ALICANTE. Se ha comentado mucho sobre los tránsfugas durante estas semanas y de la ambivalencia crítica con la que Javier Gutiérrez tildó de vergonzoso y deshonesto el transfuguismo. Doble rasero de los que ahora han apretado el botón de eyección sin separar el culo del sillón agarrados por el cinturón del cargo; han cesado de sus responsabilidades, sí, y hay que felicitar a Carlos Mazón por haberles presionado, sin embargo, todavía tienen un despacho en la Diputación de Alicante y sus cuentas bancarias se sostienen con sueldos públicos. Cobran y despachan pese a no tener ya competencias y no representar a nadie más que a sí mismos. Van a trabajar más las escaleras que llevan al salón de plenos que ellos.
El caso es que todos los episodios de esta serie de deslealtades e intrigas me resulta cómica y una secuela de lo que un servidor vivió y percibió en sus propias carnes. Todos los que ahora se están yendo de Ciudadanos sin dejar el acta, desde Emilio Argüeso, pasando por Julia Parra y terminando por Juan Córdoba, detestaban antaño a todos aquellos que hacían lo que ellos repiten ahora; demonizando y resaltando la fea palabra que es ‘tránsfuga’ y que la ponían a la altura de cualquier corrupto. Te obligaban a romper todo vínculo con ellos, a resguardarse en cuarentena de todo contacto de esa enfermedad de la que parecían ser portadores.
Recuerdo con curiosidad una ocasión en la que, inocente de mí, con los imberbes veinte años recién cumplidos, quedé con un concejal de un pueblo que se había ido del partido haciendo ruido y tuve la ocurrente idea de hacerme una foto con él y subirla a las redes sociales. Fue entonces, que por aquel momento no era ni cargo orgánico del partido, cuando me llamaron ipso facto desde el aparato para que eliminase esa estampa costumbrista en un salón de la casa de ese político. Nuevo y virgen en las guerras de la política, creía que todos mis compañeros de partido eran mis aliados; no tardé en perder el himen del crío que se mete muy joven en ese mundo, y me di cuenta de que mis enemigos eran mis compañeros de trinchera.
No solo les molestaba que me hiciese fotos con ellos, les incomodaba que un chiquillo quedase a tomar cafés con esos apestados. No sabía por qué, pero les quitaba mucho el sueño eso de que me codeara con nuestros ex’s –para que luego digan que Shakira es una despechada–.
Les daba más miedo Alexis Marí y Carolina Punset que Arnaldo Otegui. Personas como Jesús Salmerón condenaban hasta la extenuación al anterior elenco de la temporada pasada de la serie Tránsfugas. En un giro de guion a la altura de Tarantino, ahora, estos mismos que se tenían que lavar la boca con lejía después de los insultos que vertían sobre los otros, están ocupando los escaños de los que criticaban hace cuatro años.
Las vueltas que da la vida… Que se lo digan a Carlos Mazón, que en unos años ha pasado de estar en las quinielas para encabezar una candidatura con Ciudadanos a hacer acomodo a sus amigos naranjas en el Partido Popular. Una conexión zaplanista que ha existido durante años y que usaron Cs como teleférico para subir en el escalafón del Partido Popular. Un partido, el PP, que está maltratando a su gente para hacer hueco a los nuevos compañeros de viaje. Affaire anaranjado que puede tener consecuencias funestas para la integridad de la estructura en la Comunidad Valenciana.
Ya dije que todos estos apátridas cuya única lealtad se la guardan al poder, se la van a liar a Mazón el día menos pensado y cuando eso pase los leales al proyecto habrán abandonado a la dirección del partido ante su desplante frente a los arribistas de Ciudadanos. A la hora de cerrar filas y coser las heridas abiertas por las desbandadas, quedarán pocos fieles al PP en pie. No me hicieron caso cuando les advertí de que no debían pagar a traidores, espero que al menos tengan en mínima consideración esto: rodearos y cuidar de los que están por el proyecto y no por el cargo, ellos no parasitarán otro cuerpo político cuando caigáis, trabajarán por volver más fuertes y reconstruir las grietas tras la derrota.
La OPA hostil del Partido Popular a Ciudadanos puede poner en peligro la estructura territorial del partido de Feijóo, están premiando a mediocres con el fin de destruir Cs pero a largo plazo pueden detonar el propio PP al suplantar un organigrama sólido unido entorno a un proyecto, por otro pegado con el aguarrás de los intereses espurios.