VALÈNCIA. A veces pensar temas para esta columna cuesta. No tanto porque no haya donde elegir, entre series y películas, sino porque la realidad se nos cruza ante nuestros ojos de forma inmisericorde. Y por eso, pensando en lo que he visto últimamente para darle forma de artículo, me doy cuenta de que lo que estoy viendo es, sobre todo, imágenes de muerte y destrucción. Muerte y destrucción dolorosamente reales, no construidas para una ficción. Sí, Palestina. Ese lugar donde el estado de Israel está masacrando a la población, ante nuestro estupor, con el beneplácito de EEUU y de una Europa sin valores.
No sé cómo será en su caso, pero mi timeline de X-antes-twitter, mis otras redes, algunos grupos de WhatsApp y varios de los medios que sigo están llenos de horror. Son imágenes que quiero, a la vez, ver y no ver. No quiero verlas, claro, porque son el espanto máximo: niños y niñas muertos, cadáveres por las calles, barrios enteros destruidos, hospitales llenos de heridos a los que no se puede atender, gente llorando y gritando desesperada. ¿Quién quiere ver eso? Pero, sin embargo, también quiero verlas porque se están escamoteando en muchos medios de comunicación rendidos al relato del gobierno israelí y sus colaboradores. Porque no queda más remedio. Porque hay que saber lo que está pasando. Siento que es una obligación moral y no puedo dejar de compartirlas, aunque no quiera mirarlas.
Periodistas, fotógrafos y fotógrafas, activistas por los derechos humanos y habitantes o visitantes de Gaza o Cisjordania están dejándonos, con enorme esfuerzo y, supongo, angustia, sus imágenes y testimonios para que sepamos la verdad. Mirar para otro lado no es una opción. Tener tanta información al alcance es una bendición: tenemos acceso a fuentes que de otro modo no tendríamos, gente que cuenta de primera mano lo que está sucediendo, en tiempo real; es la posibilidad de conocer y denunciar tanta injusticia y rebatir los discursos oficiales. Pero también es una maldición, porque esa imagen, una vez la has visto se queda contigo, no hay modo de escapar de ella, incluso aunque creas que lo haces si decides no seguir mirando. Puede que no mires, pero sabes que está ahí y que la estás evitando. Y es que, como ciudadana, también tienes que decidir si miras o no; es un acto político, tanto si lo haces como si no. Porque la de las imágenes también es una batalla que hay que librar y en esa estamos metidas de lleno, aunque vivamos muy lejos de los misiles y las bombas.
El genocidio nazi no se vio en directo. Solo a posteriori, cuando los nazis ya habían sido vencidos. Muchos se escudaron en ello para decir que no sabían nada, a pesar de que eran bien conscientes de que sus vecinos desaparecían y de que faltaba cada vez más gente. En la Guerra del Golfo en 1991, las imágenes fueron asépticas: planos generales con luces brillantes que, en realidad, eran misiles que mataban gente, aunque no se veía esa matanza. Parecían planos sacados de un videojuego, efectos especiales, y los muertos eran solo cifras, no cuerpos. Pero no es el caso ahora.
Durante la guerra de Vietnam, las imágenes de las víctimas, del napalm, de la destrucción, de los soldados muertos o heridos, jugaron un papel central en la respuesta popular antibélica: creaban un contrarrelato absolutamente imprescindible y se enarbolaban en las manifestaciones y protestas callejeras para refutar al gobierno estadounidense. Con los medios actuales, con las redes, ese contrarrelato es mucho más accesible, podemos compartirlo y hacer que crezca. Una sola foto puede romper el discurso oficial. Y está claro que eso es lo que está sucediendo: las multitudinarias manifestaciones que surgen en todo el mundo contra la actuación criminal del gobierno israelí lo demuestran. La ciudadanía está en un lugar y los gobiernos en otro, uno muy feo y terrible.
¿Qué les quiero decir con todo esto? Pues, si les soy sincera, no lo sé. Me he sentido interpelada por mi propia columna, por ese ¿Y tú qué miras?, que también me incluye, y no sé qué hacer con lo que miro. Así que, ya que tengo esta tribuna, puedo compartir con ustedes, que también lo sentirán, mi estupor ante lo que sucede, mi impotencia ante una realidad que nos rompe, mi creencia en que las imágenes son imprescindibles, aunque tengamos que tragar saliva mientras miramos. Sé, como ustedes también lo saben que, por mucha empatía, indignación o ira que sintamos, por muy conscientes que seamos del horror con que se sobrevive en otros lugares, vivimos en la comodidad de este lado del mundo, a salvo. Así que supongo que lo que toca, además de contribuir a la denuncia de la maldad y la injusticia, es mirar con los ojos bien abiertos y aceptar vivir con dolor, con un malestar imposible de soslayar. En realidad, no deberíamos librarnos de él, sería un mal asunto dejar de sentirlo. #FreePalestina