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Los nuevos muros y fronteras de Europa 

26/01/2024 - 

Desde el fin de la II Guerra Mundial, durante ya casi ochenta años, la labor incesante de muchas cabezas pensantes europeas ha sido evitar hechos como los que condujeron no sólo a la gran barbarie de los años 40, sino igualmente al anterior conflicto entre 1914 y 1918. Y entre las causas fundamentales de esas convulsas y dramáticas situaciones vividas en general en la Europa de la primera mitad del siglo XX se identifica como la principal los nacionalismos territoriales e identitarios. Y cuando hablamos de nacionalismos, hablamos de muros y fronteras.

Si en algo contribuyó desde los años 50 con Europa la socialdemocracia tras su ruptura con el marxismo fue, precisamente, en consolidar la vía democrática en la legítima pretensión de alcanzar el poder político. Ya no era necesario hacer la revolución si ese poder podía alcanzarse mediante la voluntad popular expresada en votos. Empezaba el fin de los muros internos ideológicos e insalvables en una Europa que empezaba a diseñarse como políticamente unida pese al muro físico que, justamente entonces, levantó el comunismo dividiendo en dos Alemania y Europa entera.

Y si en algo igualmente puso su aportación esa socialdemocracia europea fue en la idea de igualdad como uno de los pilares de la Europa moderna, algo que logró precisamente amplificar a través de una estructura internacionalista que no hacía distingos según fronteras. Empezaba también, y con esto, el fin de esas fronteras entre los europeos.

La pregunta es, por tanto, cómo hemos llegado actualmente a que quien hoy en España dice encarnar el ideal y proyecto socialdemócrata esté planteando no ya sólo aquí, sino en toda Europa, volver a cerrar fronteras y de nuevo levantar muros. Y no se trata de un recurso retórico propio de discursos y argumentos de fervor ideológico, sino de propuestas concretas que, de facto, se están llevando a cabo. Recuerden si no la frase de Pedro Sánchez de estos meses planteando su Gobierno como “un muro frente a la derecha reaccionaria”, un propósito que no parece mantener, sin embargo, si ese mismo Gobierno negocia cesiones en materia de inmigración justamente con un partido de derechas como Junts que reclama esas competencias, precisamente, para cerrar fronteras, aun de una comunidad autónoma, en cuestión de acceso de extranjeros a un limitado y determinado territorio.

Si lo que hay detrás de todo esto es una mera estrategia por mantener vigente un día más un Gobierno que no han decidido los ciudadanos en las urnas directamente, sin perjuicio de las mayorías que se conformen por sus representantes en negociaciones políticas que, curiosamente, se desconocen por aquéllos, o de las que aquéllos no pudieron siquiera sospechar al depositar su voto, la situación es preocupante porque se está pervirtiendo gravemente el fin mismo de la democracia: respetar la existencia de quien piensa diferente y su alternativa a lo que uno piensa. Hoy, el PSOE que encarna Pedro Sánchez niega absolutamente cualquier legitimidad democrática a quienes han sido votados por muchos españoles. 

Y eso es negar a esos mismos votantes, a los que Sánchez ha ordenado así apartar con un muro, porque resulta más que obvio que para él no hay nada que no sea derecha a este lado de su PSOE. Y, por supuesto, no concibe que la derecha, por el mero hecho de serlo, no sea reaccionaria. Un muro de sectarismo, pero muro, al fin y al cabo, que curiosamente no se levanta, sino todo lo contrario, frente a esa otra derecha nacionalista que quiere establecer una frontera nueva, una división entre ciudadanos con una Cataluña independiente de España.

Pero si de lo que realmente se trata es de un órdago a toda esa construcción europea de unión y confianza entre Estados y sus habitantes; de poner en jaque una Unión Europea por la que tanto trabajaron socialdemócratas europeos como Olof Palme, Bruno Kreisky o Willy Brandt, como anteriormente lo hicieron conservadores europeos como Robert Schumann o Konrad Adenauer; si la intención es arriesgar realmente los logros de varias generaciones de europeos que consiguieron el mayor espacio de paz y progreso del que hemos disfrutado en el viejo continente, entonces el camino que nos señala este desconocido PSOE de Sánchez no es ya preocupante: es alarmante. Porque cuestiona toda esa experiencia y la historia misma de la que procedemos y por la que somos lo que somos. Y permitir dar semejantes pasos hacia atrás, hacia el abismo al que nos llevan de nuevo muros y fronteras que ya habíamos superado, es algo que no podemos siquiera pensar en legar a las generaciones venideras.

Las próximas elecciones europeas son, por ello, clave. Clave en conseguir unos representantes electos que sepan mantener una labor de casi ochenta años para unir y consolidar Europa. Para evitar esos muros y esas fronteras que el oportunismo y la ambición de un momento quieren volver a instaurar. No son, por tanto, cualquier elección.

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