MURCIA. Tengo sentimientos encontrados con la ficción y recreaciones históricas en este país. La carga política de la actualidad es tan insoportable que acaba convirtiéndolo todo en un mensaje contemporáneo. Esa obsesión le hace un flaco favor a la historia, que ya tiene bastantes complejidades, contradicciones, paradojas y subtramas prosaicas por sí misma como para que haya que poner todo el conjunto orientado al servicio de una posición actual. Como en España hay una relación neurótica con el pasado y muchos discursos políticos actuales dependen de cómo se interprete, por desgracia el mencionado vicio es una constante. Afortunadamente, no me ha parecido que esto sea así en la novela gráfica Nebrija del ilustrador argentino afincado en España Agustín Comotto que ha lanzado este año Nórdica Libros.
La historia de Antonio de Nebrija (1444-1522) es la de un rebelde. Su enfrentamiento más importante y por el que ha llegado hasta hoy fue el que mantuvo con las instituciones académicas. Denunció que el latín que empleaban era una filfa, que estaba profundamente corrompido y que, en muchos casos, ni los profesores conocían la lengua que utilizaban, que solo la empleaban para adornarse, sin forma ni fondo alguno. Dominar un buen latín en aquel entonces era tan importante como el inglés en la actualidad. Hay viñetas en las que se subraya con énfasis cómo la corrupción de la lengua enervaba a Nebrija ya que entendía que por ese camino se iría al aislamiento y no se podría compartir ni recibir conocimiento con otras universidades europeas.
Su gramática latina fue de gran importancia y logró difusión por toda Europa, sin embargo, fue la castellana la que más importancia ha tenido a la hora de poner de relieve su figura. No en vano, fue la primera gramática de este idioma, pero también la más antigua de una lengua vulgar que se imprimió en Europa. El problema tal vez radique en que, como ha explicado esta semana Lola Pons, la obra fue ignorada en su tiempo y vista como una extravagancia, pero al estar dedicada a la reina Isabel y desarrollar con el paso de los años el tópico de que era la lengua imperial que asimilaba a Castilla a una nueva Roma, el nacionalismo español más rancio se apropió de su figura para convertirlo en una especie de talibán gramatical al servicio de la patria.
Para mayor cabalística, la publicó en 1492, justo cuando Cristóbal Colón emprendió su viaje en busca de las Indias. El cómic, cofinanciadao por el Ayuntamiento de Lebrija y la Fundación Antonio de Nebrija por el V Centenario del fallecimiento del humanista sevillano, tiene una clara vocación de ser didáctico y accesible para los más jóvenes. Si bien tendríamos que poner en cuarentena eso de que hoy los cómics sean un medio juvenil, en la actualidad más bien me inclinaría a pensar que es algo que se encuentra en franco declive entre las nuevas generaciones comparado con la afición que tenían las anteriores, el enfoque divulgador es excelente. En este episodio son fascinantes las intrigas palaciegas que se plasman en torno al proyecto de Colón y la gramática de Nebrija. Se muestran como lo que fueron, dos operaciones de I+D que la reina castellana o su entorno tuvieron el acierto de financiar. Lo que hay que saber distinguir es que estos dos sucesos no estaban relacionados. Nebrija nunca planteó su gramática para que también el idioma conquistase América.
En realidad, Nebrija se las vio con las autoridades efectivas de aquel imperio, que no eran otras que la Inquisición. El proceso político que llevó a la unificación del territorio en torno a la religión católica está muy bien explicado en el cómic. Tanto sus motivaciones, comprensibles, como sus efectos en términos de represión, lamentables. Nebrija vio cómo su maestro Pedro de Osma era perseguido. Sus obras se quemaron en una pira pública en la Universidad de Salamanca. Con los estandartes y la parafernalia que ha dibujado Comotto poco se diferencian estas viñetas de escenas similares en la Alemania de los años 30, aunque el fraile lo que grita aquí sea que esas obras podrían contener "citas herejes".
Poco después, fue él quien se tuvo que enfrentar a Diego de Deza, Inquisidor General, y hay que tener en cuenta que desde 1480 el Santo Oficio dependía de los reyes y no del papado. En su caso, fue un intento de escribir la Biblia depurándola de los errores cometidos en el proceso de copia de copias que era lo que circulaba.
Fue acusado de sacrílego, pero él defendió su trabajo. El mayor problema era que las decisiones que había tomado para poner en claro los pasajes bíblicos provenían de maestros judíos. Muchos de sus amigos lo eran y, como muy bien refleja el cómic, tuvieron que huir de España. Se consideraban oriundos de esta tierra, pero se negaban a renunciar a su fe. Quizá tomando su ejemplo, Nebrija defendió su trabajo tenazmente. Fue un pionero en la defensa de la libertad de expresión y de conciencia, además de reivindicar el papel que tuvo su maestro, en ese momento ya huido de la justicia, en "enseñar a pensar" a sus alumnos.
Como reacción, más adelante escribiría en su Apología sentencias de este calado: "¿Qué diablos de servidumbre es esta, o qué dominación tan injusta y tiránica, que no te permita, respetando la piedad, decir libremente lo que pienses?". Sin restar méritos, lógicamente, a su gramática, quizá esta otra obra arroje más luz sobre el pasado y sobre aquellos que tratan de apropiárselo. Este excelente cómic se apoya sobre todo en ella y el resultado es revelador.