Contamos la historia de cómo dos amigos músicos se juntaron para hacer un grupo de pop mayúsculo y acabaron grabando una banda sonora de música barroca. La “culpa” la tiene la última pieza teatral de Arden Producciones
VALÈNCIA. Alberto Montero y Gonzalo Fuster -también conocido artísticamente como El Ser Humano- empezaron a trabajar hace dos años en un nuevo proyecto musical conjunto que bautizaron como Algo. Las canciones fluían entre estos dos viejos amigos; el resultado les gustaba y surgió la posibilidad de publicar un disco con dos pequeños sellos independientes, Discos Belamarh y No Aloha. El plan sigue en marcha; los primeros temas saldrán a la luz a principios de 2022, y el LP lo hará entre marzo y abril. Lo que no se esperaba ninguno de los implicados es que su debut como dúo compositivo no tendría forma de pop, sino de música barroca.
Todo surgió cuando David Campillos, uno de los socios de la compañía de teatro Arden Producciones, escuchó las canciones que estaban escribiendo Montero y Fuster. Ambos estaban en ese momento grabando unas líneas de piano en la Sala Russafa para el disco de Algo. “David, que es un gran amigo con el que he compartido mil bandas, y que para mí es probablemente el mejor bajista del mundo, nos propuso componer la banda sonora de La Niebla, la nueva obra escrita por Chema Cardeña”, relata Gonzalo.
Ninguno tenía una dilata experiencia en el campo de las bandas sonoras; motivo de más para aceptar el desafío. Se trataba de poner música a una obra de teatro que le daba una vuelca de tuerca al célebre “beef” que se traían entre manos, allá por el siglo XVII, los macarras literarios del Siglo de Oro, Quevedo y Góngora. “Llegamos a barajar en alguna ocasión llevar la banda sonora al trap -apunta Fuster-, porque sus careos de entonces podrían pasar por los “beefs” de ahora entre artistas de música urbana. Esta nueva perspectiva actualizada de temas clásicos me ha confirmado por enésima vez el talento de Chema Cardeña”. “Hablando del siglo de Oro, de sus personajes y de sus problemáticas, Chema está retratando también a la sociedad actual. Hay emoción, humor, poesía y mucha literatura. Es muy grande”, corrobora Montero.
La Niebla plantea la historia del poeta y clérigo Don Luis de Góngora y Argote, que regresa a su Córdoba natal tras sufrir un grave episodio de amnesia, que le borra los recuerdos de su vida. Y vuelve arruinado, después de haber vendido su casa en Madrid y de abandonar la Corte y todos sus intentos por publicar sus obras. La memoria le falla a intervalos y en esos espacios de tiempo recuerda su vida, que se verá agitada por la presencia de su colega, pero gran rival literario, Francisco Quevedo. Una visita que detonará los conflictos, las deudas pendientes y los recuerdos, a veces alegres y otras no tanto. En su delirio, se reencontrará con otros personajes que formaron parte de su vida en el Madrid de los Austrias.
“Acepté de inmediato la propuesta, imaginando que podía hacer algo así como La Catedral Sumergida pero, en vez de mezclar pop con impresionismo, hacerlo con barroco. Esa es la idea que llevaba David también; hacer un barroco mezclado con algo más contemporáneo. Pero cuando leí el texto me entraron muchas ganas de ser más purista. Tenía ya algo compuesto en ese estilo y varias ideas más fluyeron en los días siguientes. Mi esfuerzo fue convencer tanto a David como a Gon”, nos cuenta Montero.
“Para mí ha sido más complicado que para Alberto -reconoce Gonzalo-. Recuerdo que cuando me dijeron que la obra estaba ambientada en el barroco, dije que no me veía capaz de hacerlo. A los minutos llegó Alberto, y se emocionó. A él le flipa la música barroca, yo apenas tenía horas de vuelo en ese campo. Así que me puse a escuchar a Händel, Bach… Le pedí a mi profesora de piano que me pusiera una partitura complicada y completa de Bach. A diferencia de las partituras habituales que trabajo, que las suelo entregar bien tocadas en una o dos semanas, esta me ha acompañado incluso después de acabar la banda sonora y estrenar la obra. En otras palabras, fue una inmersión breve, pero muy intensa e interesante”.
“En este caso estaríamos hablando de música del primer barroco. Ambos hemos intentado ser lo más fieles posibles a esa época, dentro de nuestras limitaciones. Mis ideas solían partir de una melodía que encajaba bien o que me sonaba a barroco temprano. Yo lo acompañaba después con una orquestación con instrumentos antiguos, predominando el viento madera, violines y una percusión sencilla, casi folklórica, de pandereta y cascabeles. De esa época viene la raíz de la música popular, de los villancicos. Por ejemplo, el tema que abre la función suena mucho a eso: a barroco, pero también a popular. Le puse una canción a Sergi Bosch, director de varios coros, entre ellos Octàmbuli, y me dijo que le sonaba a Frescobaldi. Así que parecía que iba bien encaminado”, dice Montero.
“Recuerdo las primeras conversaciones con Alberto; él con la visión del ortodoxo barroco y yo con la visión del “vamos a ver” aventurero. Buscábamos un lugar común donde ambos estuviéramos cómodos, y él sugirió a Moondog. No seguimos mucho ese camino, la verdad, pero bueno… Como referencias, yo prácticamente me quedé en Bach. Me metí a escucharle, y casi no salgo, ¿Tú has visto partituras de piano de Bach? Son hormigas saliendo del hormiguero tras el paso de un elefante; cientos y cientos, desperdigadas en un magnífico orden, armonioso e innovador. Pero, repito, cientos, semicorcheándose de arriba a abajo del pentagrama”, exclama Gonzalo.
Los encargos de bandas sonoras para artes escénicas, cine y televisión tienen un peso importante dentro de las trayectorias de algunos músicos. Son, de hecho, una interesante fuente de ingresos complementaria dentro de un sector endémicamente precario. Jorge Tórtel es uno de los artistas valencianos que mejor se ajusta a este perfil de músico versátil, que ha compaginado sus proyectos personales con una trayectoria más o menos estable como compositor de bandas sonoras. Desde el año 2008, cuando era todavía componente del grupo Ciudadano, y hasta la actualidad, ha creado más de una decena de bandas sonoras para documentales, películas, obras de teatro y series de televisión. En algunas ocasiones en solitario y en otras junto a músicos como Pau Roca o Jordi Sapena.
Llamamos a Jorge para preguntarle si, en su opinión, resulta más fácil crear música incidental, pensada para acompañar o subrayar la emoción de una acción escénica, que crear música propia. “Desde mi punto de vista, la música para proyectos audiovisuales debe estar al servicio de la obra, de manera que creo que es muy importante saber qué es lo que el autor de esa obra pretende contar, e incluso qué música le suena a él en su cabeza en cada escena. Se trata, en definitiva, de empatizar mucho con la obra y con su autor, y a partir de ahí ver qué puede uno aportar dentro de ese universo que no es el propio. Yo en este tipo de trabajos siempre me he sentido como un invitado con ciertos privilegios; tratando, por supuesto, de dejar también mi punto de vista. Por continuar con la metáfora, hay lugares que me resultan inspiradores, donde el dueño de la casa te hace sentir a gusto y te hace ver que puedes caminar por dónde quieras porque confía en ti, y entonces todo resulta muy fácil. El problema es cuando esa conexión o diálogo no se producen. Componer para un disco propio es otra cosa; es crear tu propio lugar y universo, y a veces es incluso hasta más complicado porque te falta perspectiva. Frente a esto tienes toda la libertad para probar, y hasta equivocarte, cuantas veces quieras”.
Gonzalo Fuster también opina que las diferencias son importantes: “Componer música incidental implica meterse en un rol, saber que eres una herramienta más para el autor o director. Si quieres destacar por encima del texto, estás haciendo un mal trabajo. La música propia, para mí, es mucho más profunda en el sentido que, sea confesional o no, dice mucho de uno, como individuo. Eres el artífice, el culpable, el responsable y el autor. Es como ir más desnudo. Son distintas dificultades para un placer similar. Ojalá fueran siempre alternándose, porque da tiempo a los creadores a respirar y a seguir viviendo. Firmo por un disco mío cada dos bandas sonoras”.
“En cierta manera -agrega Montero-, que te den una indicación clara de la emoción que hay que provocar, de la duración, etcétera, facilita la tarea. Cuando te dan ciertas pautas, casi sin querer ya te estás imaginando algo, y la inspiración surge de manera más fluida”.
La experiencia de Tórtel como compositor para piezas de arte audiovisual y teatro siempre ha estado ligada a la interpretación de música en directo. El caso de La Niebla es distinto. La música que escucha el espectador está previamente grabada -por cierto, la banda sonora estará disponible en Spotify próximamente-. “El hecho de tocar o no en directo marca mucho la dirección que vas a tomar -señala Tórtel-, porque has de tener en cuenta las limitaciones técnicas y lo complicado que será la sincronía a tiempo real, sin la posibilidad de editar o posproducir. Tiene algo muy mágico ver cómo todo va encajando en directo; se une la puesta en escena en vivo con la interpretación, que será única en cada actuación. La música tampoco sonará igual en ninguna otra representación, por mucho que todo esté muy ensayado”.
Con respecto a las similitudes y diferencias entre la composición de bandas sonoras para artes escénicas en comparación al cine o la televisión, Alberto Montero opina que “en el cine hay más posibilidades de jugar a nivel musical con los planos, la narración, el montaje, etcétera. En teatro todo está sucediendo aquí y ahora, en cada función. Es más inmediato y, por lo tanto, más rígido y difícil”.
Volvemos de nuevo a Algo y a las próximas entregas del dúo. “Estamos muy ilusionados -dice Gonzalo-. Sacamos lo mejor de ambas partes, siendo muy flexibles y a la vez yendo muy al grano. Ambos hemos sabido adaptarnos muy bien el uno al otro, imbricando nuestros caracteres, con un único objetivo: hacer un disco precioso. Alberto es una persona con un talento excepcional, tiene una inteligencia melódica muy fuera de lo común y, a nivel más operativo, es un perfeccionista. Recuerdo varios momentos en los que le pasé una melodía o un estribillo que, con una nueva inflexión por su parte, se elevaban y se convertían en una maravilla. Le admiro y le quiero muchísimo”.
“Nos une la amistad y la pasión por héroes musicales comunes -confirma Montero-. Ahora Gon me ha contagiado su fiebre por Lucio Battisti, y llevo unos meses que no escucho otra cosa. Ha sido un proceso divertido, a veces difícil, pero que ha construido una amistad muy bonita. Creo que, después de hacer un disco juntos, somos mucho más amigos, nos conocemos mejor y nos tenemos más cariño y aprecio”.