“Ya es navidad”, dice un famoso villancico de Raya real. Fiesta que no se celebra para algunos, ciertas personas como Pedro Sánchez, que en el Congreso de los Diputados se armó una especie de lío sacando a relucir la nueva celebración en estas fechas, seguramente diseñada por su ventrílocuo Iván Redondo. La fiesta del afecto dijo con una sonrisa paternalista. Hay que ver de lo que son capaces algunos por negar lo evidente…
No se puede negar que, en estos tiempos, celebramos algo más que unas meras fiestas vacías de significado. Las campañas de marketing no pueden desvirtuarlas. Durante este porvenir, no sólo vamos a pasar tiempo en familia, sino que también es momento de poner en valor los principios de las sociedades occidentales. Mundos civilizados representados por una actitud cívica ante determinados comportamientos propios de nuestra cultura. Creencias que no deben de ser minadas por otras confluencias ideológicas contrarias a las nuestras. Perspectivas anticuadas, respaldadas indirectamente por los mismos que dicen ser defensores del progreso social. Paradójico. Su inquina hacia determinados colectivos, como es el encabezado por la Iglesia Católica, -Azaña fue el precursor de esta manía persecutoria a la Iglesia cuando en 1936 hizo la vista gorda a las acciones violentas de los anarquistas contra el clero-, les genera un sinfín de contradicciones permanentes.
Dicen ser feministas mientras permanecen impasibles ante las acciones machistas de islamistas radicales, presumen ser defensores del colectivo LGTBI a la par que abrazan a supremacistas homófobos criados en países que rechazan a los homosexuales metiéndoles en la cárcel… En ocasiones, los cosmopolitas de pro no son conscientes de que con su tolerancia están abriendo la puerta al desprecio propio de otras corrientes de pensamiento cultural. Está claro que las religiones como la musulmana son en si mismas doctrinas pacifistas, pero es innegable la coexistencia de ciertos aspectos misóginos denigrantes hacia las mujeres. Son estos puntos contrarios a toda cultura occidental los que son motivo de conflicto entre nuestra sociedad y la suya. Puntos de vista distintos que abarcan desde el modelo familiar, -en Europa mantenemos la tradición monogámica tradicional a diferencia de la poligamia propia de los países islámicos-, hasta el modo de ver la realidad. Son estas discrepancias fundamentales las que han hecho friccionar las grietas del multiculturalismo. Fracaso utilizado por partidos radicales para instaurar un pensamiento intolerante hacia todo lo contrario a lo propio.
Ante las oleadas incesantes de inmigrantes, no debemos caer en la demagogia, en el populismo. Ni todos los extranjeros ilegales son delincuentes, ni todos son unos super contagiadores invasores, ni vienen a quitarnos el pan. Debemos replantear el multiculturalismo necesario en toda sociedad tolerante poniendo coto a todo tipo de violaciones a nuestras libertades que pongan en riesgo la seguridad, trasversalidad y cosmopolitismo occidental.
No es racismo, no es xenofobia, no es ser ordenado como decía aquel chiste sacado de los anales del cuñadismo, es ser íntegro con nuestras democracias liberales utilizadas por los que quieren socavarlas utilizando esos mismos mecanismos.