El decreto de teletrabajo que pretende lanzar el Gobierno valenciano no acaba de llegar nunca. Parece que es debido a las exigencias de unos y el miedo de los otros. Los que tenemos cierta edad y hemos vivido la evolución de los sistemas informáticos no dejamos de sorprendernos de estos temores ante algo que ya la empresa privada ha asumido con naturalidad, en algunos casos acelerado por la aparición de la pandemia.
Echando la vista atrás, recordé a dos de los amigos con los que compartí piso de estudiantes en València. Al acabar los estudios fundaron, hace algo más de treinta años, una pequeña empresa, ahora lo llamaríamos “start-up”, para desarrollar software de gestión empresarial. Uno ubicado en Banyeres y el otro en Muro de Alcoi decidieron inicialmente que su oficina estuviese a mitad de camino de ambos, en Alcoi. No obstante, trabajaban gran parte de su jornada laboral en sus respectivos domicilios. La información corría en diskettes de cinco y un cuarto, que, poco a poco, fueron sustituidos por los sucesivos modelos de almacenamiento de información digital. La evolución de las comunicaciones, internet, la nube, los escritorios virtuales y un sinfín de novedades tecnológicas han hecho que la distancia ya no suponga ningún impedimento para poder trabajar casi como en una misma oficina.
Muchas empresas ya decidieron hace mucho tiempo sustituir los ordenadores en forma de torre por los más versátiles portátiles. Estos, conectados a un teclado y a un monitor otorgan la misma funcionalidad que las pesadas torres, pero con la ventaja de la movilidad adicional que permiten. Obviamente el sistema debe ser completado con el incremento de recursos tanto a nivel software como hardware para garantizar rendimiento y seguridad. Debido al confinamiento, se ha disparado también en parte de la administración pública un planteamiento muy similar.
Como cualquier otro avance, todo tiene sus ventajas e inconvenientes. El teletrabajo reduce notablemente los desplazamientos al lugar de trabajo con el consiguiente ahorro de tiempo y de disminución de la contaminación. También puede facilitar la conciliación de la vida personal con la laboral.
Por otro lado, si no se cuida, el teletrabajo puede generar distancia entre empleado con sus compañeros y la empresa, pudiendo hacer perder parte del sentimiento de pertenencia. Otro de los grandes problemas apuntados es el derecho a la desconexión, ya que ese teletrabajo puede generar el problema de dificultar diferenciar los límites de tu jornada laboral en tu casa. Volviendo al pasado, recuerdo a mis compañeros de piso, que ya desde Valencia iniciaron su trabajo en común, cómo prácticamente pasaban de la cama al ordenador o comían habitualmente junto a él.
Pero para muchos, el teletrabajo puede suponer que el problema de la desconexión se produzca en sentido inverso y que el trabajador pueda abusar de la lejanía. Esto sobre todo se puede dar en modelos donde el único seguimiento del trabajador es el cumplimiento de un horario, tal como ocurre habitualmente en la administración pública.
Personalmente, considero que el teletrabajo es una oportunidad, ya que abre nuevos modelos de cooperación y puede facilitar la conciliación de tu vida personal con la laboral. Pero, para que esa oportunidad sea una realidad en la administración pública, hay que ir más allá de hablar del teletrabajo tan solo a nivel de los derechos de los trabajadores olvidando el servicio público de calidad que se debe seguir dando.
Es necesario implantar en la administración pública los modelos de trabajo que hace tiempo utilizan las empresas privadas, hablo de mediciones y trabajo por objetivos. Además de facilitar esa implantación del teletrabajo, seguro que podrían ayudar a la modernización de la administración y descubrir algún que otro agujero negro donde se pierden los recursos personales.