En 1976 daba sus primeros pasos la Transición, ingenioso invento del “de la ley a la ley a través de la ley” diseñado por Torcuato Fernández-Miranda y ejecutado por Adolfo Suárez, una vez clara la firme opción de Juan Carlos I por la democracia plena en España. Ese giro histórico, que hoy alguien tildaría de ‘loquísimo’, generó tal confusión en las moribundas Cortes franquistas que, ante la inminente aprobación de la Ley de Reforma Política, finiquito de facto de la institución y del mismo régimen, uno de sus entonces ‘procuradores’, José Finat, confesó a su correligionario Baldomero Palomares: “Baldomero, yo, con estos follones, ya no sé si soy de los nuestros”.
En épocas de crisis, que son tiempos de cambios, parece complicado saber quién está, o ha estado, dónde…
En marzo de 2015, me reuní por primera vez con un representante de Ciudadanos en aquellos días. De allí derivó un trasvase de prácticamente todo mi entonces partido local, independiente y centrista, arraigado exclusivamente en Orihuela, hacia Ciudadanos. Y así acabó Centro Liberal Renovador (hoy extinguido completamente, digan lo que digan). Y algo de confusión, evidentemente, hubo.
Lo de Orihuela fue igual, antes de las municipales de mayo de 2015, que en muchos otros municipios de Alicante, de la Comunidad Valenciana, y de España en su conjunto: absorción por Ciudadanos de pequeños partidos locales o fichaje directamente de personas hasta entonces vinculadas a los dos grandes partidos, PP y PSOE.
En la provincia de Alicante, y según la tónica generalizada, los inconformes con el bipartidismo procedían fundamentalmente del PP y, sobre todo, por dos motivos: o bien desencantados originales por la época negra de la corrupción, muy intensa en el PP y en la Comunidad Valenciana desde mediados de los '90, o bien zaplanistas derrotados y purgados por los campistas tras su enésima guerra interna a cuchillo. Les fue fácil encontrar acomodo en un Ciudadanos en jornada de puertas abiertas.
Si a ellos sumamos quienes ya entonces empezaban a mudar de UPyD a Ciudadanos, podrán imaginar el apelotonamiento ideológico: independientes localistas sin ideología definida, ex peperos regeneracionistas, ex peperos purgados por líos internos, ex magentas de corte progresista, y hasta algún socialista despistado receloso de los coqueteos del PSOE con el nacionalismo y de sus desastres económicos en el segundo mandato de Zapatero.
Esa fue entonces la mayor dificultad para consolidar un proyecto nítido en lo ideológico y estable en lo orgánico. Demasiadas tensiones personales internas que, desde el primer día y pese a la euforia de los primero éxitos, provocaron también los primeros desencuentros tras esas elecciones de mayo de 2015. Quizá recuerden los escasos 16 meses que aguantó José Luis Cifuentes, candidato y portavoz municipal en la capital alicantina, que dijo adiós en octubre de 2016 con una elegancia, eso sí, como pocos luego han tenido para saber marcharse.
Pero pese a lo variopinto de procedencias e intereses, hubo algo que nos dimos como una guía de comportamiento único y libremente asumido: la ética de la regeneración. Y fue tanta la prioridad que le dimos a ese compromiso que todos los que éramos llamados a una lista electoral de Ciudadanos firmábamos una carta ética obligándonos a dejar el acta si la obteníamos y, por cualquier motivo, entendíamos más tarde en algún momento que Ciudadanos ya no era nuestro partido.
Quien diga hoy que desconocía lo que firmaba entonces, cuando esa ética antitransfuguista era bandera de Ciudadanos hasta el punto de que en 2015 el partido no aceptó ‘saltos’ de concejales de otros partidos al nuestro sin previamente abandonar formación y acta anteriores, simplemente miente. Y lo hace consciente y maliciosamente. Y eso ya es un mal comienzo en cualquier nueva aventura, tan legítima como cualquier cambio de opinión, fundado o no, tan comprensible desde la perspectiva de que en su hambre manda cada cual, como contaba Madariaga.
Por ello resulta asombroso, pese al indiscutible momento de crisis y cambio actual de Ciudadanos, que haya quien se marche sin dejar el acta obtenida con su entonces partido y que haya quien defienda, aun desde dentro del mismo y abiertamente, que eso es honesto -que, como todos sabemos, no tiene por qué coincidir con lo legal-. Porque la ética tiene precisamente que ver con eso que decimos que hacemos y con lo que hacemos de verdad, más allá de lo que la ley prevé. Y todos los que mantienen un acta saben perfectamente lo que firmaron. Repito: libre y voluntariamente, que bien podrían haberse abstenido de ir en listas en caso de duda.
Lo ‘loquísimo’ de verdad en este caso es que muy probablemente estos honestos políticos les volverán a pedir su voto en breve, aunque ya bajo otra marca electoral. Y el problema será de quien se los crea sin estar seguro de quién, con estos follones, es realmente de los nuestros.