ALCOY. En la cadena de producción de la sociedad en general, y del textil en particular, un ángel de la guarda vela porque el engranaje siga funcionando, sobre todo, para aquellos a los que su trabajo, en muchas ocasiones vinculado fuertemente a una vocación, les ha pillado en primera línea de batalla. Lo hacen silenciosamente, acompañadas solamente por el roer de las máquinas -planas ahora, y no las tradicionales Overlock- y alguna sonrisa cómplice, que traspasa las fronteras del mismo material textil que están fabricando. Hasta una veintena de trabajadoras de la empresa Rapife, en el polígono industrial IP7 de Agullent, confeccionan sin descanso el modelo de mascarilla homologado, un nuevo producto estrella por su primera necesidad. Lo hacen imprimiendo al arte de sus manos una especie de pócima mágica que actúe como escudo infranqueable ante cualquier contacto con el temido coronavirus.
Ramón Espí es dueño y gerente de la que es la tercera generación derivada de su padre y su tío, y donde también trabajan sus primos. Tradicionalmente dedicado a la confección de moda infantil, sobre todo para bebés y neonatos, la crisis que golpeó fuertemente también al sector textil le planteó hace unas semanas llevar a cabo un ERTE parcial. Hasta que, hace unos días, la Generalitat Valenciana, a través del Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial, el IVACE, decide encargar el diseño de una mascarilla a Aitex para protección sanitaria que, desde ese momento, se marcó la tarea de desarrollar y elaborar los tests de certificación del tipo FFP3. Tras contactar con Ateval, la patronal del sector valenciano se inició en la búsqueda de empresas en la Comunitat que tuvieran la "capacidad y las instalaciones" para poder hacer frente a este producto. Una de las cinco firmas que fabrican estas mascarillas desde el lunes -entre ellas, algunos nombres como el de Marie Claire, en Vilafranca, Castellón- es la agullentina. "Todos hacemos lo mismo, pero cada uno desde su tecnología y su punto de vista", detalla Espí, aunque todo está "estrictamente" certificado, matiza.
"La patronal nos preguntó nuestra capacidad productiva en base a una estimación sin saber exactamente el producto final cuál sería. Nuestro cálculo fue poder alcanzar, más o menos, cerca de las 10.000 unidades día", asegura el gerente de Rapife. Y así, una vez conseguida otra certificación, en este caso previa, por parte del Ministerio de Sanidad, para la fabricación de este producto sanitario de primera necesidad, esta semana se inició el proceso de confección también en Rapife. Hace tan solo cuatro días y el proceso se cuece, lenta, pero progresivamente. "Vamos incorporando personal diario, de los nuestros, claro, a medida que avanza la maquinaria y vamos mejorando y perfeccionando todo", insiste el responsable de la firma textil. Explica que podrían estar en cerca del 30% de su capacidad. La solución de la empresa ha sido mantener a 25 de sus trabajadores, la mayoría en la confección, de los 75 que tiene en plantilla. "Lo hemos podido arreglar a cuenta de vacaciones anticipadas, decidimos aguantar, al final", puntualiza.
La cadena de producción arranca en la fabricación de las gomas para las mascarillas homologadas. Un trabajador ajusta el material según los parámetros fijados para el ancho y la tensión. "Podría decirse que hemos medio improvisado esta máquina que nosotros antes, por nuestro producto, no necesitábamos", confiesa Ramón Espí. El tejido para las mascarillas que evitarán que muchos profesionales de la sanidad se contagien llega de una empresa, "un proveedor que ha contratado la Generalitat Valenciana", prosigue.
Ese material precisamente que llega, una vez por semana, en forma de bobinas. Acto seguido, se corta al vacío y se procede a la confección de las mascarillas que, una vez finalizadas, partirán a su destino con el transporte que, diariamente en este caso, se envía desde el gobierno autonómico a cada industria de campaña para la respectiva distribución de las unidades fabricadas. La sala donde se concentra el mayor volumen del trabajo actualmente en Rapife está dominada por mujeres, modistas, costureras, la mayor parte, entre los cuarenta y cincuenta; las mejores guardianas de un oficio que es pura maña, también, ahora. "Aquí, en general, en la mayoría de los departamentos, representan más del 80 por ciento", detalla el gerente, sumándose ahora dos mecánicos y algún compañero de mantenimiento. Ellas han cambiado su horario de jornada partida a completa; han de evitar al máximo el contacto. Su destreza es, ahora más que nunca, imprescindible. Y ellas lo saben. Separadas en su espacio de trabajo con la correspondiente distancia de seguridad, y ataviadas con gorro, guantes y mascarilla, son conscientes de que, cualquier distracción es determinante en su función, sobre todo, a día de hoy.
Conchi Colomina es la encargada de la sección de costureras. Lleva dos años en Rapife. "Hemos tenido que adaptar todo en poco tiempo, mover las máquinas -un total de quince- y redistribuirlas", cuenta. La limpieza ha pasado a ser diaria, el uso constante de lejía para suelo y baño, y también se pulverizan las máquinas de manera habitual, además de la ventilación. Todo cumple la normativa a rajatabla, teniendo en cuenta el reajuste de una fábrica que, como el resto de sus homólogas, ha tenido que convertirse al producto sanitario por primera vez sin tener experiencia en este sentido.
"El patrón del diseño es de 18 por 18 cm. Hay tres pliegues, el fuelle, con dos bordes. Una vez plegado, se queda con una altura de hasta 10 cm". La encargada nos desvela el secreto de las mascarillas que fabrican. "Primero se hace el borde superior, el que va por encima de la nariz, que lleva una banda de hierro para adaptarse a la cara. El inferior es más estrecho, de un centímetro", sigue explicando. "Las gomas, una vez ajustadas, se quedan sobre unos 19,5 cm". Las trabajadoras se ayudan de "piquetes" para saber por dónde pueden cortar y pisar. El trabajo en cadena -separado de la zona de acabado, donde se lleva a cabo el ribeteado y el control de calidad, en última instancia- comienza con Inma Micó. Suma casi cuarenta años como trabajadora de la confección en la fábrica. "Jamás había visto algo así, ha sido extraordinario para todos, pero es una oportunidad para ayudar a la gente", relata. "Claro que las chicas están contentas: lo que quieren es trabajar y, si es por algo así, es más gratificante todavía", añade Conchi.
La encargada nos explica que cada mascarilla se confecciona con cinco capas en total -dos exteriores, dos intermedias y una en contacto con la boca-, que, al doblarse, son diez, en realidad. "Ahí reside la dificultad; hay que tener mucha habilidad y vista para poder hacerlo todo tal cual, y con la tela que nos marcan", asegura la encargada de Rapife. "Están acostumbradas a un trabajo minucioso, porque habitualmente cosen bodies o prendas muy pequeñas, para bebé", insiste Espí. El dueño de la empresa de Agullent explica que este producto sanitario de máxima protección no es deshechable, como otras del mercado convencional. "Se pueden reutilizar y limpiar en lavadora", asegura. ¿Su objetivo? Lo tiene claro. "Nosotros fabricamos ahora para la Generalitat, es nuestro único compromiso. Las mascarillas no dan ganancias, sirven para pagar las nóminas y poder mantener al personal", reconoce. "El textil ya estaba resentido, pues, ahora, otro empujoncito más", ironiza; es la verdad. "Después de esto, muchos no abrirán; estoy seguro", vaticina. De hecho, al negocio familiar la crisis sanitaria le pilló en plena consolidación tras los nuevos aires que quiso dar a su producto. "Desde hace ocho años toda nuestra fabricación es aquí, en España". Rapife explica que trabajan con tejidos propios, algodones peinados. "Estamos posicionando un nivel alto de calidad", asegura su responsable. De hecho, el volumen de facturación de su negocio ha llegado a superar los tres millones de euros, con un ritmo de producción de hasta 7.000 unidades diarias. "Dejamos las importaciones y el volumen por ir reconvirtiendo la empresa en un producto nacional lo más ecológico posible en todos los procesos". ¿Miedo? Él también lo tiene, aunque ahora no esté parado. "Claro que esto afectará, y mucho, a la confección infantil; ya estaba siendo duro para el retail por culpa del negocio on-line".
Con todo, como empresario de raza, intentará mantenerse a flote con un proyecto que ya tenía en marcha. "Un textil que toca tu piel, beneficioso para la salud, en conjunción con el Ministerio y los proveedores para desarrollar fibras naturales y suaves, con el resultado de un artículo más sofisticado", y para todo tipo de público, no solo bebé. Al algodón orgánico, se sumaría una pintura natural "fabricada al cien por cien en estas instalaciones, cero contaminación", avanza. "Es cierto que, al final, es el consumidor el que debe saber escoger. Pero espero que, cuando pase todo, las administraciones se conciencien y den más oportunidad a la industria nacional, sobre todo en temas de EPIs, con un golpe a nuestro favor", concluye Espí.