ALICANTE. “¿Sobre el pasado? Yo no tengo pasado!”, después de las presentaciones de cortesía, estas son las primeras palabras de un Michael Nyman que, gracias a ellas, recompone su figura cansada sobre el sillón del camerino del ADDA donde nos atiende, apenas una hora antes de su actuación con la Michael Nyman Band, ante la propuesta de empezar hablando sobre su pasado.
Se recompone, se incorpora mientras su mano derecha sube como un resorte bien aprendido hacia las sólidas antiparras de gruesa pasta que desde hace más de treinta años dibujan su figura, se sobrepone al trasiego que lo acaba de depositar en Alicante, “ayer mismo estaba en Berlin”, avisa Josep Vicent, Director musical y artístico del ADDA, compañero de viaje musical de Nyman estos últimos años, y máximo artífice de la presencia del músico inglés en el auditorio. Cuando le preguntemos si Alicante se encuentra ahora en algún mapa de la música clásica contemporánea, responderá “Yo soy un outsider del sistema de la música clásica. Gracias a la música para cine yo he ganado bastante dinero, cosa que persigue cualquier compositor, pero si tu camino es la universidad o el circuito clásico, es más difícil. Yo lo he hecho con películas como El Piano. Pero es que hace 15 años que no he sido ‘empleado’ como compositor de música para el cine”, y entonces mirará hacia Josep Vicent y concluirá con un gesto que evidencia su presencia aquí gracias a él, y que si Alicante está en algún mapa, también él es el responsable.
Pero a pesar de la sentencia sobre su falta de pasado, no evita la cuestión sobre la importancia de la banda sonora de la película de Peter Greenaway The Draughtsman’s contract (El contrato del dibujante) como punto momento crucial en su trayectoria: “Sí, pienso que sí. Yo ya llevaba seis o siete años creando composiciones para Peter Greenaway, para films muy experimentales de los que prácticamente nadie sabe nada, solo un muy selecto grupo de personas interesadas en este tipo de cine. Entonces llegó “El contrato del dibujante” y, a causa del tema, de los intérpretes -hay que recordar que el reparto estaba encabezado por Anthony Higgins, el Moriarty de El secreto de la pirámide, o el Major Glober de En busca del Arca perdida-, de la propia música, se hizo muy popular. Y esa popularidad es lo que me permitió dar a conocer mi música. Sin pretender ser cínico, sino más bien pragmático, es fantástico… no hay otro medio, a parte de la radio, que produzca este efecto”.
Su relación con Peter Greenaway, no obstante, le ha ofrecido algún que otro momento agridulce: “Greenaway se había fijado en la primera pieza que había escrito para la Michael Nyman Band, In Re Don Giovanni, una interpretación estilo Rock’n’roll de una aria del Don Giovanni de Mozart, y escribió en el Script de The Draughtsman’s contract que esta pieza sonaba al mismo tiempo al siglo XIX y al siglo XX. Con esta BSO yo me convertí al mismo tiempo en un personaje popular e impopular, había gente que opinaba que era peligroso asociar a un compositor de música clásica con el mundo de la popularidad del cine. Y cuando El Piano se convirtió en popular, 10 años más tarde, a los que 10 años antes no les había gustado El contrato del dibujante, al escuchar El Piano, ¡me acusaron de haber traicionado mi lenguaje musical! . El problema es que los que empezaron a ser fans con El Piano, no conocían la música de El contrato del dibujante, y cuando más tarde trabajé en la BSO de un conocido film alemán, Good By, Lenin, después todo el trabajo realizado, Wolfgang Becker, el director, me dijo que esa era la música de Peter Greenaway, cuando en realidad es la música de Michael Nyman, así es que, después de tres meses de trabajo, me espetó un ‘jódase, señor Nyman’-hay que recordar que la premiada película de Becker al final contó con la música de Yann Tiersen, que se había hecho popular con otro film europeo, Amélie-“.
The Draughtman’s Contract, A Zed and Two Noughts, Drowning by Numbert, The Cook, the Thief, his Wife and her Lover son el núcleo de su colaboración con Greenaway, a las que habría que añadir trabajos como Gattaca o la hipnótica música para la Wonderland de Michael Winterbottom, o el gran boom de El Piano de Jane Campion. A pesar de su querencia por la independencia y el valor que le da a sus trabajo como fotógrafo y cineasta experimental, para el que considera ser “mucho más imaginativo al crear su música que cuando lo hace para otros”, uno de los puntos fuertes de Nyman es su capacidad de colaborar, de construir música con el trabajo de aquellos a quien admira, lo que se refleja especialmente en sus óperas de cámara The Man Who Mistook His Wife for a Hat, basada en los trabajos del neurólogo y escritor Oliver Sacks, o Facing Goya. Fruto de esta tendencia fue su colaboración de 2009 con el cantante de jazz y soul David McAlmont: “El primer disco que grabé con David McAlmont tal vez ha sido la mejor colaboración que he hecho nunca. Fue muy fácil. Vino a mi casa de Londres con un montón de letras para mis canciones escritas, bajo el brazo. Le aportó un tremendo valor añadido a la música que yo había escrito… ¡y yo no he tenido que hacer nada extra! Justo hace unos cinco días que he me escribió David, para volver a interpretar los temas de The Glare y tal vez escribir algunos temas nuevos juntos. Las letras que escribió para The Glare eran historias muy bondadosas, muy amables, pero ahora creo que la actualidad es algo horrible, y que sería interesante optar por algo más duro, incluso más abstracto”.
Michael Nyman es una rockstar amable, no evita esa pose que lo emparenta a los grandes divos de la música popular contemporánea, como Mick Jagger, como Bono, una imagen tal vez a su pesar, pero que usa con una cercanía que tal vez no tengan aquellos.
La actuación de la Michael Nyman Band el pasado domingo, en la sala principal del ADDA, fue un encuentro ante fans enloquecidos. La formación que en 1976 Nyman reconvirtió desde la Campiello Band formada como grupo de calle para la producción de la obra Il Campiello (1756) de Carlo Goldoni, se ha convertido en una banda al estilo de los mejores ejemplos del rock con estilo. Los violines de Gabrielle Lester y Ian Humphries, la viola de Catherine Musker, el cello de Anthony Hinnigan, los saxos y la flauta de David Roach, Simon Haram y Andrew Findon, la trompeta de Toby Coles, la trompa de Paul Gardham, el trombón de Nigel Barr y la aportación rítmica del bajo eléctrico de Martin Elliott, reproducen en directo un sonido que oscila entre el minimalismo punk de Los Ramones y el sucio heartland rock de la E Street Band, de Bruce Springsteen.
Chasing Sheep is Best Left to Shepherds, An Eye for Optical Theory, Prawn Watching, Time Lapse, The Musicologist Scores, Memorial, Come unto these Yellow Sands, City of Turin, Gliding, Synchronising, Coupling y Splashing, sonaron como si en cualquiera de los temas, el auditorio lleno a rebosar pudiera ponerse de pie e improvisar una danza acorde con los acordes de esa viola enloquecida de Catherine Musker.
Imposible recordar la cantidad de bises, con Nyman oficiando sentado ante el piano, de espaldas al público, y los once intérpretes colocados en una grada de compacta formación. El público en pie, el público aplaudiendo sin parar, el público lanzando vítores de alegría. La Michael Nyman Band busca la comunión, más que la excelencia en la interpretación. O tal vez, gracias a la excelencia de estos solistas, lo de menos es el sonido. Ya saben, perseguir ovejas es mejor dejarlo a los pastores.
El sonido de la Michael Nyman Band