El purgatorio está que se sale. El purgatorio laboral, me refiero. Ese lugar donde van a parar todos aquellos que sin haber llegado a la edad de jubilación tampoco son considerados aptos para contratar. En el timeline profesional, esa puerta hacia la nada se sitúa en torno a la cincuentena. Una edad equidistante entre los milenial y los pensionistas. Unos años malditos, porque si llegas, malo, pero si no llegas, peor. La pirámide de población se ha hinchado peligrosamente por la mitad. Le han aparecido esos michelines abdominales que caracterizan a los cuerpos maduros y que son tan difíciles de eliminar. Ustedes ya me entienden la metáfora.
La edad, sin embargo, no es un impedimento para los poderosos. Los que dirigen el cotarro desde sus poltronas se escapan de las prejubilaciones forzosas y de los despidos masivos cuya única argumentación estriba en criterios cronológicos. Cuando accedes a ese espacio acotado de gloria donde habitan los pocos afortunados a quienes la crisis les ha venido como caída del cielo, atrancas la puerta para que el chiringuito no se te llene de “viejunos” que se creen que la experiencia es un grado para todos y no solo para unos pocos. Esa es la razón por la que las grandes empresas, los bancos o los medios de comunicación se deshacen de su capital humano experimentado cuando cumplen años mientras los jefes permanecen en sus puestos, ajenos al inexorable avance del reloj biológico. A ellos no se les pide que se actualicen, que sean competentes en nuevas tecnologías o que se bajen el sueldo para compensar posibles pérdidas. Ellos viven en ese limbo metafórico en el que no se enteran de lo que pasa o no se quieren enterar. Los demás subsistimos en el purgatorio, en el mejor de los casos, o directamente en los infiernos.
Una de las causas del arrumbamiento de los cincuentones es que la sociedad del bienestar está muriendo de éxito. Ya lo dijo la “jovenzuela” Christine Lagarde, que vivíamos demasiado. Un serio problema para los gobiernos y las entidades bancarias que han de pagar a los jubilados durante más tiempo del previsto. Para contrarrestar el posible riesgo de que los Estados suspendan pagos se han implementado ya algunas medidas como el aumento de la edad de jubilación o que se necesiten más años de cotización para cobrar la pensión completa. Una paradoja más, porque si a los cincuenta te echan del trabajo por viejo y no te puedes jubilar hasta los 67 o más, ya me dirás qué hacemos durante esos casi veinte años de deambular por el purgatorio sin caer en la tentación de morirnos. Encima, te pillan en una edad muy mala. Ni siquiera te queda el recurso de emprender un proceso de “movilidad exterior”, en palabras de Fátima Báñez, porque ya tienes demasiados muertos “en cautiverio que no te dejan salir del cementerio” (pónganle la melodía). Así que, en esas estamos. No trabajamos, no nos vamos y tampoco nos morimos, que sería un alivio para las arcas públicas. Pues en esta tesitura a una servidora le ha dado por pensar que hay algunas estrategias para matar impunemente sin tener que apretar el gatillo. Para que me entiendan, es como intervenir de facto una comunidad autónoma sin tener que aplicar el artículo 155, que tiene muy mala prensa.
Algunas ya están en marcha. Primera: la doctrina Lagarde. Aumentar la edad de jubilación teniendo en cuenta que los mayores de 50 están yendo masivamente al paro y que no pueden cotizar los últimos años reducirá espectacularmente la cuantía de las pensiones en los próximos años. Segunda: los recortes públicos. Si crecen las listas de espera en la sanidad, a lo mejor los que andan por el purgatorio se mueren antes de que les atiendan y eso que nos ahorramos. Lo mismo pasa con las personas dependientes, que salen muy caras al erario público. Y a una le da por pensar si no se estará aplicando una eutanasia pasiva a buena parte de la sociedad para que cuadren las cuentas. Ah, pero eso sí, que sea pasiva para que puedan seguir comulgando los que se encuentran en estado de gracia. @layoyoba