El sábado pasado se celebró la fiesta de carnaval en casi todos los rincones de España, claro está que por entonces aún no había hecho mella entre nosotros el pánico ante el coronavirus. El tema está tan crudo que el mítico carnaval de Venecia se tuvo que suspender, debido a la amenaza de propagación del susodicho virus. Y no es que diga lo de crudo porque considere que los efectos de este virus son graves, que lo ignoro, pero de momento no parecen peores que los que provoca la gripe común. En Tenerife han puesto en cuarentena a mil huéspedes de un hotel, en el que se declararon algunos de los primeros casos de nuestro país, con las consiguientes molestias de toda índole para ellos.
En realidad lo que resulta cada vez más preocupante de esta situación es el pánico que se ha desatado a nivel global. Pánico que podría ser calificado hasta de psicosis, en algunos casos. Tal vez la consabida diligencia de los chinos, al construir un mega hospital en una semana para combatirlo, fuera vista como un signo ineludible de que algo grave estaba sucediendo, y que las autoridades de ese país estaban ocultando información al resto del mundo. El miedo corrió como reguero de pólvora. Y entonces se desató el caos. Lo más sorprendente es la increíble coincidencia temporal de la crisis del coronavirus con la guerra comercial entre EEUU y China, y perdónenme si parezco un poco conspiranoica. Esperemos que la situación esté controlada en breve, pues en este mundo de la híper comunicación era evidente que el coronavirus iba a llegar ya a España, al haber sido diagnosticados varios casos en nuestra vecina Italia. Particularmente, me debato entre la prevención y la sensatez, y creo que, si tenemos que besarnos menos una temporada y lavarnos más las manos, pues qué le vamos a hacer.
Pero volvamos a temas más mundanos, y nunca mejor dicho, como el del carnaval de Alicante. La verdad, cuando hace unos años yo misma me disfracé en un par de ocasiones de payaso y de colegiala, para acudir a la Rambla, no recuerdo haber tenido esa sensación de peligro ni de caos, que me embargó al acercarme por ahí a echar un vistazo el sábado pasado. Volví a casa con el corazón encogido, sabiendo que en medio del gentío quedaba uno de mis dos hijos, y confiando en que no le pasara nada malo. A dos de sus amigos les robaron el móvil la otra noche, lo que no es de extrañar, porque ese descontrol, en el que se veía poca policía, se prestaba a ese tipo de situaciones y mucho más. Supongo que es en parte inevitable, pero en la fiesta callejera había gente de todas las edades, disfrazada y oculta tras máscaras o maquillaje, música cañera, alcohol y poco espacio para circular. El escenario perfecto para el riesgo de que se pudiera desatar en un momento una estampida.
Considero que Alicante podría apostar por innovar en materia de disfraces de carnaval, y por tratar de elevar un poco el listón de la fiesta hacia algo no tan popular. En este sentido, se podría organizar un concurso con premios importantes, que fomentara la exhibición de los disfraces, frente al mero jolgorio callejero actual, cercano a la cultura del macro botellón y carente del menor refinamiento. Para ello, se podría aprovechar la experiencia de las fiestas de Hogueras y de fiestas de Moros y Cristianos. No olvidemos la capacidad de los sastres y diseñadores de esta tierra para crear trajes vistosos y bellos. Podría ser éste un reclamo más de atracción de visitantes hacia la ciudad de Alicante, que está necesitada de razones para visitarla, aparte de lo que nos da la madre naturaleza. Uniendo diseño, creatividad e imaginación podríamos potenciar la marca Alicante.