ALICANTE. La escritora madrileña María Zaragoza se alzó el pasado jueves con el Premio Azorín 2022 gracias a su obra La biblioteca del fuego, una novela histórica que describe como “un canto de amor a la gente que en los momentos difíciles cree que la cultura es lo primero y decide apostar por ella”. Y es que este libro, ambientado en la ciudad de Madrid de 1930 a 1939, tiene como trama principal el rescate de los libros que fueron condenados a la quema por el bando ganador de la Guerra Civil Española. Por eso, además, es un homenaje a la gente que trató de rescatar el patrimonio artístico y que ha sido borrada de la memoria colectiva.
“Da la sensación de que preocuparse por estas cosas cuando todo el mundo está peleando es un signo de frivolidad, pero yo siempre he pensado que es una forma de preocuparse por el futuro porque será lo que después nos curará el alma: el arte, la cultura, la música, los libros, etcétera”, justifica la autora, quien además incide en que, lejos de ser cosa del pasado, es una circunstancia que se está dando ahora mismo en tiempos de guerra a las puertas de Europa. “Estuve en contacto con un señor que se preocupaba por un cuadro de Velázquez que hay en Kiev”, apunta Zaragoza.
Se trata de una pintura en la que Diego Velázquez retrata a la Infanta Margarita y que es una de las grandes joyas del Museo de Arte Khanenko. Un cuadro que probablemente fue realizado en 1659, un año antes del fallecimiento del artista, y que se atesora en este museo ucraniano donde también se custodian piezas de Rubens, Pieter Brueghel el Joven, Van Eyck, Perugino o Frans Hals, que corren peligro de ser otras víctimas de la invasión rusa que se está perpetrando en Ucrania. Una guerra que se ha cobrado sus primeros daños en el patrimonio arquitectónico. Hechos que han motivado que las autoridades ucranianas pidan a Rusia formalmente que no destruya con un ataque aéreo la catedral de Santa Sofía en Kiev, la 'perla de Ucrania' declarada patrimonio de la Humanidad.
“Siempre pienso que, en el fondo, los que opinamos así somos unos locos e inconscientes porque pensamos en cosas que son importantes, pero no urgentes”, confiesa la escritora. Sin embargo, explica que, a pesar de todo, le sigue gustando “esa gente que se mantiene humana en contextos inhumanos”. Esa gente que piensa que todo libro debe ser salvado porque, parafraseando a Oscar Wilde, “un libro no es moral o inmoral, sino que está bien o mal escrito”, suscribe la autora.
En ese contexto, la trama de La biblioteca del fuego comenzó a fraguarse, primero, como una aventura. “Me apetecía contar la historia de una chica que, en los años 30, se va a estudiar a Madrid descubriendo una ciudad fascinante y efervescente con grupos feministas, politiqueo, arte, cabarés, etcétera, y conoce a una persona muy particular, con quien comparte todo”. La autora quería, además, que esos dos personajes principales “pudieran descubrir o entrar en un grupo secreto histórico que se dedica a salvar libros” que han sido prohibidos o censurados ya sea porque se consideraban pornográficos o inmorales o porque ofrecían visiones políticas que no eran adecuadas al momento.
Ellas son Tina y Beba, que entran a formar parte este grupo. Tina, la protagonista, debía ser bibliotecaria. “La coloqué en la nacional participando de todo esto”. Documentándose para el texto descubrió el salvamento artístico de las famosas cajas del Museo del Prado, pero además dio con el salvamento bibliográfico. “Tenemos un patrimonio bibliográfico muy importante que se logró conservar e investigué cómo se organizó aquello”, destaca. Su investigación le llevó hasta “personas alucinantes que hicieron cosas maravillosas por la cultura”. Hombres y mujeres que se preocuparon por aquello que iba a quedar por delante de todos ellos. “De alguna forma estaban haciendo su trabajo, que era preservar que todo eso se salvase, pero luego la historia se deformó y a esta gente se le borró, cuando han salvado nuestro patrimonio”, lamenta.
“Hablo de unos cuantos, porque no podía hablar de todos, así que elegí a quien personalmente más me interesaba”, detalla. La hermana de la novelista Rosa Chacel era una de esas personas. “Ella llevaba el archivo de lo que se salvó en las cajas”, recuerda. La maestra y bibliotecaria española Luisa Cuesta también fue relevante en dicha historia. “Salvó un compañero de la biblioteca, que era sacerdote, siendo ella muy comunista y atea”, apunta la escritora. Gente que le ha ido atrapando a lo largo de su investigación. Un proceso en el que ha ido encontrado apoyo. “Me han pasado cosas alucinantes; he conocido a gente maravillosa que me ha ofrecido su ayuda para investigar”, recuerda.
Todo ese periodo de documentación e investigación calcula que le ha llevado unos cuatro años, aunque reconoce la dificultad para estipularlo. “Es difícil para un autor, porque una novela encadena otra y hay documentación que yo no utilicé para otros libros que escribí antes”, describe. En total, aproximadamente cuatro años le ha llevado construir La biblioteca del fuego. Y aunque no lo considera una obra feminista, sí hay parte de sus propias ideas plasmadas en la novela ya que, como reconoce, un autor siempre deja algo suyo en sus obras. “Ningún escritor puede escapar de lo que es; yo soy feminista y eso se refleja en lo que he escrito”, confiesa.
Hay un gran protagonismo de la mujer en el texto a través de sus personajes más relevantes y también las mujeres del club femenino tienen un papel que está vinculado muy directamente con algunas de las tramas. Sin embargo, ni es una obra feminista ni tampoco una novela sobre la Guerra Civil, a pesar de la época en la que transcurre. “Me gustaría poder decir que no es una novela de la Guerra Civil sino de amor a los libros, al arte y a la cultura, porque sucede de 1930 a 1939 y la guerra es parte del contexto, pero es solo una parte”, destaca.