Quedan pocos meses para empezar una frenética carrera electoral, en la cual algunos llevan ya demasiado tiempo inmersos e intentando llevar al votante a su rincón con expresiones no muy claras y deliberadamente tendenciosas.
Vamos a empezar bien, haciendo amigos. Detesto la expresión “voto útil”. Útil ¿para qué? ¿para quién?.
Creo que el único voto útil (solo para uno mismo) es el que emites con la intención de que tus ideas, tus principios, tus conceptos básicos estén representados en una forma de gobernar, de gestionar, de regir la convivencia con los demás.
No me resigno a que la “utilidad” de mi voto sea únicamente para un “quítate tú que me ponga yo” o para esa frase tan deleznable en una democracia de “echarlos del gobierno”. Eso no es utilidad, eso es provecho e interés.
Un gesto tan sencillo como es introducir un voto en una urna los humanos tenemos la capacidad de hacerlo con muchas partes de nuestro cuerpo, lógicamente siempre contando con las manos como herramienta.
Somos capaces de votar por el estomago, el más triste de los votos. Somos capaces de votar con el hígado y su hiel, el más peligroso e irreflexivo. Podemos votar con la cabeza; un voto pensado, estudiado y como tal el más interesado en el peor sentido de la palabra. Finalmente podemos votar con el corazón, el voto lógico, tranquilizador con uno mismo, un voto en conciencia y por lo tanto el “único voto útil”, el que tiene la utilidad de poder mirarte al espejo y dormir por la noche.
Del voto con “accesorios”, el voto con pinza en la nariz, no pienso hablar, ese ya me supera. Mi primera votación, hace ya algunos años, fue el Referéndum de la Constitución, desde entonces, si no recuerdo mal, he votado cuantas veces se nos ha consultado y no me gustaría tener que dejar de hacerlo por no poder darle “utilidad” a mi voto, cosa que algunos están deseando que nos pase a muchos ciudadanos.
Por supuesto que todos los votos cuentan lo mismo, un palote en el recuento, pero me niego a entender que todos tengan el mismo valor, aunque solo sea para la conciencia individual de cada uno de nosotros.
Mi “voto útil” es cuando salgo del colegio y pienso que he votado por gente común, corriente, preparada para gestionar, ayudar, unir y coser la convivencia, cosas que son las bases de cualquier buen gobierno. Gente capaz de hacer todo eso sin dejarse a nadie atrás, sin ser nadie imprescindible pero contando con todos. Creo que eso solo lo puede hacer gente “normal”.
Quiero que gestione mis intereses, que vele por mi bienestar y el de los demás, que me defienda y que respete mis libertades gente normal. Que me gobierne esa gente.
Gente normal, que se equivoca, que se vuelve a equivocar, pero que reconoce sus errores y hace todo lo posible por corregirlos y no volver a caer en ellos. Gente que todavía se indigna con la corrupción, con la mentira y la falsedad.
Gentes que discuten entre ellas, con diversidad de puntos de vista, de distintas procedencias, con distintas perspectivas, pero con un punto en común que es el individuo, la persona, el ciudadano, sus libertades individuales, el respeto a sus ideales, a su forma de vivir, de amar, de pensar, de sentir y que defiende con firmeza esos principios y no los vende.
Gente que conoce la vida, la realidad fuera de la burbuja de la política y de los políticos. Que conoce la realidad porque la ha sufrido.
No se conoce la realidad, por ejemplo, visitando una fabrica acompañado por los directivos puestos todos de bata y estrechando la mano a los trabajadores como un gran gesto de cercanía. Se conoce sentándose día a día tras una mesa haciendo números y viendo la forma de cuadrarlos. Se conoce tomándote una caña con esa gente y escuchando sus conversaciones. Se conoce siendo uno de ellos y teniendo claro que después de la política se volverá a ser uno de ellos.
Gente capaz de sentarse con unos y otros y acordar con base a principios justos y honestos, con poquísimas líneas rojas pero firmes y concretas, que cumple su palabra y valora la de los demás.
Si gente así te pide el voto, ese es realmente tu “voto útil”. Huyamos de los mantras, de las frases hechas, de las etiquetas, de eso de “sanchistas”, “veletas”, “las derechas”,..., hagamos que nuestro voto sea siempre con el corazón. Seguro que con el tiempo ese voto favorecerá el estado de nuestro estomago, nuestro hígado y su hiel, nuestra cabeza y sobre todo la tranquilidad de nuestra conciencia. Haciéndolo así, seguro que caen todas las pinzas de nuestras narices y respiraremos mejor.
Es evidente que mi voto, aunque seguramente a nadie le interese, siempre será con el corazón, y estará en esa gente con un objetivo radicalmente centrado en los ciudadanos libres e iguales.