La ilustradora valenciana María Herreros cuenta la Historia de una niña con pánico a ser mujer, un relato desgarrador en el que la autora hace un viaje a pasado cuando en la adolescencia le daba miedo crecer para convertirse en esas mujeres que tanto tenían que sufrir y con tanto tenían que cargar
VALÈNCIA. La escritura es terapia, pero más terapéutico puede resultar que te escuchen. La María de 17 años tal vez no era tan escuchada, o no contaba con esos referentes a los que escuchar con atención que le podrían aconsejar sobre qué sí o que no. Esa María tenía pánico a ser mujer, y ahora gracias a la editorial Lunwerg deja al descubierto todos esos miedos en un relato que mezcla miedos, inseguridades y golpes de confianza a través de la memoria personal. Historia de una niña con pánico a ser mujer se nutre de fotografías antiguas, textos de diario y hasta informes médicos con la excusa de hablar sobre lo que suponía ser mujer en los 80, mujer en tránsito y rodeadas de otras mujeres exitosas que incitaban a los trastornos alimenticios y que encontraban la finalidad de su existencia con su matrimonio, y a su vez con ello su fin.
La valenciana María Herreros desvela su lado más personal en el libro y con Culturplaza, con una conversación cercana en la que su perro se cuela entre medias y sus ladridos parecen formar parte del estrés que pudo sentir la María de 16 años. A su vez el libro es excusa para hablar de crianza, del momento de la juventud de hoy en día (sin pretensiones carcas) y de la historia de una niña que ya es mujer y le sigue teniendo pánico a ello. Como si de una sesión de terapia se tratara la autora responde a las preguntas que le plantea Culturplaza con total sinceridad y esclareciendo los detalles más íntimos que la llevaron a confeccionar este libro, que por fin se libera, puede ver la luz y “qué bien sienta eso”.
Trabaja sin etiquetas, ni es un diario ni es una autobiografía al uso. A la hora de crear no le gusta que la encapsulen, la libertad en publicar lo que quisiera le ha venido poco a poco “yo hacía libros ilustrados y creía que solo podía hacer eso” pero ahora se libera de ese encasillamiento igual que de pequeña intentaba librarse del de la feminidad. El libro es una oda a la voluntad de hacer lo que de la gana sin encasillamientos, en el que se libra de la “ilustración a secas” y emplea fotografía y recursos como cartas, dietas impresas y hasta informes médicos.
-¿Cómo nace la idea de dar vida a este libro?
-Al final es una especie de libro de sanación, un libro que para mi ha sido como terapia, en el que me reconcilio con ciertas etapas de mi vida. Las personas que hemos ido siendo siguen encapsuladas entre las páginas y a veces tienes que hablarte a ti misma para ir avanzando en las etapas de la vida. También es verdad que mi pareja -el ilustrador Ricardo Cavolo- me puso la picota en la cabeza al publicar su autobiografía -Jamfry- aunque es una idea que arrastraba desde hace tiempo.
-Pero antes de sanar hay un proceso muy fuerte de investigación sobre tu propia vida, ¿cómo ha sido rebuscar entre los recuerdos?
-Al final los recuerdos son bastante batiburrillos, y nos empeñamos en documentar las cosas de una manera muy enciclopédica y nuestras cabezas no van a así. Al final lo que hice fue trabajar con una búsqueda general de fotos en las que mis amigos y amigas me ayudaron mucho, y con lo poco que iba viendo evocaba un montón de cosas.
-Y además de fotografías y recuerdos te apoyas en documentos tales como el informe psicológico tuyo y las dietas, sobre las que se traspapelan mujeres extremadamente delgadas, ¿son documentos reales o genéricos?
-El informe psicológico si que es real, pero tapé el nombre de la clínica y algunos datos clave por motivos de confidencialidad. La dieta si que es totalmente aleatoria, la cogí de internet y la puse ahí. Al final es lo que hacíamos cuando éramos pequeñas, tú tenías una amiga que había perdido 7 kilos y le pedías que por favor te pasara su dieta, que luego nos adheríamos a esta como si fuera el “abc”, era peligrosísimo.
-Todo ello para buscar pareceros a referentes que realmente “no eran muy de fiar”, ¿teníais realmente referentes buenos?
-Para alguien más joven como tú puede resultar difícil imaginar que no los tuviéramos. Si que había movimientos feministas y esas cosas, pero si eras un chaval de barrio no tenías acceso a estos movimientos. Como mucho buscabas en Altavista, pero no había redes sociales con las que aprender definiciones o adherirse a un movimiento. Al final lo que podía pasar es que crearas tu infancia entera con alguien de forma íntima pero no tuvieras el lenguaje para hablar de las relaciones y del género. De pequeños sabíamos que éramos diferentes en esas cosas, sabíamos que eso no nos caía bien y nos protegíamos.
-Para ello los buscáis en vuestro entorno más cercano.
-No teníamos definiciones, ni herramientas ni comunidad. Para bien o para mal no nos pudimos refugiar en internet ni en las redes sociales, lo bueno es que estábamos cara a cara con otras personas ayudándonos. A lo mejor con redes nos hubiéramos reflejado frente a la pantalla hablando con personas similares a nosotros.
-Sin embargo, tras la pantalla de la televisión tampoco había representación de mujeres poderosas. En una parte de tu libro hablas de cómo los niños hacen cosas chulas en televisión y las niñas se relegan a otras cosas.
-Los niños lo que tenían es que ellos eran lo normal y nosotras éramos lo otro. Ellos vivían historias de aventuras como La historia interminable o como las de La Mansión de Casper, mientras ellos vivían aventuras nosotras vivíamos el amor y las relaciones.
-Aunque sí que hay niñas que hacen cosas “divertidas” también.
-Había pero muy pocas: la niña de la película Mi chica y por supuesto Matilda. Hay gente que se queda en cuatro ejemplos para invalidar lo que nos pasaba y eso es grave.
-Naciste en el 83 y yo más de 10 años más tarde, sin embargo percibo en la lectura que muchas cosas tristemente no han cambiado, ¿qué colea ahora de las cosas en las que a ti te educaron?
-Las cosas que me programaron a mi son las que te programaron a ti. El contenido va variando pero al final todo rodea el cómo nos programan, y ahí muchas veces está esa oda a la feminidad y la obligación de ser “más mujer”.
-En esa educación hablas de falta de referentes femeninos potentes, sin embargo te ayuda mucho tu primo homosexual, a quien dedicas el libro y sobre el que publicas una carta de lo más íntima sobre su cambio de vida.
-Admiro mucho la valentía que tuvo. Mi hermana, él y yo nos criamos juntos, hacíamos un equipo perfecto. Mi primo tenía que salir porque es una parte crucial de mi infancia, él y yo siempre hemos sido más inconformistas. Yo por no estar conforme con mi género asignado ni él por ser homosexual. Ni yo respondería a lo que se suponía que era ser una niña ni él a lo que era ser un niño. Aunque realmente lo que a mi me pasó lo asocio más con un conflicto de género, que me supuso un conflicto y traumas de la infancia
-¿Esta peor visto ser una mujer no femenina o ser un hombre homosexual?
-Ser un hombre homosexual, sin duda…. Mi primo lo pasó fatal. Yo veía de alguna forma como nuestros conflictos estaban relacionados, ninguno de los dos respondíamos a géneros ni al binarismo. Al final me apetecía acentuar su historia y dedicárselo.
-Ambos cuando os hacéis mayores tenéis la oportunidad de abrazar esas cosas que de pequeños no os gustaban tan solo por oposición.
-De repente a los 27 años tuve una fase rosa, de purpurina, rollo Bratz… Ahí me lo permitía. Antes esas cosas las rechazaba porque porque las sentía obligatorias, pero a los 30 años he podido estar cómoda en mi definición de mujer, aunque todavía arrastro culpabilidad por gustarme algo femenino, pienso que me estoy doblegando y siento que lo estoy haciendo porque me lo han programado. Tengo que recordarme que a un niño le puede gustar algo femenino para sentirme cómoda con que a mi me guste. La sociedad binaria te produce una serie de desquicies mentales…
-¿Cómo lo vives ahora?
Antes rechazaba todo lo que se asociaba a ser mujer, ni me planteaba si me gustaba o no. Ahora he tenido la suficiente madurez y autoestima para estar cómoda en lo que me supone tener mi propia definición de lo que es ser mujer y que me de igual la definición de la sociedad que ya se sabe cual es. Ahí es cuando he podido empezar a abrazar lo que me gusta independientemente de que sea masculino o femenino.
-Sin embargo, de pequeña le tenías pánico a lo femenino y a la idea de ser mujer. De hecho cuentas en el relato como escondías tus compresas usadas en un cocodrilo de peluche para que no descubrieran que habías alcanzado esa etapa de tu vida.
-Yo tenía pánico al momento en el que te baja la regla y te declaran mujer. No quería convertirme en mujer y no quería que me definieran. Cómo vivía traumatizada con ese momento lo que hice fue ocultárselo a todo el mundo.
-Yo escondía maquillaje y cosas femeninas que me regalaban en una rana de peluche, y me he sentido muy identificada con tu historia.
-Es fuerte que hayamos podido vivir experiencias similares.
-Para mí leerlo ha sido todo un alivio, te lo agradezco.
-Es la primera vez que pongo algo tan fuerte, llevo mucho tiempo publicando libros en los que me he escudado en personajes con los que conecto -como la historia de Georgia O’Keeffe- que cuentan las mismas historias que quieres contar.
-Pero a la vez te conviertes en un personaje contando esto tan íntimo.
-Creo que todo el mundo tiene historias así pero no necesariamente las cuenta de la misma manera. Para mi es muy difícil, con los libros que llevo publicados, ponerme delante de una página y contar estas cosas, es algo muy complejo. Todo lo que pones en las páginas repercute con las personas con las que te relacionas.
-Páginas en las que predominan el rosa y los colores pastel, pero entre todas destaca una que se tinta de negro para hablar del trauma.
-Estaba haciendo el libro y me di cuenta de que quería explicar lo que era para mi ese hoyo de pánico y terror, que a día de hoy me trae cola. Son cosas que leo y que no tengo 100% resueltas. De pequeña no quería convertirme en nada, quería ser yo, no una mujer.
-¿Te pasa ahora?
-Yo misma hablo conmigo y me pregunto: “¿Qué pasa? ¿No te sientes mujer?” Y las respuestas van entre sí y el no, muchos días sí y muchos otros no. Creo que tengo energía masculina y femenina como todos, y algunos días tengo más de una que de otra. Con esa edad no entiendes nada, solo ves el rosa y el azul y lo demás lo rechazas de cero. Si me preguntas ahora si me siento mujer te respondería con muchos matices. En ese momento tenía clarísimo que no me sentía mujer, y todo el que me dijera lo contrario me estaba produciendo un trauma.
-Y esquivaste otros traumas también. Hacia el final del libro cuentas la historia en la que entre amigas habláis de la “rigorexia”, un término que se refiere a “verte bien cuando en realidad no era así”. O sea, “lo contrario de la anorexia”. Ahí muestras como buscábais pruebas y os hacíais fotos en las que os viérais “gordas” para encontrar la foto “más rigo”
-Este capitulo me da mucha ternura. Estamos hablando de los trastornos alimentarios, no es algo de lo de burlarse porque es muy serio, pero en esta parte de la historia resultó en algo muy tierno. Al final acabamos riendo mientras buscábamos nuestras fotos de “rigorexia”. íbamos diciendo “más gorda, MÁS GORDA”, incluso chillábamos y cantábamos. Si analizamos esto hoy en día seguro que todas las adolescentes de ese momento habíamos pasado algún trastorno de la conducta alimentaria, pero nosotras en cierto modo esquivamos esta bala gracias a esa broma entre amigas.