'Secretos de un matrimonio' es un remake muy inteligente de la obra de Bergman. Sigue paso a paso los mismos problemas de la relación que afrontaba la pareja sueca de la versión original, pero con un cambio sutil. Lo que ha sido siempre el cliché masculino de, en la mediana edad, dejar a la mujer por una chica más joven y explosiva, en la actual miniserie de HBO es ella quien lo hace, también la que gana más y, del mismo modo, la que se arrepiente después y echa de menos el hogar
VALÈNCIA. En 1988 se emitió en TVE-2 Escenas de un matrimonio del sueco Ingmar Bergman. Una serie de seis capítulos. La versión cinematográfica abreviada se tituló Secretos de un matrimonio, que es a la que ha hecho referencia HBO con un remake de cinco capítulos. Las críticas que ha recibido son bastante desiguales. En El País, Tommaso Koch dijo que "la tensión magistral que construyó Bergman se ha esfumado", en La Vanguardia, Pere Solà Gimferrer escribió que "existen razones para sentir cierta apatía" y para Sergi Sánchez, en La Razón, "los diálogos suenan más suavizados, menos ásperos y crueles que en el original". Pues bien, aquí, con toda humildad, diremos que la serie es un 10.
En primer lugar, porque su segundo capítulo es sublime. Refleja un momento traumático, la ruptura de una pareja por sorpresa en la intimidad del hogar. El final del matrimonio cuando un miembro confiesa que deja al otro, que aquí está comiéndose tranquilamente unos espaguetis a la una de la mañana en ropa de estar en casa. Durante esa hora, el capítulo hace que te duela hasta el bazo. Es una tortura. De modo que solo se puede felicitar a su director Hagai Levi, viejo conocido con En terapia, y a sus protagonistas, Jessica Chastain y Oscar Isaac. A partir de ahí, el resto de la serie entra como cuchillo en mantequilla. Si aquí partimos de la base de que lo importante es pasárselo bien y entregarle con gusto a la tele el gran activo del siglo XXI, la atención, repetimos: un 10.
Luego podemos hablar de contextualizaciones y aciertos sociopolíticos. La segunda genialidad de la serie es que se invierten los roles. En la de Bergman era él quien le dejaba a ella por una tal Paula. En esta, es ella quien le deja a él por un tal Poli más joven. Llegada la mediana edad, el cliché es el del hombre al que le asfixia envejecer junto a su mujer, cree que todavía puede encontrar pasión y sexo salvaje antes de que sea completamente un viejo y, entonces, huye del hogar. Una vez que esto ocurre, el tópico número dos es que la vida con una amante no sea tan refrescante pasado un tiempo y, cuando se encara una relación que requiere de profundidad y otras complicidades, se eche de menos a la mujer. Todo esto es lo que contó Bergman con una minuciosidad excepcional.
Sin embargo, Levi ha afrontado su remake a puerta gayola. Le da la vuelta a todo. Es ella la que pasa por todo el papelón que tuvo que interpretar Erland Josephson. Mientras que su marido encarna la figura que antes era femenina, aquí es un hombre casero, cuida de la hija y espera pacientemente a que llegue su mujer a casa tras una jornada laboral extenuante en la elite de los negocios. Hay estadísticas e investigaciones que señalan que no es fácil que la mujer se case con hombres con menor estatus económico que ellas, pero por fuerza, conforme aumenta su posición en el mercado laboral, muchas lo están haciendo. Por tanto, el guión que ha escrito Levi es una sorpresa y de algún modo resulta hasta hipnótico. Puede que sea incredulidad o embelesamiento ante la novedad, lo ignoro, pero hay un encanto especial.
También se ha citado que los suecos eran más duros. Esto es cierto, sobre todo lo es la pareja que abre la historia en el primer capítulo. La de Bergman dispara con bala mientras que la de la serie de HBO, un matrimonio poliamoroso, solo se da algunos navajazos. Pero tiene sentido. No se puede comparar la actitud de europeos de los años setenta con la de neoyorquinos de clase acomodada del siglo XXI. Basta decir que hay universidades en las que los alumnos exigen ser avisados de si un tema que se va a tratar en clase puede herirles la sensibilidad. A un chaval criado en el neoliberalismo estadounidense, las masacres en los institutos y los vecinos que vuelven de la guerra sin piernas y se enganchan al fentanilo, la socialdemocracia escandinava de los años 70 con gente sin depilar diciéndose directamente lo que piensa a la cara puede parecerle el peor escenario postapocalíptico y salvaje imaginable. Lo peor de haber habitado ambos siglos es ver estos contrastes, va a ser duro envejecer.
Lo gracioso que decía Bergman de esta obra suya era que había necesitado tres meses para escribirla, dos para rodarla y más de media vida para reunir la experiencia. Una broma es la mitad de una verdad y la prueba es que eso quizá puede afectar al espectador. No le dolerá el alma con el segundo capítulo al que no haya pasado por un momento así como al que no lo conozca todavía. No empatizará, con dolor o con mofa, con el arrepentimiento tras un paso en falso sentimental quien no haya visto uno o quien incluso no lo haya protagonizado. Hila muy fino este guión y hay muchas cargas de profundidad en pequeños detalles que mejor captará quien más haya vivido.
Parece que hay una leyenda que dice que en Suecia aumentó el número de divorcios al ver esta serie por televisión. Es una anécdota jugosa, de ser cierta, porque de algún modo los problemas de la pareja se desencadenan al escuchar los desencuentros de otra pareja. En Bergman eran las humillaciones a las que se sometían los invitados durante la cena por temas de dinero y guarrerías de ese tipo, pero con Levi vemos un fenómeno contemporáneo, es una pareja poliamorosa en crisis y es su discusión la que abre el melón de los problemas matrimoniales. Una idea que en este remake se trata con realismo soviético, las parejas poliamorosas suelen atravesar dificultades con su modelo de relaciones y, muy bien retratado en la serie, tienden también a monopolizar las conversaciones con esas dificultades en cualquier encuentro.
Posiblemente, para desdramatizar y reducir la tensión, Levi ha introducido en la grabación los momentos previos al rodaje, los instantes hasta que suena la claqueta. Se entiende, porque es una miniserie dura y sobre todo intensa. Aunque el sabor de boca que deja no puede ser mejor. La relectura de la idea de Bergman no puede ser más original. Hacía tiempo que no me encontraba un camino en la ficción audiovisual tan poco encorsetado.
Crusing, intercambio de parejas, meditación y examinar el propio ano con un espejo, esos eran los principios raelianos de amor y sabiduría, que se extendieron en la Francia de los 70 y 80. La secta, sin embargo, fue famosa por intentar clonar seres humanos para alcanzar la inmortalidad. Un documental explica la figura de su líder, Marcel Vorilhon (Raël) que aseguraba haber sido abducido por unos alienígenas, los elohim, entre quienes se encontraban Cristo, Mahoma, Buda y Moisés