Mariano Rajoy apuesta con un gobierno de bajo perfil por una legislatura corta en la que, tras ajustar las cuentas con Bruselas y su propio partido, convocará elecciones generales dejando sin capacidad de reacción al Partido Socialista Obrero Español. Rajoy es un buen político pero un mal estadista. Su horizonte no es el futuro de España: es, sencillamente, su propia supervivencia. Pero este primer fin de semana de noviembre todo el planeta está pendiente de las elecciones Presidenciales en Estados Unidos, en donde se juega la estabilidad del sistema y su gobernabilidad. Bueno, vale, siendo precisos, la gobernanza global.
Trump es un neoreaganiano renacido –repulsivo, chulo, bocazas, inculto, listo, obsceno y atrevido sin límite alguno- producto prototípico de un capitalismo del casino que, sin corrección redistributiva alguna, condena a la pobreza a la inmensa mayoría de la población, propicia la desaparición de la clase media y el aumento exponencial de la acumulación de la riqueza en unas opulentas élites cada vez más reducidas, tal y como vienen advirtiendo intelectuales, economistas, instituciones e incluso empresarios del todo el espectro ideológico como Chomsky, Krugman, Piketty, las diferentes agencias de la ONU o el propio FMI, Buffet… y, entre nosotros, José María Tortosa o, recientemente, Antonio Ariño y Joan Romero con su sabroso y oportuno libro “La secesión de los ricos”. El populismo se extiende por todo el mundo. Desde China al corazón de Europa.
Una vez desgajado el FAES de Aznar y neutralizado el G8 –dios premia a los malos y castiga a los buenos- Rajoy -volviéndose a blindar como un primus inter pares- se ha limitado a pasar a limpio la realidad. Por encima de -y azuzando- la guerra sin cuartel que -desde el pecado original- enfrenta a una reforzada Soraya Sáenz de Santamaría con la General Secretaria –por poco tiempo- Dolores De -más cerca de su marido que de dios- Cospedal. Y formalizando solemnemente en el BOE el correoso destino pacificador que Nadal como casco azul ha venido ejerciendo entre De Guindos y Montoro. En el universo -crepuscular, entrópico, forense- monclovita, la Comunitat Valenciana es –somos- un profundo -unos apestados- agujero negrísimo. En los nombramientos del Consejo del próximo viernes la pedrea desnudará, en carne viva, el verdadero poder, la fuerza –la antimateria- de Isabel Bonig en Madrid. Vicent Soler dividirá su esfuerzo y energía clamando por nuestro dinero yendo de la Vicepresidenta de Administraciones Públicas a Montoro, Dicho en galego: de Rajoy a Rajoy. Dit en valencià: de la puta a la ramoneta.
El president Puig define su papel institucional con Mónica Oltra en una cohabitación muchas veces incomprendida -y menospreciada por quizás la mayoría de medios- en el seno de sus propias formaciones. Ximo Puig precisa recoser urgentemente el PSPV. Tarea imposible si no atrae con decencia y humildad y con una oferta y nombres innovadores a las clases medias y urbanas, a los jóvenes, al mundo de la cultura y a personalidades históricas del propio partido. Y, a la vez, necesita -con tanta audacia como prudencia- aportando trellat y adoptando un decidido papel de sentido común –home de bó, de paraula- posicionarse sólidamente, en una intermediación activa, en la reconstrucción del PSOE. Y, of course, respetando y ponderando a la izquierda de la izquierda. El Pacte de Botànic, una receta para España.
La apertura de unas relaciones más fluidas entre el Consell y las instituciones provinciales en manos de los populares -por ambas partes- es imprescindible y resulta fecunda, tal y como se ha visibilizado con la apertura de una nueva ronda de conversaciones multilaterales -como en el Fondo de Cooperación Local- o en la colaboración activa de la reactivación del proyecto de una Zona Franca en la gran conurbación del sur impulsada por César Sánchez, presidente de la Diputación, y que cuenta con el firme apoyo de los alcaldes socialistas de Alicante y Elx, Gabriel Echávarri y Carlos González, de la sociedad civil alicantina y de la casi totalidad del espectro político del territorio.
No sé si hace falta un Ministerio de Cultura, pero sé que la cultura –junto a la educación- es el fundamento de la convivencia. De la democracia. De la civilización. El desprecio de Aznar, o digámoslo claro, su personal cruzada, la guerra abierta contra los titiriteros, fraguó en el esperpento del 21 por ciento del IVA cultural que ha arrasado literalmente con la incipiente industria y empuje cultural de los años noventa. Pero hay supervivientes. Y héroes. Artistas, creadores, empresarios y activistas que, diariamente, lejos de cócteles, obispados, monaguillos de todo a 100, juegos del hambre y de tronos, capillitas y postureo nutricional, se juegan su dignidad –prestigio y necesidad- por la cultura y creación aquí entre nosotros. No se puede entender Alacant, la Comunitat, sin conocer el trabajo -sin ánimo de ser exhaustivos- de fotógrafos como Vicente Albero de Novelda o Pepe Calvo; pintores como el monovero Mario Rodríguez o el alcoià Xavi Carbonell; escritores como Just I. Sellés o Paco Esteve; teatreros como Tomàs Mestre o Lola Blasco; el mundo paralelo del escultor Viktor Ferrando o el meridiano del químico y botánico Daniel Climent; músicos como Lluis Amat o Anabel Sáez; bailarines, raperos, ceramistas…; gestores culturales como Marián Tristán e Irene Galvany o prescriptores consagrados -como el crítico gastronómico Lluis Ruiz Soler, con su Diario de un Glotón, pura excelencia en concepto, diseño y contenido en la red- o los novísimos Miguel Ríos o Lorena Juan Abad. Para enterarse de qué se cuece ahora mismo en Alicante, Valencia o New York – de los hombros y la corteza cerebral de Doña Letizia a los de Michelle Obama- uno no puede dejar de pasarse por el Freak Arts Bar de Natalia Molinos. Recemos todos para que ganemos los buenos pasado mañana, el segundo martes del primer lunes de noviembre…Amén.