una velada PARA RECORDAR toda su vida

El memorable recital de Lluís Llach en los antiguos Salesianos de Alicante

1/04/2024 - 

ALICANTE. A principios de los setenta, Juan se encontraba un sábado por la tarde en la plaza de los Luceros esperando a Vicent, uno de sus mejores amigos de los Salesianos. Habían quedado para ir juntos a la actuación de Lluís Llach que iba tener lugar en su antiguo colegio de la cercana calle San Juan Bosco. Hacía poco que las Escuelas se habían trasladado al nuevo, ubicado a las afueras, pero el otro permanecía abierto para servicios religiosos, actividades sociales y actos culturales.

Juan había oído nombrar a Lluís Llach, pero nunca se había interesado por su tipo de música; él prefería la anglosajona. Mientras aguardaba, recordó la conversación que mantuvo la víspera con su amigo, un apasionado de Llach, que le informó que a sus veintipocos años encabezaba la que se denominaba Nova Cançó catalana y de su compromiso con los movimientos antifranquistas. Después charlaron sobre sus gustos musicales, que eran bien diferentes, y finalmente Vicent lo animó a que fuera con él al recital: «Si no has escuchado nada de él, no sabes si te puede gustar». Fue un contundente argumento que lo convenció.

De abajo arriba los Maristas, la Diputación y los Salesianos. Foto: años setenta, Archivo Salesiano.

Al poco apareció su amigo portando un poster enrollado bajo el brazo. «Es para que me lo firme», le dijo todo ufano, al tiempo que iniciaban la marcha hacia el colegio. Bordearon la manzana de la Diputación, dejando a sus espaldas los Maristas, cuando Juan le preguntó cómo era posible que Llach pudiera actuar en un colegio de curas. Vicent le aclaró: «Sabes que los Salesianos tienen una mentalidad muy abierta y que apoyan los nuevos tiempos propugnados por el Concilio Vaticano II… Y otra cosa: un día oí decir a un catequista que también respaldan al papa Pablo VI... Sabes que hace unos años declaró que los pueblos tienen el derecho de rebelarse contra las dictaduras». «Pues ahora está claro por qué ha venido Lluís Llach: nuestro colegio es pablista», concluyó su amigo.

Llegaron a la puerta principal, cruzaron el vestíbulo, doblaron a su izquierda y se internaron por el pórtico para ir hacia el salón de actos, donde había gente esperando afuera. Pero, de pronto, Vicent susurró entusiasmado: «¡Mira, ahí va Lluís Llach!», mientras señalaba con el mentón a un chico y una chica que caminaban una decena de metros más adelante. Él llevaba una bolsa de deporte y ella un estuche de guitarra, y a veces se detenían para mirar a su alrededor con cara de no saber a dónde tenían que dirigirse. «¿Con quién va, parece mayor que él?», quiso saber Juan. «Es Laura Almerich, una de las mejores concertistas catalanas de guitarra española que lo acompaña desde hace unos años en sus actuaciones», le explicó su amigo. «Pues van un poco despistados. Me extraña que no los haya recibido ningún padre para decirles dónde actúan… Se han parado… Están preguntando…  Ya van para el salón», comentó Juan. «Si te parece, pasamos tras ellos, esperamos un rato por allí y luego vamos al camerino para que me lo firme», sugirió Vicent.

Salón de actos de los Salesianos antiguos. Foto: Archivo Salesiano.

Entraron tras los músicos y entonces los cuatro vieron a un hombre de mediana edad, trajeado, embutido en un abrigo y tocado con un sombrero, que silbaba distraídamente mientras deambulaba por uno de los pasillos. No cabía ninguna duda sobre su identidad: se trataba de un agente de la Brigada Político-Social. Vicent cuchicheó: «La secreta quiere repasar las canciones del repertorio». Juan completó su apreciación: «Además les dirá que lleven cuidadito con hacer comentarios fuera de tono». Los catalanes, al llegar a su altura, le preguntaron casi al unísono con socarronería dónde estaba el camerino. El agente les indicó amablemente que lo siguieran y desaparecieron por una puerta lateral al escenario.

Al cuarto de hora salió el secreta y abandonó el recinto con paso resuelto. Lo siguieron con la mirada y Vicent aventuró: «Estará merodeando por ahí y cuando empiece el concierto entrará discretamente, se quedará por la últimas filas y si ve que algo no va bien llamará a la Policía Armada para que lo suspenda… No sé si te enteraste que los grises suspendieron uno en la Universidad de Barcelona no hace mucho». 

Miraron hacia delante y vieron a Laura Almerich pisar el escenario llevando una carpeta de cartulina. Entonces fueron al camerino y abrieron la puerta sin llamar… «Collons, a Alacant no saben trucar la porta!», exclamó Lluís Llach que se encontraba en calzoncillos enfundándose los pantalones. Los intrusos se disculparon al tiempo que Llach terminaba de vestirse con la indumentaria de actuar. Tras unos instantes de titubeo, Vicent le pidió por favor si podía dedicarle el póster mientras le tendía un BIC. Llach le preguntó cómo se llamaba y, a continuación, escribió unas palabras y estampó su firma. Los dos se disculparon de nuevo y abandonaron el camerino.

Los antiguos Salesianos. Foto: Archivo Salesiano

Tomaron asiento en una de las primeras filas y se fijaron en Almerich que estaba sacando unas partituras de la carpeta y colocándolas en un atril que había en el centro del escenario, frente a una silla.  Después se acercó a un piano vertical, que se encontraba en un lateral, e hizo lo propio en su atril. Luego, comprobó el funcionamiento de los dos micros y la megafonía con la ayuda de un salesiano que apareció por allí y, por último, dio un vistazo general para asegurarse de que todo estaba en orden y regresó al camerino. 

La gente empezó a llegar, pero no se llenó por completo porque ese tipo de recitales no gozaban de una adecuada difusión, eran casi clandestinos. A la hora en punto aparecieron Lluís Llach y Laura Almerich con su guitarra. Fueron recibidos con una entusiasta ovación que ambos correspondieron con un saludo muy respetuoso. Se hizo un silencio religioso, ella tomó asiento en la silla y él se dirigió al piano. Se sentó en la banqueta, reguló su altura hasta encontrar la posición más cómoda, levantó la tapa y se concentró durante unos largos segundos. Aproximó sus dedos al teclado y sonaron las primeras notas, cuando de repente, sin dejar de tocar, exclamó con humor: «Jo sóc molt mal pianista, però sempre tinc la sort que el piano em guanya!». La parroquia, entregada, rompió el silencio con una estruendosa carcajada.

Prosiguió el concierto con canciones en las que Lluís Llach fue alternando el piano y la guitarra que le cedía amablemente su compañera. Ya casi al final, empezó a cantar El bandoler, y en ese preciso instante se fue la corriente eléctrica, quedando el salón completamente a oscuras. 

El susto se apoderó del público, pues corría el rumor de que las autoridades podrían suspenderlo. Pero Lluís Llach, con todo su temple y ganas, siguió cantando a capela. Afortunadamente, volvió pronto la luz y todos respiraron aliviados.

Continuó la actuación y, tras unos bises, concluyó entre el clamor de los asistentes. Juan y Vicent salieron de su colegio contentos al haber asistido a una velada que recordarían toda su vida.

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