todos los hombres del presidente / OPINIÓN

Manual electoral (urgente) para millenials

[Cuentan que cuando murió el Cardenal Mazarino, sucesor de Richelieu, un cortesano selo comunicó al Rey Luis XIV:

-Sire, el Cardenal ha entregado su alma a Dios.

El rey, entonces, le preguntó:

-¿estáis seguro de que Dios la ha aceptado?]

26/01/2020 - 

Los jóvenes ante la Política: la gran fiesta de la democracia (y tal)

Como los ratones en la noria. Vamos de elección en elección, y le estamos cogiendo el gusto a dar vueltas. La postmodernidad líquida era esto, y dados los antecedentes, nunca se sabe cuándo volveremos a votar, y debemos andar atentos y preparados. Todos; jóvenes, viéjovenes y viejos, con los 18 años ya cumplidos, que para eso formamos el cuerpo electoral más movilizado de la reciente historia de este país de antagonistas radicales y cainitas. 

En este punto, y tirando de experiencia, tal vez sea conveniente, más allá de inercias sistémicas y lugares comunes, dedicarle dos minutos a ellos, a los más jóvenes, a quienes se acercan a la política con la mirada limpia y enfrentan con curiosidad, ignorancia o desdén, el próximo proceso electoral que asoma tras los filosos pactos y aritméticas parlamentarias entre fuerzas políticas poco acostumbradas a abandonar el alma hegemónica y totalizadora que lleva dentro cada partido de los que concurre a las elecciones en nuestro país. Soy ya algo mayor (de baby boomer me catalogan los demógrafos) y aunque tengo un móvil con más aplicaciones de las que necesito, un polo de manga corta con letras, logos
y números grandes y utilizo con insolente descaro palabras como resiliencia, hibridar o innovación disruptiva, no trataré de justificar ante las nuevas generaciones de jóvenes las lagunas en términos de participación real en la toma de decisiones públicas en todos los ámbitos funcionales y territoriales en los que el poder se ejercen en nuestro país (la participación, como la tan cacareada transparencia, se han convertido en una de fines de sí mismas, más que en un medio para otras sanas y loables virtudes democráticas) ni señalaré a los responsables de este estado de cosas. No sabría adónde apuntar sin autolesionarme. 

En este estado de cosas, no buscaré, tampoco, razones que permitan justificar los motivos para la creciente y generalizada desafección social hacia la política entre nuestros jóvenes que arrojan los estudios de los sociólogos más solventes, ni me inmolaré tratando de explicarles las causas del deterioro y del colapso reputacional de las instituciones de nuestro país, ni acaso, los posibles antídotos para esta epidemia, pues también he sufrido el mordisco letal de esa bicha de desafecto, y aunque ando recuperándome y ya he dejado el sanatorio, no voy tampoco sobrado de fuerzas y entusiasmo que me permitan hacerme pasar por un coach motivacional convincente. Tiempo habrá.

En todo caso, y dado que ya otros han escrito mucho y bueno antes que yo, para ayudarles en este proceso de discernimiento, volvería la mirada hacia la biblioteca, y acaso, les prestaría, para empezar, Crematorio de Chirbes, Patria de Aramburu o la Democracia Sentimental de Arias Maldonado para que se fuesen situando. Sostiene Pereira que el proceso de aculturación política es personalísimo, y cada uno lo vive a su manera y a su ritmo, y yo no tengo la intención de fastidiárselo a nadie imponiéndole mis prejuicios. Si me apuráis, me va a costar explicarles a estos jóvenes electores, que la democracia, ese sistema del que Churchill dijo que era “el peor sistema de gobierno inventado por el hombre, con excepción de todos los demás”, ha establecido sus propios mecanismos colectivos de afirmación y de auto-defensa narrativa, y que, consistentes en frases o mensajes prefabricados, se activan, sobre todo, cada vez que o bien se verifica una amenaza al statu quo democrático o bien se abre un proceso de elecciones en el país.

Espero que sepáis perdonarme, pero no me veo capaz, a estas alturas, de justificar que tras el “nosotros los demócratas”, el impagable “la gran fiesta de la democracia” que menudea en las jornadas electorales (en España llevamos varios años de fiesta), o el ya clásico “que hablen las urnas” y el consiguiente “el pueblo ha hablado” subyace una carga semántica de autoprotección sistémica y de sentimiento de pertenencia colectivo que trasciende el sonrojo que nos provoca escucharlas, pues al final, estos latiguillos democráticos nos terminan reconfortando a nosotros los demócratas veteranos, como esas tisanas benéficas que te esperan junto a la chimenea después de un día de, pongamos por ejemplo, cortar troncos a la intemperie del invierno boreal canadiense.

Estaréis conmigo en que es casi imposible hacer entender a alguien que vive buena parte de su proceso de socialización a través de una (o varias) pantallas y bajo los distorsionantes ritmos y percepción del tiempo de la esfera digital (el maldito tiempo real) que es imposible gobernar y marcar agendas públicas sensatas mirando sólo a los próximos 5 minutos (que es lo que dura un hashtag en Twitter, de media) y que por previsibles, humanos y convencionales que sean, no pocas veces, nuestros mandatarios, la tecnología, por mucho que avance y evolucione en los próximos años, no podrá nunca sustituir, sin desvirtuar la esencia misma de la democracia, la toma de decisiones públicas por parte de
nuestros representantes electos. Me atreveré, aun a riesgo de incurrir en un ridículo generacional en decirles que es esa discrecionalidad de juicio del gobernante frente al automatismo de un algoritmo perfecto, la que define la esencia misma del sistema democrático y lo tilda de justo o de injusto, y si no nos gusta, ahí están las elecciones para cambiar las cosas. La digitalización y la inteligencia artificial acabarán con determinadas profesiones (y antes, supongo, con los malos profesionales) pero salvo en los escenarios distópicos de las series de televisión en Netflix, estamos lejos aún de que un robot pueda gobernarnos y no nos rebelemos.

Por último, y dado que me dirijo a jóvenes electores prestos a debutar en la arena electoral, tampoco insistiré en el error tan frecuente como monolítico de confundir el respeto por las formas y sustancias democráticas (la democracia se construye sobre multitud de ritos con enorme significado social colectivo) con la inalterable rigidez de la ejecutoria política, que hacen imposible apreciar signos de evolución en nuestro sistema de gobierno y en sus manifestaciones, como por ejemplo, cuando en un Congreso de los Diputados o un Pleno Municipal se proscriben en los hemiciclos, en pleno siglo de la imagen y por razones del Reglamento vigente, las pantallas que apoyen y expandan el relato de Sus Señorías o ni se plantean la utilización del Big Data para evaluar el resultado de las políticas públicas que nacen del consenso parlamentario y se dotan de costosos presupuestos para su implantación.

Pautas de Movilización Electoral para Millenials en 10 lecciones

Dicho esto, miro alrededor. Al mantra de la desafección política de los jóvenes y su
desinterés por las cosas del siglo, ocupados como están con sus perfiles en redes sociales y con sus nimiedades digitales, la democracia actual, cargada de ritos y formalidades que dotan de sentido y fortaleza a las instituciones, no ha opuesto un solo signo evolutivo en las últimas décadas que la haga más inteligible y apreciable entre nuestros jóvenes (nativos digitales), y nadie parece tampoco excesivamente preocupado por ello. Este marasmo evolutivo de nuestro sistema político es especialmente lacerante cuando de procesos electorales hablamos en la una era como la actual en la que la tecnología es ubicua y afecta a casi todos los procesos de nuestra vida.

Cuando hablamos de elecciones, el inmovilismo que atenaza a la ejecutoria electoral haría sonrojar a aquel anacoreta sirio, Simeón el Estilita, que pasó 37 años inmóvil sobre una columna en el desierto, alejado del tráfago mundano. Quizá por ello, y sin ocultar un afán de pragmatismo generacional, voy a proponer este Manual Urgente de Contingencia Electoral para Jóvenes que les ayude, con 10 consejos básicos, a conducirse por los ritos y las formas democráticas de sus mayores y a hacer más inteligible el próximo proceso electoral. Allá vamos.

(1) Querido millennial. Esta foto que te hago llegar es un cartel electoral, y esos
señores y señoras que te miran con resuelta determinación y en mangas de camisa, piden tu voto en las próximas elecciones. Son los mismos que en los próximos días debatirán en las cadenas de televisión generalistas, que son esas que, interrumpidas por anuncios publicitarios cada 5 minutos, ve tu padre cuando tú y tu hermano salís de Youtube, Netflix o HBO. No te pierdas el debate de los candidatos en el atril, es probable que en algún momento de esas 2 horas de arrogantes soliloquios que traen preparados de casa, oigas que te interpelan como joven o que se cita, acaso de pasada, alguna palabra como inteligencia artificial, blockchain o token. Lo harán, sin duda, pensando en ti.

(2) Puede que paseando por la calle durante estas semanas de campaña electoral,
y entre risas y risas en Telegram o TikTok hayas estado a punto de chocar con un artefacto de madera a dos aguas, del que cuelga algún anuncio de un partido político que ni siquiera sabías que existía. Es una valla electoral, y hay unos friquis que a medianoche de la jornada en la que se inaugura la campaña, acuden con un cubo con cola, una escoba y una brocha para dejar testimonio de su fidelidad a la enseña partidista; es probable que suban la foto a Instagram. Estás avisado.

(3) En todo caso, cuando hayas pasado por delante de la valla electoral varias veces, te haces una idea y fijas tus preferencias de voto. Luego, te vas a casa, le pides la llave del buzón de la portería a tus padres y compruebas a ver si te han llegado por correo postal las papeletas electorales. Tal vez sea la primera vez este año que recibes una carta (muchas de golpe, la verdad, cargadas de buenas intenciones), lo que es un motivo de sorpresa juvenil.

(4) Todo en orden. Una vez tengas tus papeletas electorales (no olvides compartir
por WhatsApp la foto de las del Partido de la Ley Natural, los Panteras Grises etc...la gente es muy marciana, ya ves) y tan pronto como las examines, con todos esos nombres ordenados según le ha parecido al Partido Político que las ha confeccionado, las introduces en un sobre de papel auto-encolable y te esperas al día de las elecciones. Sí, lo sé, resulta raro ver un sobre de papel en tu estantería, al lado de Alexa y los cargadores del Ipad, pero, ese incómodo documento sólo estará ahí unos días. 

(5) Llega el domingo de elecciones, te levantas con el recuerdo de la risas que te
echaste anoche con tus amigos pensando en que tenías que ir a votar, con el sobre en la mano. Has pensado en hacerle una foto a la papeleta con tu voto, por si se te pierde, pero un colega que votó en las anteriores te ha dicho que no te lo aceptarán como voto. Ya ves. Bien. Te diriges a tu Colegio Electoral (el que indicaba el sobre que la Oficina del Censo te envió semanas atrás...por correo postal) y te buscas en una lista impresa que cuelga de la pared.

(6) Cuando te encuentres en esa lista de papel troquelado, haces una ordenada
fila y te sitúas ante la urna de cristal (no temas, no hay ningún animal vivo dentro) para introducir tu sobre, siempre y cuando un señor con rostro grave y solemne haya comprobado que la cara en tu DNI de plástico coincide con la tuya.

(7) Con suerte, y para escapar del túnel del tiempo que te ha devuelto, de repente,
a un capítulo de Cuéntame, en lo más crudo del siglo XX, te haces un selfie votando y lo compartes en Facebook (hazlo rápido no se mosquee el Policía Nacional que lleva 6 horas de guardia en el colegio electoral o los compromisarios de los partidos).

(8) Por cierto, no te sorprendas si te cuento que cuando te hayas marchado, y una
vez que el colegio electoral haya cerrado sus puertas, esa gente cariacontecida que recibió tu sobre, debe empezar el recuento oficial de los votos, literalmente, pues el presidente de mesa abrirá la urna, extraerá las papeletas y leerá su contenido, que los demás integrantes anotarán con un boli y ordenarán y contarán manualmente, tal y como tu padre te narró que hacía en los lejanos años 90 cuando le tocó ser presidente de escalera y la comunidad decidía sobre una derrama para pintar la fachada.

(9) Por la noche, pon la TV, - la generalista- verás gente con banderas y chapas–
unos contentos, otros desolados, la alegría va por barrios, arropando a su líder, que es probable que vuelva a interpelarte como joven y como depositario del futuro del país. Llegados a este momento, vuelve al punto 4 y mira en el móvil la foto que tomaste de la papeleta electoral que elegiste antes de meterla en el sobre. Los primeros de la lista son los parlamentarios de tu circunscripción electoral que irán a defender tus derechos en el Congreso de los Diputados y el Senado (en Madrid), unos personajes a los que es probable que no pongas cara nunca y de los que no recibirás noticia alguna en los próximos 4 años, engullidos por la dinámica partidista y las solemnidades y ritos de la democracia parlamentaria.

(10) Espera 4 años hasta que te vuelvan a llegar los sobres por correo postal. Vuelve al número 1 y sigue hasta el 10. La democracia seguirá viva, y tú, serás 4 años más viejo (acaso menos, si sigue el frenético carrusel electoral). Un abrazo.

[*] Para que luego digan que la política se aleja de los jóvenes. Estrategia-País de Innovación. Transformación digital aplicada con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. Delirio tecnológico. [Mátame camión].

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