primera temporada de la serie.
En la semana en que se ha celebrado el Día de las escritoras, es de recibo traer por aquí el volumen con las historias completas de Pippi Langstrum de la escritora sueca Astrid Lindgren (1907-2002) ha hecho la editorial barcelonesa Blackie Books, en traducción de Blanca Ríos y Eulalia Boada, con ilustración de cubierta de Olga Capdevila y una pegatina sobre que ella en la que se lee el contundente lema “Las niñas al poder”, en sintonía con la respuesta que la pecosa pelirroja espetó ante la pregunta sobre el ‘hombre más fuerte del mundo’: “No me da miedo. YO soy la niña más fuerte. No olvides este detalle”.
“Cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo, reza el dicho popular, imaginando al narrador como alguien que viene de lejos. Pero con no menos placer se escucha al, que honestamente se ganó su sustento, sin abandonar la tierra de origen y conoce sus tradiciones e historias”, nos dice Walter Benjamin en El narrador, su reflexión hermenéutica sobre la ficción y el hecho narrativo, fuertemente enraizada en la tradición oriental, en escuchar para después poder escribir, en la transmisión de la experiencia. El arte narrativo de Astrid Lindgren bebe igualmente de la tradición oral, sumergiendo el cubo en el pozo de los clichés y los estereotipos -las princesas, los piratas, los buscadores de tesoros, los caníbales- para subvertirlos desde una mirada radicalmente femenina, abiértamente feminista y deshinibida. Pero sus historias no son relatos construidos con retazos de lo políticamente correcto, para configurar narraciones morales y pedagógicas, como la gran mayoría de la perezosa literatura infantil y juvenil actual, sino que pretenden, en primera instancia, fascinar a la oyente, en aquel primer momento, a lectores más tarde, a televidentes finalmente (Lindgren colaboró en la guionización de sus relatos para la serie televisiva) con la música de la palabra, convirtiendo a una niña sin miedo en narradora extraordinaria, sin el desasosiego de una Sherezade condenada a muerte: “Recuerdo una vez que iba yo buscando cosas por las selvas de Borneo, cuando, en medio de la selva, allí donde jamás había dejado su huella el pie del hombre, ¿qué creéis que encontré? ¡Una hermosa pierna de madera! Luego se la regalé a un anciano que solo tenía una pierna, y me dijo que ni con dinero habría podido conseguir una pierna de madera tan magnífica”.
Los tres libros de relatos que Lindgren compiló en un solo volumen, en 1945, por los que recibió el prestigioso Hans Christian Andersen, el más importante de la literatura infantil a nivel mundial, Pippi Calzaslargas, Pippi se embarca y Pippi en los mares del sur, se pueden leer ahora en la edición de Blackie Books, a solas y en silencio, a solas y a carcajadas, o como mejor van a ser disfrutados, ante los ojos y los oídos sorprendidos de cualquier renacuajo o renacuaja convencido de que las historias subversivas solo se las puede escuchar a un youtuber.
“En 1945, una chiquilla de 9 años respondía a la pregunta de ¿cómo puede una niña sola, sin padres, tan descarada y subversiva, sobrevivir en el mundo?: “No te preocupes por mí, que yo sé cuidarme solita”. No hay afirmación feminista potente que esta.”