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la yoyoba / OPINIÓN

Más alicantinos y menos políticos

22/02/2019 - 

Alicante es muy esnob. Lo dice la RAE, que define este término como la "persona que imita con afectación las maneras u opiniones de aquellos a quienes considera distinguidos o de clase social alta para aparentar ser igual que ellos”. Quizá ese esnobismo sea síntoma de una falta de amor a sí misma. Un complejo de inferioridad que la ha abocado a despreciar sus señas de identidad culturales, lingüísticas y hasta urbanísticas. 

Pocas ciudades permitirían partir por la mitad un palacete como la Casa Alberola para construir en medio un edificio anodino sin que se nos caiga la cara de vergüenza. Una ciudad marítima que dejó morir su puerto pesquero hasta reducirlo a un simple reclamo turístico. Una ciudad rodeada de huertas, de la que solo se mantiene la toponimia, donde hace tiempo que el único monocultivo intensivo son las urbanizaciones de  chalets adosados. 

Alicante no ha sabido evolucionar respetándose a sí misma, manteniendo intacta su memoria, porque ha creído erróneamente que todo lo que venía de fuera era mejor que lo propio. No es la primera vez que digo que Alicante no tiene quien la quiera y lo repito ahora que empezamos un período convulso de elecciones concatenadas. 

Por si alguien quiere escucharme o leerme. Se necesitan políticos de altura. Y no hay que irse lejos para encontrar referentes autóctonos. Políticos como Llorençet Carbonell, primer alcalde republicano de Alicante, para quien “el alicantinismo era más fuerte que sus ideales políticos”. Un alcalde ateo, republicano, radical, socialista y masón al que votaron 37 de los 39 concejales electos, aunque 10 de ellos pertenecían a partidos monárquicos y conservadores. 

 El emblemático edificio de la Casa Alberola, entre el Paseo de La Explanadas y Canalejas. Foto: RAFA MOLINA

Un alcalde que no dudó en salvar la reliquia de la Santa Faç de los exaltados anticlericales entregándosela a escondidas a su adversario político Francisco Alberola Such. Porque para él la Santa Faç no era Dios sino algo mucho más sagrado, era Alicante. “Llorençet el de les palmeres”, el de “La Tienda del Bacalao”, estimaba tanto su ciudad que la hizo más limpia, más iluminada y más segura. Creó escuelas y guarderías, ensanchó La Rambla, reformó La Montanyeta, la calle Gerona, urbanizó la Playa de Sant Joan, construyó la carretera y hasta fundó el primer campo de golf en Alicante cuando ese deporte aún no tenía ni nombre. 

Era carne de pelotón de fusilamiento y por eso se exilió, primero a Francia, donde fue recluido en un campo de concentración, y luego a Orán, para sentir a Alicante más cerca, al otro lado del mar. 

Llorençet volvió en 1959 pero muchos de sus brillantes compañeros de ese primer ayuntamiento republicano no pudieron hacerlo. Como Franklin Albricias Goetz, pastor evangélico, masón, republicano, presidente de la Diputación, profesor y último director de la Escuela Modelo de Alicante. Exiliado en Argel y luego en Suiza, donde llegó a ser obispo de la Iglesia Metodista. O como José Alonso Mallol, hijo de un trabajador del puerto, que dominaba siete idiomas solo de hablar con los navegantes. 

Este todoterreno nacido en el Raval Roig hizo muchas cosas antes de morir exiliado en México. Abogado, periodista, deportista, actor, diplomático, masón, republicano, presidente del Orfeón, empresario del café, gobernador civil en Oviedo, en Sevilla, director general de Seguridad con Azaña, desbaratador del intento de golpe de estado del general Mola y superviviente de dos atentados contra su persona. Dicen que intentó evitar el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera sin juicio previo, pero fracasó. Nunca regresó a su ciudad aunque en 1955 el gobierno franquista le ofreció volver con garantías. No se lo creyó. 

He encontrado sus biografías, por casualidad, en alicantepedia.com. Desde entonces no puedo dejar de comparar estos alicantinos de oro con los actuales representantes municipales y sus esperpénticas trifulcas barriobajeras. Y ahora, de primarias en primarias hasta la aniquilación final. 

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