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Mi amigo en 'Alicantón'

26/08/2022 - 

Hace unos días, durante la primera quincena de este mismo mes, un ex compañero de partido en Alicante, y sin embargo amigo, me preguntaba por mi futuro político. Que qué iba a hacer, que si iba a dar el salto a otra formación, que si mi voluntad era continuar donde y con quien fuese… Mi amigo, que flirteó en su día con UPyD, salió de Ciudadanos tras 2019, en aquella hornada que hoy no pide otra cosa que una sumisión de los liberales al partido conservador.

Le he pedido a mi amigo referir aquí esa conversación con la garantía de no mencionar ni su nombre ni dato alguno que lo identifique. Y así me lo ha autorizado. Pero hasta ahí. Es curioso que quienes se creen en posesión de la verdad para señalar con el dedo a quienes nos esforzamos en mantener y reimpulsar el centro liberal en España tengan tantos reparos en opinar con nombres y apellidos, como sí hacemos quienes teóricamente y según los agoreros, nos hundimos. Serán, supongo, las cosas que te permite hacer una conciencia tranquila.

Pero lo más llamativo de mi amigo y nuestra conversación fue su idea de que el futuro de una provincia como la de Alicante pasa por un partido de corte provincial, de centro-derecha, por supuesto, que defienda a Alicante y a los alicantinos en España por encima de Valencia y los valencianos. Plantea, eso sí, argumentos: somos la provincia olvidada por el centralismo valenciano, mantenemos la peculiaridad lingüística del castellano ante el valenciano-catalán expansionista, tenemos un sector turístico e innovador boyante que ya quisieran allá arriba, somos reivindicación viva de un sector agroalimentario que necesita agua para subsistir y generar riqueza en el resto de España… Pero, sobre todo, me contaba, mantenemos la esencia política que hace falta para iniciar la reconquista de la Comunidad Valenciana y, con ella, la de España de las garras del sanchismo. Todo eso, nada más y nada menos.

Pero en el plan de mi amigo todo pasa porque Alicante se “independice” de la Comunidad Valenciana. Entiéndanme, que no se trata de un movimiento secesionista puro y duro, pero sí, como dice él, de darle un susto a Valencia desde la terreta. Y así me lo dijo: “terreta”, en valenciano.

Les confesaré que en esa charla mañanera de verano ante un café no acerté sino a intentar comprender con desgana aquellos argumentos. A esas horas de estos días no está uno para ponerse a discutir. Aunque ya les digo yo que no. Que no veo que la solución pase por dar sustos a Valencia ni por otros retos territoriales basados en la agitación de las diferencias entre ciudadanos, aun provinciales, de los que, desgraciadamente, muchos tenemos, hemos tenido, y parece que seguiremos teniendo como para añadir uno más. Algo que, por descontado, alegraría precisamente a quienes han hecho del conflicto entre geografías su modus vivendi en política en España.

Pero la conversación me ha servido sobre todo para comprobar que el “vale todo” ha ganado sobre la coherencia. Ahí está mi amigo, teórico ferviente opositor a Pedro Sánchez y sin embargo muy partidario de imitar a los discursos nacionalistas en los que se apoya el actual PSOE para gobernar España.  Y él es solo uno más de los muchos que ante un adversario feroz prefieren tragase principios que decían tener para no enfrentarlo con argumentos y razones. Y es que el ruido de unos pocos ha pasado a ser el de muchos y se propaga muy rápido. Pero no deja de ser ruido.

Pretender que una provincia como la de Alicante juegue a cuestionar su valencianidad es lo que se ha hecho en España desde algunas comunidades frente al Estado. Apostar por el regionalismo, el provincialismo, o cualquier clase de localismo con ínfulas, mayores o menores, de soberanía política, es un error del cortoplacismo miope del que es muy difícil retornar. Desplegadas las banderas es imposible recogerlas porque se pierde el control en el populismo que reconoce derechos a los terruños y no a las personas. Y no olvidemos que las personas, por definición, pueden cambiar de territorio en el que habitan cuando pueden o quieren. Y los derechos deben ir en su maleta con ellas, no permanecer en el territorio inerte. Pero esto son ya principios…

A mi amigo le escuché, hace años, defender apasionadamente esa ortodoxia liberal, una de las pocas que tenemos algunos, de que los derechos son de los ciudadanos, y no de los territorios. Era, y es, nuestra máxima frente al nacionalismo y cualquier otra clase de localismo político excluyente. Oírle hablar de las bondades de un nuevo “Alicantón” a estas alturas me reafirma: sí, hay que echar a Sánchez, pero no a cualquier precio ni quemando todo lo que hemos construido.

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