Nino de mi vida

21/11/2019 - 

Recuerdo la primera vez que escuché hablar de Nino. Yo tenía dieciséis años y vivía el fútbol con la pasión que un chaval que sólo quiere ver a su equipo, sea en Primera, Segunda o Segunda B; puede tener desde la más absoluta inocencia e irrelevancia de no importarle la categoría, mientras que la franja verde salte al césped. Hablaba mi tío con unos compañeros de butaca en el Martínez Valero, sobre un jovencito delantero que les había llamado la atención entrenando y, sobre todo, marcando goles. Todavía no jugaba con el primer equipo pero decían "ese va para figura".

El 'figura' no tardaría en empezar a escribir su leyenda como franjiverde. Nunca podré olvidar el rugir del estadio cuando, al unísono, explotaba de júbilo y alivio al ver el balón en el fondo de las mallas, en un final de infarto ante el Melilla. "¿Quién ha marcado? ¿Quién ha marcado?" Preguntaba la gente entre el barullo montado en la grada y el grupo de jugadores apiñados sobre el terreno de juego. "El xiquet, el quince, el quince, el Nino". Siete días más tarde el Elche volvería a Segunda División en el Álvarez Claro, en un partido en el que los ilicitanos recuperaban la categoría perdida un año antes.

Desde entonces han pasado más de dos décadas. Veintiún años en los que Nino se ha hinchado a marcar goles con la camiseta franjiverde. Incansable e indefinible, un motor diésel de bajo consumo que apura las revoluciones para ponerse a dos cientos cuando salta al verde de todos los estadios. Hace una semana escribía una opinión sobre el 'cañonero de Vera', hoy vuelvo a caer en la misma tentación, seguro de que será siempre la penúltima. Porque, tratándose de Nino uno nunca sabe cuándo va a llegar el último baile. Un profesional que se cuida al milímetro y que, como persona, debe ser un ejemplo para todos los que empiezan.

El hechizo de Nino es indescriptible. Te permite rejuvenecer en décimas de segundo. Recuperar momentos en los que se congela el tiempo, mientras un 'déjà vu' de sensaciones y emociones recorre el alma. Quién me iba a decir que algo tan bonito como lo vivido veintiún años antes, desde la inocencia de un niño, iba a poder contarlo desde la ansiedad de quien ve que su equipo se hunde en el pozo, todo aderezado por la magia de las casualidades. Con los nervios a flor de piel, sumido en la desesperación de rostros que se echan las manos a la cabeza cuando el trabajo de todo un año se esfuma en minutos.

Ver a Nino cargar la pierna izquierda en Mareo, cuando el cronómetro marca el minuto 92, aguantar la respiración mientras el corazón palpita saliendo del pecho, cruzar los dedos al mismo tiempo que el mundo se congela y gritar un gol que sale del alma; sólo es comparable con ver a Nino acomodarse el balón en la pierna derecha, apareciendo como siempre de la nada, levantarte de tu butaca, apretar los puños mientras los levantas al cielo en el minuto 93, intuyendo más que celebrando, y abrazarte para compartir tu pasión y alegría franjiverde. Fútbol, Nino, nada más. Sólo una diferencia, diecinueve años.

¿Qué puede haber más bonito que disfrutar y sufrir con tu equipo? El de tu pueblo, no el que ves en la televisión para con una cerveza en mano cuando llega a una final. El que te identifica y representa con sus valores como ilicitano y franjiverde. El que, quien no sienta como yo la franja verde en el corazón, nunca podrá entender. Yo soy uno de los afortunados que podrá decir, "yo vi jugar a Nino". Lo he disfrutado, lo disfruto y los disfrutaré con la sensación de que cuando marque el tanto que le convierta en el máximo artillero de la historia del Elche habré recorrido con él, gol a gol, su propia leyenda; la que ha hecho de Nino mi vida futbolística.

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