VALÈNCIA. Los estudiosos de la memoria histórica distinguen tres actitudes diferentes frente a la Guerra Civil según la generación a la que los españoles pertenecen. La primera la sufrió, la segunda la silenció, y la tercera intenta repararla. Las últimas cuatro décadas han proliferado las obras de teatro, las películas y las canciones que aspiran a la revisión y el recuerdo, pero escasean los espectáculos de danza. El bailarín y coreógrafo Miquel Barcelona solo ha dado con piezas recopiladas en el ensayo del diplomático Delfí Colomer La Guerra Civil española en la Modern Dance, pero en este studio sobre la influencia de nuestra contienda en las coreografías de más de 20 creadores, entre los que se hallan Martha Graham, Ted Shawn y Anna Sokolow, todos los ejemplos son internacionales.
Él mismo tampoco sintió el apremio de mirar atrás hasta que en coincidencia con un espectáculo de cabaret en Corbera d'Ebre programado para recoger fondos participó en un recorrido por el municipio.
Su guía les relató las matanzas en la zona, les señaló un muro que había sido el escenario de una violación masiva, las fosas comunes y los restos de metralla, y les reveló que el bosquecillo de pinos rojos de la zona formaba parte de un proyecto escolar durante el franquismo para borrar la historia, “ya que son árboles con unas raíces especialmente fuertes, que rompen todo lo que tienen debajo, especialmente los huesos”.
En el colegio, de niño, Miquel había estudiado la batalla del Ebro en historia, pero la enseñanza no fue más allá de datar una de las más sanguinarias de toda la guerra.
“Ahora me enfado cuando alguien me pregunta para qué sirve la memoria histórica, porque considero que no podemos entender la realidad sin conocer nuestro pasado. Antes de la visita guiada no pensaba que fuera necesario y ahora me parece que lo mío era un acto muy grande de ignorancia”, se autorecrimina el coreógrafo, que desde entonces se ha aplicado en resarcirlo con creces.
Este fin de semana, del 17 al 19 de noviembre, estrena en Carme Teatre Rojos, un espectáculo de danza que es el producto de dos años de investigación de la posguerra y 15 intervenciones en centros cívicos y festivales. Sobre el escenario le acompañan Helena Gispert, Bea Vergés y Martí Güell.
La pieza ha sido reconocida con, entre otros galardones, el Premio Max al mejor diseño de iluminación, los Butaca al mejor espectáculo de danza e intérprete masculino para el mismo Barcelona, el Dansacat 2022 al mejor espacio escénico y el Certamen de Nuevos Investigadores Teatrales Cenit 2022, de Sevilla, al mejor espectáculo de danza.
Del rojo al violeta
Aquel marco de investigación se llamó Roges y en sus distintas paradas en citas culturales como Terrats amb Cultura y Escena Poble Nou y pueblos como Figueres buscaban generar sinergias entre testigos particulares y recopilar tanto información teórica como artística sobre la época. El material coreográfico se fue contrastando con los diferentes públicos en muestras del trabajo en proceso.
“Nos encontramos con tantas experiencias como personas. Esa diversidad nos hizo conectamos con el desdibujado de los dos bandos, con la incoherencia, con las historias familiares y con la complejidad que acarrea cualquier momento histórico”, enumera Barcelona.
En su afán de poner en valor las voces disidentes y las vidas clandestinas durante la represión, la compañía puso el foco en dos colectivos, las primeras mujeres que empezaron a alzar la voz para reivindicar su condición y el movimiento homosexual. De hecho, entre aquellos work in progress hubo un dúo masculino sobre un amor gay vivido de manera furtiva titulado Violetas que se ha integrado en Rojos.
Una fotógrafa húngara y un travesti anarquista
Entre los trabajos artísticos que más han influido en el montaje está la obra de la fotorreportera húngara Kati Horna, que tomó su cámara Rolleiflex para retratar la Guerra Civil con una mirada surrealista. “Sus instantáneas no relatan, sino que son expresión de la época”. A partir de esa revisión de su trabajo, la compañía decidió que solo se servirían de aquel material que partiera de una experiencia en primera persona. No buscaban reinterpretar, sino llevar a cabo un proceso de creación donde expresarse a través del cuerpo y la voz.
De resultas, también incorporaron a un referente del periodo por su vinculación con Las Ramblas y el movimiento underground de Barcelona, el travesti anarquista Flor de otoño.
“Nuestro intención al rescatar relatos no es construir un retrato objetivo, sino visibilizar que muchos de los protagonizados por los vencidos no nos han llegado. La pieza tiene un marco donde hablamos de guerra, de miseria, de cuerpos y de hambre, conceptos que aúnan la experiencia común, pero llega un momento en el que nos preguntamos qué paso con el movimiento homosexual y con las mujeres, prestando atención a qué fue la sección femenina desde otras miradas”, explica el bailarín, que reconoce en la guerra un componente cíclico.
La pieza resulta singular, porque recoge la estética de un país, pero a través de la danza, el proyecto aspira a una dimensión universal. El año pasado, su visionado hubiera remitido a Ucrania. Hoy, lamenta Barcelona, “a la barbaridad de Gaza”.
La repetición y el bucle están muy presentes en Rojos, lo que remite a que la repetición una y otra vez del mismo error forma parte de la naturaleza humana.
“Genera un impacto fuerte, porque no es una pieza amable. No queríamos que generara nostalgia ni tampoco es una aproximación romántica. Intenta explicar la incoherencia y la ruptura”, avanza el creador.
La violencia como motor de creación
Hace años que viene trabajando sobre la violencia en sus obras. En un montaje anterior titulado [Kórps] se exploraban la agresividad, el velatorio y la muerte a partir de las tradiciones populares y en su próximo trabajo, Contracultura, integrado por diferentes proyectos, la violencia también es un motor de creación. El primero fue una exposición el mes de julio en el Born de Barcelona titulada Anatomía de una profesión desconocida, donde compartieron 12 casos de malas prácticas en procesos físicos de creación.
“Siento que sufrimos una violencia sistémica en muchos aspectos de nuestra vida. Todas acarreamos distintas capas de violencia en el cuerpo y estamos buscando y aprendiendo nuevas formas de relacionarnos desde la confianza, la amabilidad y el cuidado”, valora el artista, que hoy día experimenta Rojos como un lugar donde revisar el presente y entenderlo en su complejidad y profundidad